Aunque promueva valores democráticos, la “primavera árabe” intranquiliza a Occidente
Para el mundo occidental, la “primavera árabe” puede traer buenas y malas noticias. La buena noticia es que este es el 1989 de los árabes. La mala noticia es que nosotros somos la Unión Soviética.
Por: Equipo DF
Publicado: Lunes 11 de abril de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por Gideon Rachman
Para el mundo occidental, la “primavera árabe” puede traer buenas y malas noticias. La buena noticia es que este es el 1989 de los árabes. La mala noticia es que nosotros somos la Unión Soviética.
Es una exageración, pero hay suficiente verdad en la analogía como para explicar por qué EEUU y la Unión Europea se muestran intranquilos con estas revoluciones que —a cierto nivel— promueven valores occidentales básicos como la democracia y los derechos de los individuos.
Gran parte del orden corrupto y autocrático que se tambalea en Medio Oriente estaba respaldado por Occidente. Este respaldo nunca fue tan brutal o abierto como la represión soviética en Europa oriental. Además, siempre hubo regímenes antioccidentales, como Irán y Siria, coexistiendo con los gobiernos pro-occidentales. Pero no hay duda de que gobernantes como Hosni Mubarak en Egipto, Ali Abdullah Saleh en Yemen y el rey Abdullah de Arabia Saudita, han sido aliados clave de Occidente. Como un redactor de The Washington Times lamentó la semana pasada: “Mubarak puede haber sido un dictador de hojalata, pero apoyaba a EEUU”.
Este año, el gobierno de Obama dejó claro a Mubarak que EEUU no aceptaría una represión violenta del levantamiento, del mismo modo que, en 1989, Mikhail Gorbachov, líder de la URSS, le dijo a Alemania Oriental que no apoyaría el asesinato de manifestantes pacíficos en Leipzig. En ambos casos, la retirada de una superpotencia contribuyó a la caída de los regímenes y a extender la intranquilidad por toda una región.
Como la URSS en 1989, EEUU eligió la opción honorable al negarse a permitir que un aliado conservara el poder por la fuerza pero, como le ocurrió a los rusos, ahora EEUU tiene que preocuparse porque sacrificó poder en una esfera tradicional de influencia. Los funcionarios estadounidenses saben que corren riesgo de perder amigos e intereses en materia económica y seguridad en un Medio Oriente emergente al que apenas pueden entender. Tras la caída de Mubarak, un alto funcionario de EEUU dijo: “pero hacemos todo con Egipto. ¿Ahora con quién vamos a trabajar?”
Los europeos tienen un dilema similar. El entusiasmo de franceses y británicos por intervenir en Libia refleja el deseo de ponerse del “lado correcto de la historia” (y de enterrar vergonzantes antecedentes de cooperación con Túnez y Libia), pero respaldar los levantamientos en el norte de África es relativamente fácil para las potencias occidentales, comparado con los dilemas estratégicos y económicos que presenta el Golfo, la región petrolera más importante y una base clave para Al Qaeda.
Una difícil retirada
EEUU se ha mostrado visiblemente renuente a apoyar cualquier desafío a los regímenes gobernantes en Arabia Saudita, Bahrein y Yemen. Le pidió reformas al gobierno de Bahrein, pero apenas protestó cuando los sauditas enviaron tropas a ese país para reprimir el levantamiento. Robert Gates, secretario de Defensa de EEUU, ha dicho que su prioridad en Yemen es la “guerra contra el terror” y alabó a Saleh por su cooperación. Recién después de meses de manifestaciones y derramamiento de sangre en las calles EEUU parece haber llegado a la conclusión de que Saleh es otro viejo aliado que tendría que irse.
La propia Arabia Saudita es el mayor de los dilemas. Hace más de 30 años EEUU dejó claro que consideraba que una amenaza al suministro de petróleo del Golfo justificaba la intervención militar. La “doctrina Carter” proclamó, en enero de 1980 y tras la invasión soviética de Afganistán, que: “el intento por parte de una fuerza extranjera de obtener control de la región del Golfo Pérsico será considerado como un ataque a intereses vitales de EEUU. Un ataque semejante será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar”. Evidentemente, una transición pacífica hacia un sistema político más liberal en Arabia Saudita no quebranta la doctrina Carter. ¿Pero qué ocurrirá si se produce algo más caótico y violento, que abre camino a una mayor influencia de Al Qaeda o Irán?
El hecho de que el gobierno iraní y el liderazgo de Al Qaeda también traten de influenciar los acontecimientos en el mundo árabe muestra que EEUU no es el único actor externo que tiene mucho en juego. Los iraníes ven oportunidades en Bahrein y Arabia Saudita, pese a que Teherán se inquietaría si enfrentara turbulencia interna y vería con ansiedad una amenaza al gobierno de Siria, que es un aliado clave.
El sueño de EEUU
La ansiedad iraní evidencia que la geopolítica de la primavera árabe no está consolidada. Si la turbulencia saudita o el fortalecimiento de Al Qaeda o Irán son pesadillas para los estadounidenses, en Washington también tienen un sueño. En ese sueño, los gobiernos de Siria e Irán son derrocados y se los reemplaza por regímenes más moderados. Los israelíes, más seguros tras la desaparición de sus mayores enemigos, aceptan la creación de un Estado palestino viable. Egipto se estabiliza y se convierte en una democracia próspera. Gaddafi es derrotado y los agradecidos libios saludan a los occidentales como héroes. Un nuevo y legítimo gobierno yemení se hace cargo de la lucha contra Al Qaeda y el gobierno saudita adopta reformas y el petróleo sigue fluyendo.
Esta serie de acontecimientos benignos sería el equivalente a tener escalera real en el póquer. Puede pasar, pero nadie debe contar con eso.
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