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A propósito de Dickens

Por estos días en Chile, en que el encono y el pesimismo parecen dominar el debate público, no vendría mal releer a Dickens. Y también a Marshall

Por: | Publicado: Viernes 20 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
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Por estos días se celebran los 200 años del nacimiento de Charles Dickens, uno de los literatos ingleses más afamados de todos los tiempos y novelista ícono de mediados del siglo XIX. Como es común en estos casos, los análisis quedan usualmente restringidos al círculo de las artes, como si la literatura viviese en un estanco aparte del acontecer social.

Pero ello, y especialmente tratándose de Dickens, que viene a ser una suerte de padre de la novela social, no es así. Digamos las cosas como son: un pedazo de buena literatura puede hacer mucho más que un sesudo análisis “técnico” de las condiciones económicas de un cierto momento histórico. Muy probablemente, una cantidad mayoritaria de lectores han leído el cuento, o al menos han visto la película, “A Christmas Carol”, la historia del avaro Ebenezer Scrooge que en el transcurso de una noche de Navidad experimenta un cambio radical en su forma de ver el mundo, después de ser visitado por los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras. Por el contrario, nadie a estas alturas del partido debe haber leído el “Ensayo sobre los Principios de la Población” de Malthus, si bien deben conocer algo de Malthus, al menos de oídas.

Pero, como apunta el historiador James Henderson, recientemente sacado a colación por Syilvia Nasar en su prólogo de “Grand Pursuit”, el cuento de Dickens parece haber sido pensado para rebatir a Malthus, el pensador que, habiendo escrito su ensayo casi 50 años antes que el cuento de Dickens, dominaba aún el paradigma de la economía política inglesa en los tiempos del novelista.

Para Malthus, la esperanza de mejoría en las condiciones de vida de la humanidad no tenía solución: se estaba condenado a que el “excedente de población” viviera en los márgenes de la hambruna; para Dickens, tal teoría era repulsiva y contra los ropajes científicos de la misma opuso lo que tenía mano: los sentimientos humanos y su magistral forma de expresarlos.

170 años después, la partida parece haberla ganado Dickens: la ciencia económica, desde Alfred Marshall en
adelante, tiende mayoritariamente a colocar a Malthus, junto a Marx y otros pensadores pesimistas, en el lado de los equivocados. La intuición literaria finalmente probó ser más aguda que la pseudo ciencia, y la realidad, más consistente con Marshall que con Marx. El descubrimiento de Marshall, que los salarios no tenían por qué converger al mínimo de subsistencia fisiológica, sino que podían subir en el tiempo con los aumentos de productividad, ligados estos últimos a la educación y capacitación, continúa siendo, hasta hoy, el pivote de esperanza, el punto focal a partir del cual muchos economistas pensamos que el crecimiento, unido a la educación -la buena educación- constituyen la base de una sociedad mejor. De alguna forma Marshall devolvió la
esperanza que había arrebatado

Malthus, e indicó de paso, a diferencia de Marx, que la esperanza de mejoría en las condiciones sociales no requería de cambios disruptivos en el tejido económico social, aunque sí precisaba de ajustes, a veces no menores.



Dickens, de modo análogo a Marshall, pero precediendo a éste, combinó una aguda mirada crítica a la sociedad de su época, con una buena dosis de esperanza. De una u otra forma, al final de sus novelas, los personajes parecen tener lo que se merecen, y por lo mismo, los perseverantes y de buen corazón se ven usualmente recompensados -David Copperfield, Oliver Twist- así sea por accidente. Los economistas ingleses, que siguieron a Marshall, pero que crecieron leyendo a Dickens, recogieron el arte que encerraba dicha dualidad: reconocer el problema pero sin perder la esperanza; a diferencia de Dickens, ésta la encontraron precisamente en el análisis concienzudo de la realidad y su enorme riqueza en términos de lecciones para construir un mundo mejor.

Por estos días en Chile, en que el encono y el pesimismo parecen dominar el debate público, no vendría mal releer a Dickens

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