Involución
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 1 de julio de 2011 a las 05:00 hrs.
La naturaleza es sabia y dispone todo para conservarse y mejorar. Su rey es el Hombre, quien por su racionalidad tiene encargo de liderar este proceso de desarrollo y optimización del ser. De ahí que el cosmos progrese en la medida en que el Hombre someta su quehacer al control de la razón. No existe desarrollo sin la razón o contra la razón. Manifestaciones de este retroceso en el ser por falta de racionalidad son la injusticia social que condena a muchos a la extrema miseria, y el emprendimiento lucrativo que sacrifica o hipoteca la ecología del universo.
Por eso existe y debe hablarse también de una ecología moral. Toda norma ética no es ni pretende otra cosa que asegurar la conservación del ser y propender a su gradual perfección. Moral y derecho prohíben eliminar arbitrariamente una vida inocente, porque sin protección del derecho a la vida fenece, en su raíz, todo ulterior derecho. La honra de la persona y su intimidad son sustento y corona de su patrimonio, y por eso la norma ética y jurídica tienden sobre esos bienes su manto tutelar. La sexualidad concurre al bien de las dos personas involucradas y asegura, como fruto, la perpetuación de la especie: ello explica que el sistema esté normativamente orientado a cautelar su ejercicio en libertad, integridad y responsabilidad social. Evolución, progreso, desarrollo se miden por el efectivo respeto y activa promoción de estos valores.
Lo contrario es involución, retroceso antropológico, atentado ecológico: el Hombre es el principal recurso de la naturaleza cósmica. Y cuando ocurre este desorden evolutivo, suele escalonarse en 3 fases. En la primera, “hay pecado y hay pecador”: el sistema conviene en que determinadas conductas atentan, por su intrínseco dinamismo, contra el bien personal y que los responsables de la agresión merecen ser sancionados. En la segunda, “hay pecado, pero no hay pecador”: todavía se da consenso, natural y social, respecto de lo que es ilícito y debe ser prohibido; pero los responsables del agravio ya no son personas, es un ente abstracto, el sistema, la autoridad, el ambiente, la tradición. Aligeradas las culpas y responsabilidades personales, no tarda en instalarse la fase tercera: “no hay pecado y ¡viva el pecador!”. Nadie puede imponer una valoración ética, lo moral es el simple resultado de una ecuación o positivo consenso mayoritario en una situación dada. Y los que ayer aparecían como trasgresores merecen un reconocimiento clamoroso, con ribetes de héroes injustamente amordazados.
Hay signos elocuentes de que entramos en tercera fase involutiva. Valga esta reflexión como diagnóstico de alerta. Comencemos a razonar y actuar para restablecer la ecología humana y reimpulsar el progreso cósmico. La razón y el coraje tienen la palabra.
Por eso existe y debe hablarse también de una ecología moral. Toda norma ética no es ni pretende otra cosa que asegurar la conservación del ser y propender a su gradual perfección. Moral y derecho prohíben eliminar arbitrariamente una vida inocente, porque sin protección del derecho a la vida fenece, en su raíz, todo ulterior derecho. La honra de la persona y su intimidad son sustento y corona de su patrimonio, y por eso la norma ética y jurídica tienden sobre esos bienes su manto tutelar. La sexualidad concurre al bien de las dos personas involucradas y asegura, como fruto, la perpetuación de la especie: ello explica que el sistema esté normativamente orientado a cautelar su ejercicio en libertad, integridad y responsabilidad social. Evolución, progreso, desarrollo se miden por el efectivo respeto y activa promoción de estos valores.
Lo contrario es involución, retroceso antropológico, atentado ecológico: el Hombre es el principal recurso de la naturaleza cósmica. Y cuando ocurre este desorden evolutivo, suele escalonarse en 3 fases. En la primera, “hay pecado y hay pecador”: el sistema conviene en que determinadas conductas atentan, por su intrínseco dinamismo, contra el bien personal y que los responsables de la agresión merecen ser sancionados. En la segunda, “hay pecado, pero no hay pecador”: todavía se da consenso, natural y social, respecto de lo que es ilícito y debe ser prohibido; pero los responsables del agravio ya no son personas, es un ente abstracto, el sistema, la autoridad, el ambiente, la tradición. Aligeradas las culpas y responsabilidades personales, no tarda en instalarse la fase tercera: “no hay pecado y ¡viva el pecador!”. Nadie puede imponer una valoración ética, lo moral es el simple resultado de una ecuación o positivo consenso mayoritario en una situación dada. Y los que ayer aparecían como trasgresores merecen un reconocimiento clamoroso, con ribetes de héroes injustamente amordazados.
Hay signos elocuentes de que entramos en tercera fase involutiva. Valga esta reflexión como diagnóstico de alerta. Comencemos a razonar y actuar para restablecer la ecología humana y reimpulsar el progreso cósmico. La razón y el coraje tienen la palabra.
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