De todas las ilustraciones inspiradas en el “abismo fiscal” -la metáfora del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, del amenazante ajuste del presupuesto de Estados Unidos- ninguna es más decidora que un gráfico de los índices bursátiles de EEUU de la semana pasada. Al principio los inversionistas impulsaron los precios al alza cuando parecía que el presidente Barack Obama y el vocero de la Cámara de Representantes, John Boehner, estaban cerca de un acuerdo. Pero cuando el mercado abrió el viernes, las acciones caían precipitadamente luego que la noche anterior quedara de manifiesto la incapacidad de Boehner de ordenar su propia tropa.
El hecho de que las negociaciones en Washington estén en el centro de las preocupaciones de los inversionistas no son sólo malas noticias. Sugiere, por lo menos, que la propia economía está comenzando a ganar impulso: una recuperación adecuada ahora depende de los políticos. El cambio en el mercado inmobiliario y el alza de las previsiones de crecimiento del tercer trimestre a una respetable tasa anualizada de 3,1% muestran que la economía de EEUU puede librarse de sus males, a menos que las autoridades vuelvan a paralizarla.
El nerviosismo del mercado refleja que esto bien podría suceder. Los inversionistas tienen razón en estar preocupados. La expiración combinada de recortes impositivos de George W. Bush y otros y el comienzo de los recortes “confiscatorios” al gasto militar y de asistencia social implica una reducción de más de 3% en el déficit oficial en 2013, una verdadera amputación de su contribución a la demanda en la economía de EEUU.
La clara victoria de Obama hizo parecer posible que Washington pusiera fin a su parálisis. El luto nacional por la tragedia de Sandy Hook sugirió brevemente un nuevo espíritu de asociación bipartidista. Eso ahora se evaporó.
Boehner merece ser culpado en mayor medida por el fracaso. Obama recorrió un largo camino para acomodarse a las demandas republicanas, alzando el límite para la aplicación del impuesto a la renta y, aún más importante, aceptando un ajuste más estricto de la inflación para la seguridad social. Eso habría sido un prometedor precedente para la disposición del presidente a discutir la reforma a los subsidios en futuras negociaciones, un tema difícil para los demócratas. Sin embargo, los republicanos de la Cámara Baja probaron ser demasiado rebeldes para ser conducidos por el político de Ohio. Nunca pareció ser fácil convencerlos de que un acuerdo valía la pena, pero Boehner ni siquiera parece haber hecho el trabajo político básico.
En 2008, la violenta reacción del mercado hizo que los legisladores repensaran su rechazo inicial al programa de rescate de los bancos (TARP). Podría suceder de nuevo con el abismo fiscal, pero hacer política según los derrumbes del mercado no es la forma de gobernar un país. En 1995 Bill Clinton tuvo intensas negociaciones con el Congreso para evitar la paralización del gobierno. Lo menos que Obama y Boehner pueden hacer es suspender sus vacaciones e intentar de nuevo hacer más.