La sociedad -y las instituciones públicas- deben redescubrir su alma, es decir, sus raíces espirituales y morales, ha dicho recientemente Benedicto XVI, en audiencia a la Jefatura Superior de la Policía italiana. Los medios especularon que el Papa aludía a los escándalos que salpican al primer ministro Berlusconi. Pero esta apelación a redescubrir el alma y recuperar las raíces espirituales es un concepto reiterativo en las alocuciones de este Pontífice.
Primero, por el relativismo moral, típico del postmodernismo: cada uno hace de su propia experiencia, intuición e interés la medida única de la verdad moral. Con ese criterio, ni aún el mejor andamiaje jurídico puede preservar de la corrupción personal e institucional. Segundo, por fidelidad a la historia, maestra de la vida: un ser vivo, personal o social no puede autocomprenderse ni autorrealizarse si se desprende de los valores que lo acunaron en su origen. De ahí el constante reclamo que este Papa le hace a Europa para que reconozca sus raíces cristianas, sustento de su identidad.
Y tercero, porque el de las raíces es un tema predilecto en el lenguaje de Jesús. Si las raíces -escondidas- son sanas, el árbol da frutos buenos; si el sarmiento y las ramas se despegan del tronco y raíz, se hacen estériles e inservibles. Sabiduría de agricultor: la raíz del árbol le da sustento y alimento. La raíz crece en dirección inversa al tronco: más alto éste, más profunda aquélla. La raíz, escondida, oculta, termina siempre prevaleciendo sobre lo que aparece, manifiesto, espectacular.
Esta apelación a redescubrir las raíces espirituales y morales, y profundizarlas tanto más cuanto más frondoso y visible sea el árbol, tiene permanente vigencia, desde luego, para las instituciones policiales. Conocemos la constante preocupación de Carabineros de Chile y la PDI por la formación ética y el correspondiente control de comportamiento de cada uno de sus funcionarios: la gente necesita poder confiar en la integridad de quienes custodian el orden público y previenen la comisión de delitos. Ya en tiempos de san Juan Bautista era éste un tema de pública inquietud, que el profeta respondió con un severo llamado a evitar la extorsión, las denuncias falsas y la ambición de dinero.
También urge, el llamado papal, a quienes ejercen el servicio de gobernar: ¿están ahí para ser servidos o para servir? ¿Se puede servir escamoteando la verdad, incumpliendo las promesas o halagando el carpe diem? Los partidos políticos, en especial si reclaman identidad o afinidad cristiana, se juegan su credibilidad, coherencia y permanencia en el constante redescubrimiento de su raíz fundacional. Y dígase lo mismo de quienes contrajeron matrimonio, o fueron consagrados como sacerdotes, o viven en una comunidad religiosa, o son médicos, abogados o jueces. Ya antes de Cristo el historiador romano, Salustio, verificó y advirtió: ningún reino se sostiene ni progresa sino en fidelidad a las raíces que le dieron origen.
Primero, por el relativismo moral, típico del postmodernismo: cada uno hace de su propia experiencia, intuición e interés la medida única de la verdad moral. Con ese criterio, ni aún el mejor andamiaje jurídico puede preservar de la corrupción personal e institucional. Segundo, por fidelidad a la historia, maestra de la vida: un ser vivo, personal o social no puede autocomprenderse ni autorrealizarse si se desprende de los valores que lo acunaron en su origen. De ahí el constante reclamo que este Papa le hace a Europa para que reconozca sus raíces cristianas, sustento de su identidad.
Y tercero, porque el de las raíces es un tema predilecto en el lenguaje de Jesús. Si las raíces -escondidas- son sanas, el árbol da frutos buenos; si el sarmiento y las ramas se despegan del tronco y raíz, se hacen estériles e inservibles. Sabiduría de agricultor: la raíz del árbol le da sustento y alimento. La raíz crece en dirección inversa al tronco: más alto éste, más profunda aquélla. La raíz, escondida, oculta, termina siempre prevaleciendo sobre lo que aparece, manifiesto, espectacular.
Esta apelación a redescubrir las raíces espirituales y morales, y profundizarlas tanto más cuanto más frondoso y visible sea el árbol, tiene permanente vigencia, desde luego, para las instituciones policiales. Conocemos la constante preocupación de Carabineros de Chile y la PDI por la formación ética y el correspondiente control de comportamiento de cada uno de sus funcionarios: la gente necesita poder confiar en la integridad de quienes custodian el orden público y previenen la comisión de delitos. Ya en tiempos de san Juan Bautista era éste un tema de pública inquietud, que el profeta respondió con un severo llamado a evitar la extorsión, las denuncias falsas y la ambición de dinero.
También urge, el llamado papal, a quienes ejercen el servicio de gobernar: ¿están ahí para ser servidos o para servir? ¿Se puede servir escamoteando la verdad, incumpliendo las promesas o halagando el carpe diem? Los partidos políticos, en especial si reclaman identidad o afinidad cristiana, se juegan su credibilidad, coherencia y permanencia en el constante redescubrimiento de su raíz fundacional. Y dígase lo mismo de quienes contrajeron matrimonio, o fueron consagrados como sacerdotes, o viven en una comunidad religiosa, o son médicos, abogados o jueces. Ya antes de Cristo el historiador romano, Salustio, verificó y advirtió: ningún reino se sostiene ni progresa sino en fidelidad a las raíces que le dieron origen.
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