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Príncipes de Disneylandia están bajo una maldición

Nadie le creyó al rey Bob, pero él sí quería encontrar un sucesor para el reino mágico.

Por: John Gapper, Financial Times | Publicado: Viernes 8 de abril de 2016 a las 04:00 hrs.
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Tom Staggs, el director de operaciones de Walt Disney, se marcha de la compañía después de haber perdido el apoyo de la junta para convertirse en el sucesor de Bob Iger -el actual presidente y director ejecutivo- en 2018. La medida amenaza con repetir los problemas de Disney relacionados con la sucesión de Michael Eisner, el predecesor de Iger, la cual culminó en una revuelta de los accionistas en 2004.

El hecho de haber cultivado, y posteriormente rechazado, primero a Jeffrey Katzenberg y luego a Mike Ovitz como segundos al mando en Disney a mediados de la década de 1990, empañó el mandato de Eisner. En el libro de 2005 “DisneyWar” sobre ese período, el autor James Stewart describió la compañía como un lugar “profundamente arraigado en una cultura de fantasía” en donde los ejecutivos “asumen el aura de los derechos hereditarios”. La fecha de salida de Iger se ha pospuesto tres veces.

Érase una vez en Disneylandia, un reino en el que el contenido era rey, pero el rey no estaba contenido.

El reino mágico había prosperado durante el reinado del rey Bob, multiplicándose en valor y extendiendo su dominio sobre varios imperios de la fantasía como Pixar Animation y Marvel Entertainment. El rey Bob comprendía el valor de una franquicia mejor que nadie. Pero la corona ahora descansaba pesadamente sobre la cabeza del monarca. Su pasado iba a regresar para ponerse en su contra.

El rey Bob recordó sus días de lucha como príncipe en la corte del rey Michael, durante los cuales discretamente intentaba ascender al trono. Sí, el rey Michael había sido un desgraciado. El rey Bob recordó un amargo día en Sun Valley -en donde los monarcas rivales se reunían para los torneos anuales- cuando el rey había prometido presentar al entonces príncipe Bob como su sucesor. ¡Él lo había prometido! Y nunca cumplió con su palabra.

Tanto el príncipe Jeffrey -el impetuoso aspirante a quien el rey Michael llamaba su golden retriever (quizás el príncipe Jeffrey debiera haber entendido la indirecta)- como el príncipe Mike -un imperturbable cortesano de Hollywood- habían sido descartados. Al príncipe Bob le había tomado hasta la última gota de autocontrol y de encanto sobrevivir la maldición de los príncipes de Disneylandia.

Cuando se miraba en el espejo mágico de Wall Street cada mañana y se preguntaba: ¿Espejito, espejito quién, de todos, es el gobernante más bonito?, el espejo siempre le respondía, el rey Bob. Nunca tuvo duda alguna, ni mencionó nunca al príncipe Tom. Convertirse en rey no era como ser Winnie the Pooh y pedirle prestado a Christopher Robin un mágico globo azul con el fin de flotar y tomar miel de la colmena. Había que subirse al árbol de Disneylandia por cuenta propia.

El seleccionar a un sucesor potencial el año pasado entre el príncipe Tom y el otro príncipe, cuyo nombre ahora se le escapaba de la mente al rey, había sido como elegir entre dos enanos llamados Feliz y Gruñón. Claro está, el príncipe Tom estaba contento, pero ¿qué podía decir el rey Bob? El príncipe Tom nunca dio la talla en el trabajo.

El problema era que Disneylandia era un vasto imperio que se extendía larga y anchamente. Requería a un tipo grande para administrarlo, aunque fuera el mismo rey Bob quien lo dijera. Hacía mucho tiempo, el reino había sido gobernado conjuntamente por los hermanos fundadores, el rey Walt y el rey Roy. El rey Walt trabajaba en la alquimia creativa y el rey Roy manejaba el dinero. Eso había funcionado muy bien. Pero el rey Michael se había empeñado en gobernar sobre todos los aspectos, y el rey Bob también lo hizo.

El rey Michael había advertido que si un mago de las finanzas alguna vez se pusiera a cargo, Disneylandia se congelaría y la primavera nunca llegaría. El administrar un reino creativo era difícil. Los diseñadores de animación eran como las princesas: había que besarlos constantemente o se dormían.

El rey Bob a menudo pensaba en las princesas. Se le ocurrió que la mayoría de los príncipes en las películas de Disneylandia eran ya fuera malos o simplemente estaban asumiendo el papel. Ellos pensaban que era suficiente ser guapos e inalcanzables hasta que llegara el momento de montarse en un caballo y hacer que sus conquistas perdieran la cabeza. Mientras tanto, eran las princesas de Disney quienes estaban realizando la mayor parte de las arduas labores tras bastidores.

El rey Bob se dio cuenta de que ése era el problema. Él había permanecido tontamente ciego a la moraleja de sus historias: que las mujeres son las que verdaderamente se desempeñan de manera sobresaliente. Pueden estar ataviadas con trapos y estar limpiando la suciedad en el fregadero; pero sólo hay que colocarles las zapatillas de cristal y están listas para todo.

El rey Bob conocía a una princesa en el reino de Facebook llamada Sheryl Sandberg. Él había admirado a la princesa Sheryl en su paso a través de Sun Valley, y había obtenido permiso del soberano de Facebook, el rey Mark, para invitarla a formar parte de su consejo privado. Al rey Bob le gustaba el estilo de la princesa Sheryl; le gustaba mucho.

Nadie parecía creerle al rey Bob, pero él realmente quería retirarse. Cada noche, le pedía a una estrella que le concediera el deseo de que sus marionetas se convirtieran en líderes, pero tenía que seguir tirando de sus hilos. La princesa Sheryl pudiera ser la respuesta a sus plegarias. Todo el mundo aplaudiría si ella heredara la corona. El buen rey Bob es un personaje verdaderamente ilustrado, exclamarían las multitudes. ¡Qué soberano tan sabio!

Si lo de una reina funcionara, el rey Bob todavía seguiría siendo el mejor rey que Disneylandia jamás hubiera conocido. Y si no funcionara, siempre existe la posibilidad de que él siga gobernando durante un poco más.

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