En estos días el mundo financiero está de cabeza por los acontecimientos griegos. Controles de capital, bancos cerrados, un gobierno paralizado, personas que no pueden acceder a sus bienes... En resumen, todos los ingredientes de un colapso económico y social de proporciones que tendrá un solo resultado: un altísimo costo para los mismos griegos y, especialmente y como siempre ocurre en las crisis, para los más vulnerables.
¿Cómo los griegos llegaron a esto?, se preguntará usted. Simple. Desde hace bastante tiempo vienen creyendo en la misma alquimia financiera que la Nueva Mayoría trata de venderles a los chilenos hoy. Se compraron el cuento de que es posible tener más derechos que deberes, que es posible gastar más que lo que se recauda.
Y aunque las cosas tardan, finalmente la realidad es más fuerte que el voluntarismo y el que siempre paga la cuenta termina por cansarse y se retira del juego.
En el caso de Grecia, el que paga la cuenta es Alemania. Y los alemanes trabajadores y responsables, se cansaron de financiar la eterna fiesta griega. Como si no les bastara con sus playas y clima mediterráneo, los griegos trabajan menos, son menos productivos, se jubilan antes, pagan menos impuestos que los alemanes, pero sin embargo, quieren tener un estándar de vida equivalente, y que, más encima, los financien. A todas luces una ecuación que no cuadra, al menos para los alemanes.
En Chile, la izquierda ha tratado de vender el mismo humo. Ha inflado las expectativas de la ciudadanía promoviendo y garantizando derechos que alguien tiene que financiar. Los llaman “derechos sociales”, que no es otra cosa que el antiguo anhelo socialista de que el Estado provea todo y que quienes administren el Estado sean los responsables de ello. La misma historia de siempre, que una y otra vez choca con la misma realidad -como dijo Margaret Thatcher-, al final del día se les acaba el dinero... de los demás.
Así las cosas, la verdad es que por la ruta que este gobierno nos está encaminando, en el mediano plazo, vamos a tener problemas. Lo único que está creciendo en el país son los impuestos y los gastos fiscales. Todo el resto está deprimido, y si no fuera porque nos estamos gastando los ahorros, ya estaríamos en recesión. Esa es la receta mágica para irse directo por el despeñadero, tal como los griegos, con la gran diferencia que no estamos en Europa, ni tenemos a los alemanes para que nos financien por un par de décadas.
Es por esto que se agradece cuando empiezan a escucharse voces de todos los sectores alertando (aunque un poco tarde, en mi opinión, pero al fin se escuchan) del rumbo que el país perdió. La gran mayoría de las personas sensatas y cuerdas de este país comparten que el último año y medio ha sido una vorágine de irresponsabilidad, tanto política como económica, y que es necesario enmendar la dirección. Quien no comparta esto, que le pegue una mirada a las encuestas.
Y entonces la pregunta es qué hacer. En mi opinión, la respuesta es simple.
Primero, si la Concertación tiene algún ánimo de subsistir en el espectro político, debería tomar el famoso programa de gobierno de la Nueva Mayoría y mandarlo al mismo lugar al que mandaron a sus creadores, Arenas y Peñailillo. Acto seguido, la Presidenta debiera aparecer frente a la Moneda con su gabinete, igual que el año pasado y junto a una gran pancarta que diga: “No Cambiaremos la Constitución”. Y finalmente, en una entrevista conjunta con don Francisco y Amaro Gómez-Pablos, la Presidenta debiera decir que ahora va a hacer lo que siempre fue su intuición: poner todo el énfasis en el crecimiento del país, en la creación de empleo y en una mejor gestión de su gobierno.
En resumen, muy simple. Quizás son “leseras”, como diría ella, pero harían cambiar el ánimo, y con eso el rumbo del país. Porque el mayor riesgo es que a Chile le pase lo mismo que a Grecia: que los que pagan la cuenta –usted, yo, todos los ciudadanos– decidamos retirarnos del juego. Y a juzgar por la caída en la inversión, en el consumo y en la producción, eso es lo que está pasando. Está en las manos de la Presidenta y su equipo lograr entusiasmarlos para que vuelvan.
Esa debiera ser la única prioridad.