Juan Pablo II, el derecho a la vida y el aborto

Por: | Publicado: Viernes 27 de mayo de 2011 a las 05:00 hrs.
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Por Jaime Antúnez Aldunate*


Director de Revista HUMANITAS 



El Cuaderno Humanitas n°24 nace de la memoria que quiso hacerse en la Universidad Católica a lo largo del año 2010, en su 15° aniversario, de la encíclica Evangelium vitae, sin duda uno de los documentos más importantes del Papa, ahora Beato Juan Pablo II. Habiéndose publicado ese año en revista HUMANITAS tres interesantes artículos y teniendo en manos el texto de la conferencia sobre la Evangelium vitae pronunciada por Mons. Fernando Chomalí en el Salón de Honor de la Universidad Católica en octubre de 2010, se consideró oportuno y provechoso para los lectores de Humanitas juntar todo ello en una sola publicación, agregando a ésta los otros cuatro preciosos ensayos sobre la misma encíclica, cuyos autores son el Cardenal Angelo Scola y de los profesores Livio Melina, Francesco D’Agostino y Josef Seifert, respetados especialistas en esta materia. El resultado de esa idea es el Cuaderno Humanitas n°24.

Mientras en esto se trabajaba, nada sabíamos sin embargo sobre la feliz noticia de que la Iglesia reconocería oficialmente la santidad de Juan Pablo II declarándolo beato el 1° de mayo recién pasado; asimismo, tampoco adivinábamos la mala noticia de que súbitamente, a caballo del oportunismo político y del ideologismo, el aborto “terapéutico” volvería a ser presentado como proyecto de ley en el Congreso de Chile. Estos dos hechos –de muy diferente magnitud pero que tienen que ver entre sí- dan hoy una importancia y actualidad mucho mayor que la prevista a este Cuaderno N°24, anexo a Humanitas 62.



¿Qué nos dicen en sustancia los autores que aquí reunimos, cada uno reconocido conocedor de esta materia?


Desde luego que el anuncio de la encíclica Evangelium vitae se remite –y con estas palabras textuales lo formula el n° 70 de la encíclica- a “una ley natural inscrita en el corazón del hombre”, es decir, a un anuncio que supone hallar una correspondencia en exigencias profundas del alma humana cuya presencia todo hombre puede descubrir en su interior. Es sin duda un mensaje que lanza un fuerte desafío a distintos paradigmas conceptuales presentes y dominantes en el actual entorno. (cfr. Francesco D’Agostino)
En la ribera de enfrente tenemos, entre tanto, la difusión más o menos explícita en el ámbito actual de una explicación reduccionista de los fenómenos vitales humanos, que conduce a una concepción según la cual el hombre es puramente una asociación de células, una etapa accidental de la evolución y el ADN es la esencia de la vida. Según esta visión, resulta luego imposible comprender el organismo humano como un todo, más allá de la suma de cada una de sus partes. Como consecuencia, muy grave en el plano social y cultural, se difumina un velo que inhabilita para apreciar la dignidad del misterio que es la vida humana misma, debilitándose –cuando no destruyéndose completamente- el fundamento de una perspectiva ética de la sociedad, más allá de la que dicte el mero consenso. En estas circunstancias –cuando la idea que se tiene del alma se reduce a componentes químicos- y en la medida que ello domine el plano cultural de una sociedad o de un importante conjunto humano, nociones que constituyen cimientos para la vida buena en común, según una visión cristiana del hombre, como son verdad y error, libertad y dignidad, pasan a ser “flatus vocis”, nombres vacíos de contenido, situación que más o menos grafica el carácter peculiar de la crisis moral en que nos encontramos. (cfr. Livio Melina)
Como lo expuso Benedicto XVI con inmensa clarividencia en su célebre conferencia en la Universidad de Ratisbona al inicio de su pontificado, la adopción de una perspectiva cognoscitiva empirista-sensista, según la cual sólo existe el “hecho” constatable mediante la ciencia biológica, transforma la moral en una realidad de carácter puramente subjetivo y el tema de Dios deviene una cuestión simplemente precientífica.

Sabiamente escribió el Cardenal De Lubac –cita suya muchas veces repetida por los dos últimos papas- que es posible al hombre organizar una tierra sin Dios, pero inevitablemente la organizará así contra el mismo hombre. En la Evangelium vitae Juan Pablo II lo dice con estas palabras: “A la rebelión del hombre contra Dios… se añade la lucha mortal del hombre contra el hombre” (N°8).

Dijimos que esta encíclica de Juan Pablo II contiene mensajes que lanzan fuertes desafíos a distintos paradigmas conceptuales presentes y dominantes en el mundo actual. Vemos en seguida que esto es muy claro por lo que se refiere a la salvaguarda del sistema democrático vigente en todo el mundo occidental y en gran parte del orbe. Se introduce, en efecto, a través de esa concepción ideológica materialista y reductiva que denuncia la Evangelium vitae, un ingrediente explosivo para la convivencia democrática. Pues en el centro de la convivencia social reglamentada por la ley ya no se halla el reconocimiento de los derechos originales e indispensables, válidos para todos y cada uno, partiendo del derecho más fundamental: el derecho a la vida. Alejada por esta senda reductiva e ideológica de sus bases morales, la democracia corre de esta forma el peligro de transformarse en pretexto para hacer prevalecer el derecho de los más fuertes contra los más débiles. (cfr. Angelo Scola)
En esta encíclica Juan Pablo II reveló la división interna que aqueja a una sociedad que, por un lado, afirma la inviolabilidad de los derechos humanos y luego se declara favorable a la manipulación del evento que constituye el propio fundamento de todo derecho real y posible: la vida.

Frente a este fenómeno de esquizofrenia moral y cultural latente en muchos lugares de occidente contemporáneo –entre nosotros por supuesto que también- Juan Pablo II fue ciertamente un profeta en la denuncia clarividente, sin cansancios ni claudicaciones. Lo fue también en aquello que aquí el Cardenal Scola llama una de sus manifestaciones macroscópicas: la división entre la afirmación de la necesidad de una moralidad “pública”, por un lado, y la de una supuesta indiferencia frente a la inmoralidad “privada”, por el otro. Aquí también se manifiesta de otra forma –añade el cardenal Scola- lo ilusorio que es creer que se puede resolver la relación entre la moral y la política sin resolver aquella que existe entre el sentido del misterio (religioso) y la moral, entre la fe y la moral.

A la luz de lo anterior es emocionante ahora recordar –como se apunta en estas páginas- las palabras que el Beato Juan Pablo II pronunciara en la Plaza de San Pedro tres días antes de haber sido blanco del disparo casi mortal de Ali Agca (hace ahora casi exactamente 30 años): “El servicio al hombre se manifiesta no sólo en el hecho de que defendamos la vida del niño al nacer (o del moribundo). Se manifiesta, contemporáneamente, en el hecho de que defendemos las conciencias humanas. Defendemos la rectitud de la conciencia humana para que llame bien al bien y mal al mal, para que ella viva en la verdad. Para que el hombre viva el la verdad, para que la sociedad viva en la verdad” (Regina Coeli, 10 de mayo 1981).

Toda la larga e intensa vida del Beato Juan Pablo II –que vamos ahora conociendo cada vez más en sus detalles- fue un modelo acabado de incorporación plena de la “vida eterna” a la propia vida terrena, de resolución acabada en la propia existencia así como en su enseñanza, desde mucho antes de ser papa, de una eximia relación entre el sentido del misterio religioso y la moral, entre la fe y la moral. Por ello mismo, en la sequela Christi de que dio ejemplo su intensa vida –y como lo pudieron ver también nuestros ojos- se transformó para los hombres de nuestro tiempo en un gran signo de amor y contradicción.

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