Con intensas reuniones preparatorias, tanto de la presidenta Michelle Bachelet con su equipo político, como de éste con los máximos dirigentes de los partidos, el cónclave del oficialismo realizado el lunes había generado grandes expectativas acerca de las definiciones que allí se adoptarían.
Todo indicaba que en dicho encuentro se consolidaría el giro de la mandataria luego de la caída de los principales adalides de las reformas, al haber dado señales que parecieron inequívocas.
Primero con el nombramiento tanto de Jorge Burgos en Interior como de Rodrigo Valdés en Hacienda, se entendió que había optado por imprimirle un sello de moderación a su programa. Pero tanto o más determinante pareció la definición en el consejo de gabinete de10 de julio, donde acogiendo la postura de la nueva dupla ministerial, postuló la necesidad de priorizar las reformas tanto por la mala situación económica, como por los problemas de gestión para implementarlas.
Por eso, lo que se esperaba de la reunión del oficialismo, era que se aterrizara con definiciones concretas de lo que se podía o no realizar, de manera de iniciar con claridad lo que la propia Presidenta ha bautizado como el segundo tiempo de su gobierno.
Pero para sorpresa de muchos –incluidos los propios ministros- ello no ocurrió. Porque en lugar de precisar los ajustes que experimentarían las reformas, Bachelet se limitó a ratificar su compromiso con el programa, sin siquiera mencionar los conceptos de priorización o gradualidad impulsados por la dupla Burgos-Valdés.
Con ello, la postura presidencial que dejaba en mal pie a sus dos principales ministros, los impulsó a reaccionar tratando de reinstalar su tesis, lo que generó un ambiente de crispación en el oficialismo que alimenta aún más la incertidumbre del rumbo que tomará el gobierno.
La indefinición
Contrariamente a lo que se esperaba, pero concordante con su estilo de no dirimir, Bachelet prefirió dejar en la nebulosa lo que sucederá con las principales reformas que están en trámite o continúan pendientes.
Porque con excepción del anuncio de que la gratuidad para la educación superior alcanzaría al 50 en lugar del 60 por ciento de los estudiantes más vulnerables y que ésta se extendería a planteles que no están en el Cruch –lo que igual ha generado polémica por falta de precisiones- en los demás temas, incluidos los otros educacionales como la desmunicipalización, la mandataria sólo hizo alusiones en términos generales.
Fue así como en el caso de la reforma tributaria, si bien admitió que se le harían ajustes para hacerla más operativa, ni siquiera aclaró si éstos requerirían o no cambios legislativos, pese a que se suponía que incluso en este encuentro se darían a conocer los términos de la propuesta de una ley corta que se mandaría al Congreso.
Pero así como no se comprometió en un tema como éste, frente al cual existen pocas discrepancias a estas alturas, menos lo hizo con una de las más polémicas reformas, como es la laboral, donde optó por no jugarse por ninguna de las posturas en disputa. Porque si bien planteó posibles modificaciones al aludir a la necesidad de fortalecer a las Pymes, no se pronunció acerca de si estaría dispuesta a incorporar el reemplazo interno en caso de huelga, que es uno de los puntos que más discusión genera.
Con la falta de definiciones en la reforma laboral, la Presidenta dejó abierto el debate que incluso se da al interior de su gabinete, por la distinta postura que sostiene el ministro Valdés -partidario de introducirle algunos cambios por los efectos económicos que percibe que tendrá- con la titular del Trabajo, Ximena Rincón, quién se inclina por mantener dicha reforma tal como salió de la Cámara de Diputados.
No pocos apuntan a que su alusión a que ella es la que decide cuando existen discrepancias en su propio equipo, se refería precisamente a esta materia, frente a la cual – como lo corroboró la presidenta del PS, Isabel Allende, tras reunirse con ella el martes- su decisión final sería inclinarse por la postura que sostiene Rincón, en desmedro de la que impulsa el ministro de Hacienda.
Igualmente ambiguo fue el planteamiento presidencial referido a los cambios a la Constitución, al punto que su referencia a que el proceso constituyente que se iniciará en septiembre con una primera etapa de educación cívica, fue interpretada de las más distintas maneras, desde que había decidido hacer una pausa en este tema, hasta que había renunciado a esta reforma durante su gobierno.
El triunfo del PC
Esa ambigüedad en las definiciones que se esperaban de este cónclave, confirmó que la opción de Bachelet fue evitar el conflicto, en lugar de asumir su liderazgo con definiciones frente a los temas en que existen distintas posturas.
Para muchos, el no haber considerado el concepto de gradualidad que ella misma había asumido, básicamente se debió al temor a que aumentaran las críticas que surgieron desde la Nueva Mayoría, especialmente de aquellos sectores más de izquierda que reclamaron para que no se abandonara el plan reformista.
Especial importancia habría tenido la posición del Partido Comunista, que en este último mes llegó incluso a amenazar con abandonar el gobierno si es que no se cumplía el programa a cabalidad, un riesgo que Bachelet no pareció dispuesta a correr. La señal al PC fue tan clara, que uno de los que más celebró los resultados del cónclave fue su presidente Guillermo Teillier, quien admitió que ellos habían salido fortalecidos.
El triunfo del ala más de izquierda, que también lo proclamaron otros dirigentes pro reformas, como el presidente del PPD, Jaime Quintana, lo confirma además la incomodidad de gran parte de la DC, donde muchos de sus dirigentes no ocultaron su desazón por la falta de acogida a la tesis de la priorización en el proceso reformista que imponen, tanto el momento económico, como el déficit en la gestión.
La dupla Burgos-Valdés
Pero la postura que hizo explícita la Presidenta en cuanto a que no era partidaria de ir paso a paso, porque de esa manera no se llega a ninguna parte, no sólo molestó en la DC, sino que golpeó fuerte a la dupla Burgos-Valdés que se ha jugado por imponer gradualidad a las reformas.
Tanto fue así, que pocos dejaron de interpretar que los grandes perdedores de la jornada habían sido precisamente dichos ministros, a quienes – como cuentan algunos de los participantes- se les percibió incómodos, al punto que Burgos no se quedó hasta el final, mientras Valdés debió aceptar que no se le permitiera hablar como él esperaba, para sincerar las cifras de manera de socializar la necesidad de actuar con realismo.
Pero conscientes de las implicancias que podía tener el hecho de que parecieran derrotados por la falta de respaldo presidencial a su postura, ellos mismos optaron por tratar de empoderarse.
Fue en momentos en que comenzaba a instalarse la idea de que poco o nada podían hacer frente a la posición asumida por Bachelet, cuando decidieron coordinadamente el miércoles replantear la tesis de la gradualidad. Sin embargo el titular de Hacienda, secundado por su par de Interior, insistió en que los recursos con que se cuenta impide hacer todo al mismo tiempo, por lo que reiteró la importancia de priorizar las reformas, posición que corroboró Burgos al afirmar que él comparte completamente dicho planteamiento.
Por lo que indican algunos de sus cercanos, ellos optaron por jugar dicha carta al asumir que el peor escenario era que aparecieran sin poder, por lo que optaron por usar toda la capacidad de maniobra que les da el hecho de que fueron nominados por la propia mandataria para liderar la gestión del gobierno en esta etapa.
Pero la reinstalación del concepto de gradualidad por parte de los ministros, de inmediato los enfrentó tanto con la CUT, como con el PC, además de otros dirigentes reformistas que alegaron con fuerza que ellos no podían contradecir los planteamientos presidenciales, con lo que resurgió la tensión en el oficialismo, que era lo que precisamente el encuentro del lunes buscaba impedir.
En este cuadro, la gran inquietud que surge es cuál será la posición final de Bachelet, porque aun cuando hizo un gesto a sus ministros, no está claro si ello implica un apoyo a la idea de que se debe actuar con realismo, o si por el contrario, se inclinará por no renunciar a nada, como reclaman desde la izquierda quienes critican a los ministros.