Ayer, primer jueves después de Pentecostés, los sacerdotes hemos celebrado a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Jueves, en recuerdo de la Cena eucarística. Después de Pentecostés, marcando nuestra esencial relación con el Espíritu Santo. Es El quien nos imprime su sello indeleble, por la invocación de su nombre. El hace fecundas las palabras de la consagración eucarística. El es el perdón de los pecados. Nuestro sacerdocio es y actúa por obra del Espíritu Santo.
Por eso es consustancial, a nuestra identidad y misión sacerdotal, vivir en la alegría. Jesucristo, al recibir a los discípulos que volvían de su primera expedición misionera, exultó de gozo en el Espíritu Santo. El Reino de Dios que anunciamos es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu Santo son amor, paz y alegría. Pablo, prisionero de Cristo, habitado y conducido por el Espíritu Santo, promulgó el mandamiento de estar siempre alegres y se autodefinió como "cooperador a la alegría" de sus hermanos.
Las fuentes en que se nutre nuestra alegría sacerdotal son las mismas de Cristo. En primer lugar hacer la voluntad del Padre. Alegría es la conmoción que experimenta el ser al tomar posesión del bien que le es propio : en el recuerdo, en la aprehensión actual, en la esperanza. Quien hace la voluntad de Dios se está juntando, identificando con su ser original. Se deifica. El Espíritu Santo es el Abogado que nos hace capaces de Dios. Hacer la voluntad de Dios es ser el que uno es. Por eso es la fuente primera de todas las alegrías.
Cristo se alegra anunciando la Buena Nueva. Vino para eso. "¡Ay de mí si no evangelizare!", confiesa Pablo. Si dichosos son los que escuchan la Palabra, cuánto más alegres son los que la anuncian. Los predicadores del Evangelio sabemos lo que es eso, cada domingo.
Cristo se regocija celebrando el sacrificio eucarístico. Sacrificio es la restitución del hombre a Dios. La víctima ofrecida a Dios se hace parte de Dios, retorna como el incienso al cielo. Ser ofrenda para Dios es fuente de alegría, es misterio gozoso, como el cuarto del Rosario. Alegría que se expande en la comunión : el comulgante se cristifica, participa del gozo de Cristo, camina como Elías por el desierto, llega al Monte de la consolación.
Cristo y su sacerdote se alegran al celebrar el sacramento del perdón. Los ángeles se alegran en el cielo cuando el pecador regresa al Padre. El Padre se alegra aun más que el hijo.
El celibato es fuente de alegría sacerdotal. Un corazón indiviso disfruta de la paternidad espiritual sin fronteras. La gente quiere a sus sacerdotes y confía en ellos. El P. Kolbe, célibe, da su vida para que viva un padre de familia. La alegría del celibato es dar la vida, amar hasta el extremo.
María fue y sigue siendo causa de la alegría de Cristo y de sus sacerdotes. Cuestionados, difamados ellos responden siendo fieles en la alegría.
Por eso es consustancial, a nuestra identidad y misión sacerdotal, vivir en la alegría. Jesucristo, al recibir a los discípulos que volvían de su primera expedición misionera, exultó de gozo en el Espíritu Santo. El Reino de Dios que anunciamos es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. Los frutos del Espíritu Santo son amor, paz y alegría. Pablo, prisionero de Cristo, habitado y conducido por el Espíritu Santo, promulgó el mandamiento de estar siempre alegres y se autodefinió como "cooperador a la alegría" de sus hermanos.
Las fuentes en que se nutre nuestra alegría sacerdotal son las mismas de Cristo. En primer lugar hacer la voluntad del Padre. Alegría es la conmoción que experimenta el ser al tomar posesión del bien que le es propio : en el recuerdo, en la aprehensión actual, en la esperanza. Quien hace la voluntad de Dios se está juntando, identificando con su ser original. Se deifica. El Espíritu Santo es el Abogado que nos hace capaces de Dios. Hacer la voluntad de Dios es ser el que uno es. Por eso es la fuente primera de todas las alegrías.
Cristo se alegra anunciando la Buena Nueva. Vino para eso. "¡Ay de mí si no evangelizare!", confiesa Pablo. Si dichosos son los que escuchan la Palabra, cuánto más alegres son los que la anuncian. Los predicadores del Evangelio sabemos lo que es eso, cada domingo.
Cristo se regocija celebrando el sacrificio eucarístico. Sacrificio es la restitución del hombre a Dios. La víctima ofrecida a Dios se hace parte de Dios, retorna como el incienso al cielo. Ser ofrenda para Dios es fuente de alegría, es misterio gozoso, como el cuarto del Rosario. Alegría que se expande en la comunión : el comulgante se cristifica, participa del gozo de Cristo, camina como Elías por el desierto, llega al Monte de la consolación.
Cristo y su sacerdote se alegran al celebrar el sacramento del perdón. Los ángeles se alegran en el cielo cuando el pecador regresa al Padre. El Padre se alegra aun más que el hijo.
El celibato es fuente de alegría sacerdotal. Un corazón indiviso disfruta de la paternidad espiritual sin fronteras. La gente quiere a sus sacerdotes y confía en ellos. El P. Kolbe, célibe, da su vida para que viva un padre de familia. La alegría del celibato es dar la vida, amar hasta el extremo.
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