El trágico y silencioso bosque de Katyn
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 11 de febrero de 2011 a las 05:00 hrs.
 Por Bernardita M. Cubillos*
El 10 de abril de 2010 sería una fecha histórica para Polonia. Ya tenía connotaciones épicas cuando se anunció el viaje del presidente Lech Kaczynski a Rusia, para rendir homenaje a los oficiales polacos fusilados en una descomunal matanza masiva del régimen del terror Soviético dirigido por Josef Stalin. Se conmemoraba el aniversario número 70 del homicidio generalizado, pero podría haber subsistido el riesgo de que aquel evento quedara relegado a un asunto internacional limitado. La tragedia del avión oficial estrellándose en territorio ruso, mientras transportaba junto al Jefe de Estado a una notable cantidad de personalidades relevantes para la nación, hizo eco y proyectó mundialmente la historia (por muchos olvidada) de la masacre ocurrida en el bosque de Katyn. Memoria de vergüenza, que aparece como una advertencia de los extremos diabólicos que alcanzó el régimen comunista en dondequiera que se impuso con medidas que evidencian una deshumanización sostenida, masificada y sistematizada con saña. La caída del avión que trasladaba al presidente Kaczinsky en las cercanías de Smolensk, y por tanto de las fosas comunes de Katyn, fue la última nota dramática de una lucha continuada de Polonia por reivindicar la historia e identidad de su pueblo, atravesado por el martirio, la tragedia; y también por una capacidad de resucitar desde la opresión y las cenizas que llevan a preguntarse por la raíz de un sentimiento nacional tan resistente.
El horror de Katyn otorga una buena pista para comprender al pueblo polaco. Katyn es el nombre de un crimen fatal, designa el exterminio masivo de la élite dirigente de la sociedad polaca por el Régimen Soviético durante la II Guerra Mundial. Katyn se le llama en recuerdo del lugar en el que se descubrió la primera fosa común y multitudinaria de cadáveres, a 60 kilómetros de la ciudad Smolensk. Un bosque, distante de cualquier comunidad humana, en el que el silencio y los árboles cubrían un crimen sin proporción que iría dando luces para un desenmascaramiento continuado de concentraciones de cuerpos acumulados y arrojados sin ceremonia ni sepultura digna a las entrañas de la tierra, para que permanecieran en el secreto eterno.
Todo comenzó con el tratado Ribbentrop-Molotov el 23 de agosto del año 1939, famoso acuerdo entre dos potencias totalitarias –la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin. Ambas tenían sus ambiciones puestas en la siempre codiciada tierra de Polonia, corredor entre la Europa Occidental y Oriental. Para Polonia el pacto significó la división por imposición foránea. El oeste, se dictaminó sin pedir opinión a los polacos, pertenecería a la Alemania Nazi y el este a la Unión Soviética.
El 17 de septiembre de 1939 se inició la invasión del Ejército Rojo en Polonia oriental para „liberar” aquellos territorios de la influencia facista polaca. Fruto de ésta se produjo el arresto de la alta esfera en variados ámbitos de la administración y cultura del país. Un grupo humano peligroso para los fines del Régimen Soviético, pues constituían lo más granado de un pueblo que se resistía a doblegarse a la destrucción de su identidad nacional. Se transformaron en un problema. Se les trasladó a campos de concentración especialmente dispuestos para recibirlos.
El 5 de marzo de 1940 el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista Soviético emitió la orden de eliminar a los cerca de 15 mil prisioneros de guerra que permanecían internados en los campos especiales de la NKVD en Kozielsk, Ostashkov y Starobielsk, creados para alojar a la oficialidad del ejército, policías, vigilantes de prisión y guardias fronterizos. Junto con ello se condenó a otros miles de presos provenientes de las comarcas del oeste de Bielorrusia y Ucrania, en el pasado territorio de Polonia anexionado a la URSS. Los sentenciados a la pena máxima eran ciudadanos polacos de gran influencia social, no sólo oficiales de Fuerzas Armadas Polacas y de policía, también se contaban funcionarios de la administración pública y representantes de la élite intelectual, religiosa y cultural del país.
La orden comenzó a ejecutarse aquella primavera de 1940, en tres sectores preparados para acoger la ejecución masiva: Katyn para los prisioneros del campo de Kozielsk, Kalinin para los del campo de Ostashkov y Kharkov para los de Starobielsk. Los asesinados en Kalinin fueron inhumados en Miednoje y los de Kharkov cerca de Pyatikhatki. Entre el 3 de abril y el 13 de mayo de ese año se ejecutó al menos un número aproximado de 15 mil representantes de las altos escalafones militares. Se calcula que las cifras del homicidio ascienden a 22 mil si es que se cuenta la totalidad de las consecuencias que generó aquella orden del Buró soviético respaldada por el mismo Stalin, a partir de la investigación y proposición de Lavrentii Beria, jefe de la Policía Secreta del Estado. Fueron semanas en las que la NKVD se dedicó a transportar verdaderos „cargamentos” de prisioneros polacos que venían desde los campos de concentración en los que habían subsistido desde la invasión del ’39.
En el caso particular de Katyn la policía había aislado una dimensión de terreno de un kilómetro cuadrado en un punto situado próximo a la carretera Smolensk-Vitebsk, que se encontraba rodeado de una espesa arboleda.
En aquel bosque se encontraron cerca de cuatro mil restos humanos, que fueron llevados al punto de muerte en conjuntos de centenares por cada jornada. Y, como se ha dicho, éste fue sólo uno de los puntos de enterramiento de las víctimas. Los soviéticos se disponían a dejar a ese país huérfano de sus lumbreras y dirigentes y se organizaron para eliminar metódicamente a aquella elite de la sociedad que deseaban dominar. Lo hicieron como en una fábrica de muerte. A toda velocidad se sucedían los prisioneros, se revisaba ante los responsables su expediente personal, se les llevaba a una celda aislada e inmediatamente se les daba un tiro en la nuca. No había tiempo ni para juicio, ni para explicaciones. El volumen de la sangrienta tarea a cumplir no permitía demoras. Una vez completado el procedimiento, el cuerpo se sacaba por la puerta para apilarse junto a sus predecesores en vagones que le conducían hacia su última y multitudinaria morada. Acto seguido entraba el siguiente convocado. A otros se les enfrentaba directamente con la fosa en la que se amontonaban los miles de acribillados sin vida -como para que contemplaran antes de morir el innoble destino de sus despojos- se les amarraba la cabeza y los brazos y se les disparaba en el punto mortal.
Las fosas comunes que se abrieron más tarde guardaban los cadáveres apilados en grupos de unos quinientos por cada pozo. Eran tumbas anónimas, pero quizá por las vastas dimensiones de la tarea los cuerpos quedaron, unos sobre otros, soterrados con sus uniformes, sus medallas, sus insignias, sus diarios, cartas, fotografías, periódicos y pertenencias, salvo relojes y anillos confiscados antes de la muerte, que permitieron posteriormente identificarlos, recuperar pruebas y reconstruir la historia.
Irónicamente la gran matanza de Katyn fue descubierta en 1941 por los alemanes, durante la invasión Nazi a los territorios de la Unión Soviética. Se pretendió hacer rendir la carnicería ajena transformándola en un motivo de propaganda contra el enemigo ruso, con el objeto de conseguir el rompimiento de las recién reanudadas relaciones entre el régimen soviético y el gobierno polaco en el exilio, y abrir la desconfianza de los aliados del oeste contra Stalin. Sin embargo los rusos giraron el argumento en su favor y, negando su responsabilidad en los hechos, atribuyeron la culpabilidad a Alemania para ganar la simpatía de los polacos. Fue así como la matanza se convirtió en motivo de manipulación mediática en las garras de ambos opositores totalitarios. La disputa por la autoría se mantuvo hasta los años ’90, cuando cayó el comunismo en Rusia y el crimen fue oficialmente reconocido por las nuevas autoridades de Estado.
En la década del ’90, ya caída la cortina del Comunismo, las administración Yeltsin abrió el caso de Katyn al mundo y se reconoció por primera vez públicamente la autoría de la Unión Soviética en el gran crimen. Fue Boris Yeltsin el que en 1991 entregó oficialmente al entonces presidente de Polonia, Lech Walesa, una serie de documentos cruciales relacionados con el caso. Entre ellos el principal fue la orden del 5 de marzo de 1940 firmada por los miembros del Politburó, presidido por Josef Stalin, en la que se condenaba a morir fusilados a los casi 15 mil oficiales polacos prisioneros, junto con otros miles ciudadanos polacos presos en campos de concentración.