BELLO

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 28 de octubre de 2011 a las 05:00 hrs.
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Los pueblos suelen perpetuar sus héroes o sus íconos nacionales imprimiendo sus rostros en sus monedas y billetes. Así lo hacemos con Bernardo O’Higgins, la estirpe mapuche, el Cardenal Silva Henríquez, Ignacio Carrera Pinto, Manuel Rodríguez, Gabriela Mistral y Arturo Prat. Pero la unidad monetaria de mayor valor, el billete de 20 mil pesos, la tenemos reservada para D. Andrés Bello. El mismo que, pluma en mano, adorna con su estatua y encarna el espíritu de nuestra Universidad de Chile.

D. Andrés Bello es el humanista completo: jurisconsulto, gramático, poeta, filólogo, filósofo, estadista, maestro, político, legislador, periodista. Cultivó y honró la familia (15 hijos, en dos matrimonios, el segundo tras su viudez). Profesó la fe en Jesucristo: se dice que cual benedictino en oración recorría los pasillos de su casa recitando los salmos de David y evocando el nombre de su primera esposa y sus numerosos hijos fallecidos. Tempranamente, en su Caracas natal Cristo le anticipó, desde el Crucifijo, una vida plena de gloria y honores, pero también de amargos pesares.

Las armas de triunfo de este atleta espiritual fueron la razón y la pluma. Pensaba. Estudiaba. Sin cesar y sin medida. Era un devoto de esa curiosidad admirativa que está en la base del saber y dinamiza la cultura. Pero ni su pluma escribía ni su razón laboraba al ritmo ciego o bajo la esclavitud de la pasión. Emblemático de su “pasión por la razón” es su conocido escrito en que llama a los jueces a fundamentar sus sentencias: “¿aplica la ley a un caso especial? Cite la ley. ¿Su texto es oscuro y se presta a diversas interpretaciones? Fundamente la suya. ¿Tiene algún vicio el título que rechaza? Manifiéstelo. ¿Se le presentan disposiciones al parecer contradictorias? Concílielas, o exponga las razones que le inducen a preferir una de ellas. ¿La ley calla? Habrá al menos un principio general, una regla de equidad que haya determinado su juicio…Si el ejecutivo no puede decretar sino citando una ley la inversión de la más pequeña suma de dineros públicos ¿tendrá el tribunal la facultad de adjudicar una propiedad litigiosa sin decir con arreglo a qué ley o qué principio de derecho hace la adjudicación? La injusticia de una sentencia arbitraria corrompe la fuente misma de la justicia, es un crimen como el de los monederos falsos”.

Hoy, el rostro de este gigante de la razón e ícono de nuestra cultura está cubierto con una capucha, y la pluma ha debido ceder su lugar al fusil. Pasar delante de esta profanación, o mirar fugazmente un billete de 20 mil es ocasión de reavivar ese fuego sagrado de Dios que es la Inteligencia, sede de la Libertad. Y con él la convicción, también sagrada, de que la Razón, solamente la Razón, termina finalmente teniendo la razón.

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