Respetar la naturaleza es exigencia y garantía expresa en nuestra Constitución Política. Su art. 5º ordena a los poderes soberanos detenerse ante el muro infranqueable de derechos esenciales, cuya raíz y fundamento es la naturaleza humana. Su art. 19, 8º, obliga al Estado a tutelar la preservación de la naturaleza. Y su art. 19, 23º prohíbe adquirir dominio sobre bienes que la naturaleza ha hecho comunes a todos los hombres. Para el constituyente existe un derecho natural, que el derecho positivo debe honrar como anterior y superior a la soberanía estatal.
Sabidurías milenarias han coincidido en esta constatación racional: la naturaleza enseña, la naturaleza impera; el perdón que Dios concede siempre, y los hombres a veces, no ampara nunca al transgresor de la naturaleza.
Es ley de la naturaleza que cada persona humana, por el solo hecho de serlo, sea un fin en sí misma y nunca medio para otros; dotada como está de atributos, dignidad, libertad y responsabilidad que la elevan por encima de toda otra creatura o construcción social. Pero parecemos mesiánicamente empeñados en someterla al control y virtual dominio de un minoritario aparato estatal que alardea de saberlo todo y hacerlo todo mejor que las personas libres.
Ese aparato estatal se arroga el inexistente derecho de decidir legalmente quién tiene derecho a vivir o a sobrevivir, según el deseo de un tercero y aunque el condenado sea por completo inocente. Esa misma minoría de iluminados no cree que los padres de familia sean capaces de elegir lo mejor para sus hijos, y deja su educación librada a la suerte o a la asfixiante imposición y regulación estatal. Celebran, nuestros iluminados, como hito histórico y progresista la derogación de esa ley de la naturaleza que hace depender la reproducción animal de una relación entre macho y hembra, varón y mujer, y exige su consorcio estable para asegurar el desarrollo pleno de su prole.
Es ley natural que las leyes positivas concurran prioritariamente al bien superior de los niños y de los más desamparados: nuestros iluminados ponen por encima el bienestar placentero de los adultos y de los empoderados.
Porque son los niños, y los trabajadores humildes, y los desesperadamente necesitados de atención hospitalaria y previsional los condenados a levantarse y desplazarse en total oscuridad, mientras los gozadores adultos disfrutarán del sol vespertino para reformatearse en el gimnasio, coquetear en su happy hour y liberar sus trancas proclamando: "la noche es joven". Enseña e impera, la naturaleza, que aquello que afecta a todos debe debatirse y resolverse con la participación de todos: talante democrático que se desprecia impunemente, porque sólo los exclusivos iluminados saben qué es lo mejor para todos.
Manipular por decreto los ciclos de levantarse y acostarse es pretensión de ser más brillantes que el sol. El sabio aprende de la naturaleza.
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