Célibes
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 3 de agosto de 2012 a las 05:00 hrs.
Cada vez que estalla una denuncia, el manejo mediático de la misma la convierte en sentencia. El paso siguiente es improvisar un panel que en cosa de minutos aboga pontificalmente por la derogación del celibato sacerdotal.
¿Hay evidencia de relación causal entre el celibato religioso y la pedofilia o efebofilia? El que libremente eligió, tras rigurosas etapas de selección y probación, vivir en abstinencia de relaciones sexuales ¿genera con ello una singular predisposición o contrae una irresistible compulsión a satisfacer su frustrado instinto por la vía de abusar de la inocencia de niños y la confianza de jóvenes? ¿Por qué precisamente con éstos, y no con mujeres o varones adultos, si de lo que se trata es de actuar en pleno la propia sexualidad? Su voluntaria renuncia, meditada y solemnizada en aras de su ideal de indivisa entrega a Dios y a las familias ¿es de por sí fatalmente inductiva a una morbosidad delictual? Quien trabaje sobre esa aventurada hipótesis debe asumir la carga probatoria. Y mientras no demuestre, con el rigor y la objetividad propios del método científico, que existe una relación de enfermiza causalidad entre celibato religioso y abuso de menores, de suerte que los casados, laicos o pastores gozarían, por serlo, de una presunta inmunidad o ínfima predisposición al morbo delictual, lo inteligente y aconsejable es dejar tranquila a la Iglesia católica con su más que milenaria exigencia y práctica del celibato sacerdotal.
Cuando la iglesia de Roma la adoptó, hace 17 siglos, no estaba obligada a ello por derecho o mandato divino, como sí lo está en su defensa del carácter indisoluble del matrimonio-sacramento ya consumado. Hoy sigue siendo libre para suprimirla o atemperarla. La mantiene, sin embargo, incólume porque está muy convencida de sus sólidos fundamentos y muy satisfecha de sus múltiples beneficios. ¿Fundamentos? En el pasado, el recuerdo y la perfecta imitación de Cristo pobre, obediente y virginal Esposo de la Iglesia. En el presente, la irrestricta libertad del corazón y de la persona entera para consagrarse al servicio de quienes tienen o podrán tener esposo, hijos, familia. Y en el futuro, un anticipo testimonial de la vida futura, en que seremos “como los ángeles en el cielo, sin tomar marido o mujer”.
¿Los beneficios? Esas miríadas de santos, admirados e imitados por millones durante siglos, que labraron su camino de servicio viviendo ejemplarmente su condición de célibes. Los conocemos y tenemos en Chile: la virgen Teresa de los Andes, la viril virginalidad de San Alberto Hurtado. El Beato Juan Pablo II renunció al matrimonio porque se sintió llamado a desposar todo su ser (“Totus Tuus”) con la Iglesia y con la entera familia humana. La Madre Teresa en Calcuta, el Padre Maximiliano Kolbe en Ausschwitz testimoniaron heroicamente la rica fecundidad del amor virginal.
¿Hay evidencia de relación causal entre el celibato religioso y la pedofilia o efebofilia? El que libremente eligió, tras rigurosas etapas de selección y probación, vivir en abstinencia de relaciones sexuales ¿genera con ello una singular predisposición o contrae una irresistible compulsión a satisfacer su frustrado instinto por la vía de abusar de la inocencia de niños y la confianza de jóvenes? ¿Por qué precisamente con éstos, y no con mujeres o varones adultos, si de lo que se trata es de actuar en pleno la propia sexualidad? Su voluntaria renuncia, meditada y solemnizada en aras de su ideal de indivisa entrega a Dios y a las familias ¿es de por sí fatalmente inductiva a una morbosidad delictual? Quien trabaje sobre esa aventurada hipótesis debe asumir la carga probatoria. Y mientras no demuestre, con el rigor y la objetividad propios del método científico, que existe una relación de enfermiza causalidad entre celibato religioso y abuso de menores, de suerte que los casados, laicos o pastores gozarían, por serlo, de una presunta inmunidad o ínfima predisposición al morbo delictual, lo inteligente y aconsejable es dejar tranquila a la Iglesia católica con su más que milenaria exigencia y práctica del celibato sacerdotal.
Cuando la iglesia de Roma la adoptó, hace 17 siglos, no estaba obligada a ello por derecho o mandato divino, como sí lo está en su defensa del carácter indisoluble del matrimonio-sacramento ya consumado. Hoy sigue siendo libre para suprimirla o atemperarla. La mantiene, sin embargo, incólume porque está muy convencida de sus sólidos fundamentos y muy satisfecha de sus múltiples beneficios. ¿Fundamentos? En el pasado, el recuerdo y la perfecta imitación de Cristo pobre, obediente y virginal Esposo de la Iglesia. En el presente, la irrestricta libertad del corazón y de la persona entera para consagrarse al servicio de quienes tienen o podrán tener esposo, hijos, familia. Y en el futuro, un anticipo testimonial de la vida futura, en que seremos “como los ángeles en el cielo, sin tomar marido o mujer”.
¿Los beneficios? Esas miríadas de santos, admirados e imitados por millones durante siglos, que labraron su camino de servicio viviendo ejemplarmente su condición de célibes. Los conocemos y tenemos en Chile: la virgen Teresa de los Andes, la viril virginalidad de San Alberto Hurtado. El Beato Juan Pablo II renunció al matrimonio porque se sintió llamado a desposar todo su ser (“Totus Tuus”) con la Iglesia y con la entera familia humana. La Madre Teresa en Calcuta, el Padre Maximiliano Kolbe en Ausschwitz testimoniaron heroicamente la rica fecundidad del amor virginal.
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