Egipto y las consecuencias de una religiosidad mojigata, separada de la vida

Por: | Publicado: Viernes 27 de julio de 2012 a las 05:00 hrs.
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Por Jean-Jacques Pérennès *




Los resultados de las elecciones legislativas egipcias que tuvieron lugar en enero de 2012 han tenido el efecto de un terremoto: ¡el 76% de los escaños del Parlamento en manos de los islamistas! Todos se esperaban que los hermanos Musulmanes obtuviesen un buen resultado, pero nadie imaginaba que un cuarto del electorado egipcio iba a dar su voto a los salafistas. Las cancillerías y los “especialistas” se habían engañado: la transición a la turca, que muchos habían previsto, no parece que esté al orden del día. Una vez derrocados Mubarak y su régimen, ¿acaso también Egipto conocerá ahora un “Estado islámico”? La victoria del candidato de los Hermanos Musulmanes en la elección presidencial del pasado junio pasado reavivó este temor.

Para ver las cosas más claramente y no pensar aplastados por los miedos es necesario hacer un análisis de las relaciones entre religión y política en el contexto egipcio. Es preciso comenzar recordando un dato básico de la realidad egipcia: la omnipresencia del factor religioso. Esta no se remonta a la llegada del Islam. El pueblo egipcio lleva la religión en su carne al menos desde los tiempos de los Faraones. También hoy, en el siglo XXI, los egipcios son muy religiosos, ya sean cristianos o musulmanes. La religión está presente en los nombres propios (si uno se llama Mohamed o Guirguis, Ahmed o Boutros, en seguida está claro con quien se está tratando), en el modo de saludarse (más o menos religioso, sobre todo entre los musulmanes), en la manera de vestirse y de aceptar los acontecimientos de la vida: lo religioso impregna la vida diaria y la identidad de cada uno.

Desde febrero de 2012 los egipcios se embarcaron, quizá por primera vez en su historia, en una aventura democrática: el pueblo fue llamado a pronunciarse sobre su destino. En marzo de 2012 tuvo lugar un referéndum para modificar la Constitución hecha a medida para Mubarak; sucesivamente votaron en noviembre por los diputados y eligieron a un presidente de la República con sufragio universal. El Consejo Superior de las Fuerzas armadas (CSFA), que tiene el poder supremo durante esta fase de transición, ha prohibido formalmente los partidos religiosos, pero está claro que la religión fue un “marcador”, un criterio de referencia decisivo en la opción de los electores. En todo caso, esta es la hipótesis que se da para explicar el voto masivamente islamista de otoño de 2011: refleja la identidad religiosa del 90% de los egipcios. La misma hipótesis vale para los cristianos: es poco probable que muchos coptos hayan votado por candidatos musulmanes. Los egipcios votaron según su pertenencia religiosa.

Parece que hubo una cierta evolución durante la campaña de las presidenciales, durante la cual se vio a un gran número de egipcios tomar las distancias y desmarcarse de los candidatos explícitamente islamistas. Así el candidato de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi, en la primera vuelta alcanzó solamente el 25% de los votos, mientras que un candidato que hacía referencia a un partito nasseriano, Hamdeen Sabbahi, alcanzó el 20% con la sorpresa de todos. Los temas que defendía Sabbahi son la justicia social, la promoción de las clases populares (campesinos, obreros), y sedujeron a un gran número de musulmanes que habían votado por un islamista en la primera vuelta.

En la segunda vuelta Morsi obtuvo el 51.7 % de los votos, sobre un total de 51% de votantes. Esta victoria, por tanto, no debe esconder un cierto alejamiento de los líderes islamistas. Demuestra que se está iniciando un debate político en el país, poco tiempo después de un voto que había sido ampliamente religioso. Cabe decir que los Hermanos Musulmanes se mantienen en posiciones vagas por lo que se refiere al significado de la aplicación de la sharía que promueven. Oyéndoles, se trataría de medidas simbólicas dirigidas a moralizar la vida social: restricciones sobre el alcohol, indumentaria decorosa requerida a los turistas, etc. Los parlamentarios elegidos han debatido mucho sobre estas cuestiones, lo cual ha contribuido a desacreditarlos notablemente a los ojos de los egipcios, que esperan de sus representantes soluciones a los problemas concretos: el desempleo, la casa, el sistema educativo, los transportes urbanos, los hospitales. Hoy los salafistas aspiran a obtener el control de ministerios influyentes como el de educación.

La posición de al-Azhar constituye otro factor importante de la evolución en marcha. Al-Azhar, una institución religiosa y académica egipcia con más de mil años (fundada en 988), goza de un gran prestigio en el mundo sunnita. Dirigida por un gran Imán, Shaykh al-Azhar, su influencia pasa a través de sus numerosos alumnos y estudiantes (más de 400.000), esparcidos por todo Egipto y los países cercanos (Gaza, Sudán). Nasser había tratado de limitar su influencia reservándose el derecho de nombrar al Gran Imán y englobando sus recursos financieros (waqf) en el Ministerio de Asuntos Religiosos, que controla el Estado. Al-Azhar, al pasar el Imán bajo el control del régimen, perdió en parte su prestigio, aunque al mismo tiempo la Universidad se modernizó y abrió numerosas facultades civiles al lado de las facultades religiosas tradicionales (lengua árabe, sharía, fundamentos de la religión).

El actual gran Imán, Dr. Ahmed al-Tayyeb, es al mismo tiempo un verdadero universitario, titular de un doctorado obtenido en la Sorbona, y un verdadero religioso, proveniente de una confraternidad sufí del Alto Egipto. Ante las incertidumbres que amenazan el país, el gran Imán decidió intervenir en el debate público mediante varias iniciativas: la creación de un lugar de debate sobre las cuestiones sociales (Casa de la Familia Egipcia); la publicación en junio de 2011 de un texto de once puntos en el cual al-Azhar se pronuncia a favor de «la creación de un Estado nacional constitucional democrático y moderno, basado en una constitución aprobada por la Nación, que garantiza la separación de los poderes de las distintas instituciones dirigentes» (artículo 1). Este texto es de capital importancia, porque se distancia de la posibilidad de un Estado teocrático, aunque afirme que la Constitución debe ser «acorde a los conceptos justos del Islam». Por último, en enero de 2012, al-Azhar se pronunció sobre las libertades fundamentales que se deberán garantizar a todo egipcio.

La institución, además, ha tenido un papel moderado, en particular cuando algunos salafistas atacaron mausoleos sufíes, un acto que el Imán condenó. Últimamente al-Azhar espera recuperar su independencia del poder político, pero si este último cayera en manos de los salafistas, probablemente intentarían asumir el control, considerando la importancia ideológica de las tomas de posición de al-Azhar.

Contrariamente a los musulmanes que, más bien numerosos, parece que hayan apreciado a los líderes políticos, los cristianos se han atenido a un principio de precaución: hacer de todo para limitar el poder de los islamistas en el país. Esta preocupación ha tenido un papel significativo en los resultados del general Ahmed Shafiq, que llegó a la segunda vuelta de las presidenciales, mientras que se esperaba que lo hiciera Amr Moussa. Hay que decir que la comunidad copta ortodoxa está en un estado un poco de desconcierto desde la muerte del Papa Shenuda de abril de 2012. Todas las miradas están fijas en el sínodo que discutirá los posibles candidatos a la sucesión. La elección no tendrá lugar antes de octubre o noviembre y, por tanto, la Iglesia copta ortodoxa ya no tiene un líder indiscutido que la guíe y cuya palabra tenga fuerza de ley.

Quizá también aquí habrá una evolución: algunos coptos no esconden su deseo de que se dé más espacio al debate y la discusión dentro de su Iglesia, pero el modelo de sumisión respecto de los sacerdotes y obispos sigue siendo dominante.

Para concluir, tenemos la impresión de que la asunción del factor religioso de parte de los políticos es extremamente ruda, aunque se hable de ello continuamente. El Islam que se manifiesta patentemente y continuamente en el espacio público es un Islam mojigato, que se preocupa de lo que se ve y de lo que se dice (el debate gira alrededor de halal o haram), mientras que los desafíos reales del país son emergencias sociales: qué se propone a la juventud, qué dicen las religiones a propósito de la justicia social, de la distribución de la riqueza, etc.

Se ve en esto un cierto triunfo de las corrientes conservadoras provenientes del Golfo. Las fatwa se multiplican, sin coherencia, y no surge ningún proyecto de sociedad en la cual los religiosos tengan algo constructivo y coherente que proponer. Como máximo relanzan una serie de prohibiciones. Sobre este punto los cristianos no son más creativos que los musulmanes. Incluida la Iglesia Católica que podría aprovechar de su número exiguo para osar una palabra libre, creativa y exigente. ¿Cuánto tiempo durará esta supremacía de los religiosos? No es demasiado pensar que el gusto por la palabra y el gusto por el debate, nacidos de la Revolución y que parecen ahora adquisiciones del pueblo, al final serán un desafío tanto para los líderes políticos, como para los jefes religiosos.

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