Patrimonio
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 3 de junio de 2011 a las 05:00 hrs.
Por etimología, patrimonio es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que nuestros padres nos han legado. Cuidar e incrementar ese patrimonio es cumplir el mandamiento evangélico y el precepto de ley natural de honrar padre y madre.
También se habla de un patrimonio público, nacional, cultural. Apunta a edificios o lugares de sobresaliente connotación artística y apelación simbólica. Tenemos un domingo al año para honrar ese otro patrimonio. Mucha gente lo disfruta, visitando palacios, museos y parques.
Este año protagonizamos una inquietante paradoja. Poco antes del Día del Patrimonio, turbas incontenibles destrozaron lo que encontraron en calles y plazas. Buena parte de lo destrozado era patrimonio de pequeños propietarios, departamentos, oficinas, talleres y kioscos. El resto era patrimonio público, que todos costeamos porque a todos nos beneficia. Y la devastación se hizo en nombre de la libertad de expresión. Olvidamos que el primer patrimonio de nuestra Nación es el respeto al otro, y la libertad asociada con la responsabilidad.
También por esos días se publicaron listas interminables de pequeños propietarios y comerciantes que verán devorado su patrimonio porque desde 2009 no pudieron pagarle al fisco el impuesto territorial: la suma que el Estado exige a sus ciudadanos por vivir en lo propio, sin considerar si esta exacción es proporcionada a las rentas que el contribuyente actualmente percibe.
Y todavía prosigue, incrementado a diario, el debate sobre acuerdos de vida en común y convivencia informal, a los que se pretende homologar patrimonialmente con el contrato e institución del matrimonio. Decenas de representantes de nuestro Estado de derecho discurren, especulan, conjeturan, negocian políticamente para consensuar un ensayo de reingeniería social. Ignorando la obviedad de la naturaleza y sus leyes, creen poder engendrar figuras híbridas que sean paralelas al matrimonio y familia, semejantes al matrimonio y familia, con derechos y obligaciones de algún parecido con el matrimonio y familia, pero que no lo sean ni lleven ese nombre. Es el descaro de la ignorancia y de la soberbia; la irresponsabilidad del poder cuando se desentiende de la razón; la trasgresión flagrante de irrenunciables deberes frente a la Constitución y la ley vigentes. Pagando tributo a la ideología y a la estrategia política, juegan con la institución más antigua y venerada, base de toda política, educación y economía. La familia, cuya base principal es el matrimonio, es patrimonio de la Humanidad. Hay que fortalecerla, nunca debilitarla. El futuro del género humano, la suerte de la Nación están apostados a la familia. Un estadista responsable invierte prioritariamente en la familia.
También se habla de un patrimonio público, nacional, cultural. Apunta a edificios o lugares de sobresaliente connotación artística y apelación simbólica. Tenemos un domingo al año para honrar ese otro patrimonio. Mucha gente lo disfruta, visitando palacios, museos y parques.
Este año protagonizamos una inquietante paradoja. Poco antes del Día del Patrimonio, turbas incontenibles destrozaron lo que encontraron en calles y plazas. Buena parte de lo destrozado era patrimonio de pequeños propietarios, departamentos, oficinas, talleres y kioscos. El resto era patrimonio público, que todos costeamos porque a todos nos beneficia. Y la devastación se hizo en nombre de la libertad de expresión. Olvidamos que el primer patrimonio de nuestra Nación es el respeto al otro, y la libertad asociada con la responsabilidad.
También por esos días se publicaron listas interminables de pequeños propietarios y comerciantes que verán devorado su patrimonio porque desde 2009 no pudieron pagarle al fisco el impuesto territorial: la suma que el Estado exige a sus ciudadanos por vivir en lo propio, sin considerar si esta exacción es proporcionada a las rentas que el contribuyente actualmente percibe.
Y todavía prosigue, incrementado a diario, el debate sobre acuerdos de vida en común y convivencia informal, a los que se pretende homologar patrimonialmente con el contrato e institución del matrimonio. Decenas de representantes de nuestro Estado de derecho discurren, especulan, conjeturan, negocian políticamente para consensuar un ensayo de reingeniería social. Ignorando la obviedad de la naturaleza y sus leyes, creen poder engendrar figuras híbridas que sean paralelas al matrimonio y familia, semejantes al matrimonio y familia, con derechos y obligaciones de algún parecido con el matrimonio y familia, pero que no lo sean ni lleven ese nombre. Es el descaro de la ignorancia y de la soberbia; la irresponsabilidad del poder cuando se desentiende de la razón; la trasgresión flagrante de irrenunciables deberes frente a la Constitución y la ley vigentes. Pagando tributo a la ideología y a la estrategia política, juegan con la institución más antigua y venerada, base de toda política, educación y economía. La familia, cuya base principal es el matrimonio, es patrimonio de la Humanidad. Hay que fortalecerla, nunca debilitarla. El futuro del género humano, la suerte de la Nación están apostados a la familia. Un estadista responsable invierte prioritariamente en la familia.
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