Prevaricación
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 17 de febrero de 2012 a las 05:00 hrs.
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En los relatos de la Pasión de Cristo, tanto el evangelista Lucas como el apóstol Juan mencionan 3 veces la pública declaración del procurador Poncio Pilato: “no encuentro en este hombre ningún delito”. Estaba impartiendo justicia en el tribunal y a nombre del César romano, en una causa en la que se pedía pena de muerte para el imputado. Convencido de la inocencia de Jesús dispuso, sin embargo, que lo flagelaran y luego crucificaran. No lo hizo por codicia ni por ignorancia. Tenía miedo a la muchedumbre, o a parte de ella que, bajo instigación de sus líderes exigía a gritos la muerte de Cristo, so pena de acusarlo a él como enemigo del César. En esa mañana de Viernes, el encarnador en Palestina de la justicia romana traicionó, ante miles de testigos, los principios y valores más sagrados del Derecho, sacrificando la honra y la vida de un inocente.
A todo impartidor de justicia le debería rondar el temor a incurrir en esa misma traición. La misma: porque Jesús ha querido expresamente identificarse con la persona y destino de quienes son arrastrados ante un tribunal con deliberada privación de sus derechos fundamentales. La prevaricación a que están expuestos es un crimen contra la Verdad; y Jesús es la Verdad. Es violencia contra la Justicia, contra la Paz, contra la Vida, contra el Amor. Jesucristo es la Encarnación de todo eso. El prevaricador desestabiliza el sistema, envenena las confianzas, desalienta el recurso a las armas nobles y pacíficas del Derecho. Con razón, a los jueces y fiscales judiciales hallados culpables de este delito se les condena a inhabilitación absoluta perpetua para cargos y oficios públicos, derechos políticos y profesiones titulares, además de presidio o reclusión menores en cualesquiera de sus grados. Son patizambos, patituertos: caminan en forma torcida porque son chuecos. “Varus”, en latín, es uno que tiene las rodillas vueltas hacia dentro y los pies hacia fuera. Gráfico monumento de la más esencial contradicción al “Derecho”.
A Baltasar Garzón, la unanimidad de los Supremos de su país lo condenó por prevaricación. Le reprocharon actuar por su sola subjetividad. Violar, a sabiendas y sin justificación, garantías inalienables de todo debido proceso. Ignorar todos los métodos de interpretación del derecho usualmente admitidos, para juzgar por pura arbitrariedad. La prevaricación de Garzón puso “al proceso penal español al nivel de sistemas políticos y procesales característicos de regímenes totalitarios”. La sacó barata: sólo inhabilitación por 11 años para ejercer como juez; no así como abogado; y una multa de 2.520 euros. El delirante elogio dominical de un abogado y rector universitario chileno, extasiado por la “ambición y audacia, combustibles morales de Garzón” no tiene otro efecto que contaminar al elogiador con la prevaricación de su elogiado.
A todo impartidor de justicia le debería rondar el temor a incurrir en esa misma traición. La misma: porque Jesús ha querido expresamente identificarse con la persona y destino de quienes son arrastrados ante un tribunal con deliberada privación de sus derechos fundamentales. La prevaricación a que están expuestos es un crimen contra la Verdad; y Jesús es la Verdad. Es violencia contra la Justicia, contra la Paz, contra la Vida, contra el Amor. Jesucristo es la Encarnación de todo eso. El prevaricador desestabiliza el sistema, envenena las confianzas, desalienta el recurso a las armas nobles y pacíficas del Derecho. Con razón, a los jueces y fiscales judiciales hallados culpables de este delito se les condena a inhabilitación absoluta perpetua para cargos y oficios públicos, derechos políticos y profesiones titulares, además de presidio o reclusión menores en cualesquiera de sus grados. Son patizambos, patituertos: caminan en forma torcida porque son chuecos. “Varus”, en latín, es uno que tiene las rodillas vueltas hacia dentro y los pies hacia fuera. Gráfico monumento de la más esencial contradicción al “Derecho”.
A Baltasar Garzón, la unanimidad de los Supremos de su país lo condenó por prevaricación. Le reprocharon actuar por su sola subjetividad. Violar, a sabiendas y sin justificación, garantías inalienables de todo debido proceso. Ignorar todos los métodos de interpretación del derecho usualmente admitidos, para juzgar por pura arbitrariedad. La prevaricación de Garzón puso “al proceso penal español al nivel de sistemas políticos y procesales característicos de regímenes totalitarios”. La sacó barata: sólo inhabilitación por 11 años para ejercer como juez; no así como abogado; y una multa de 2.520 euros. El delirante elogio dominical de un abogado y rector universitario chileno, extasiado por la “ambición y audacia, combustibles morales de Garzón” no tiene otro efecto que contaminar al elogiador con la prevaricación de su elogiado.

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