ENIGMAS
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 24 de enero de 2014 a las 05:00 hrs.
Son cosas o dichos difíciles de entender. El cosmos es inteligible, y la inteligencia aprehende la lógica trabazón observable en el orden natural, las leyes de la física y astronomía, las relaciones de causa y efecto, el cómo y por qué de los cambios climáticos, la emigración de las golondrinas y la desertificación de los bosques. Lo único ininteligible es lo que solemos hacer los humanos.
Solemnemente afirmamos, en el artículo 1º de nuestra Constitución, que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, y que es deber del Estado protegerla y fortalecerla. Reafirmamos este principio en la vigente ley de matrimonio civil, cuando precisamos que la familia está basada principalmente en el matrimonio. Conservamos, intocada en su texto, la magistral definición de D. Andrés Bello, honrando los elementos de solemnidad, heterosexualidad, indisolubilidad, perpetuidad, fecundidad y solidaridad que caracterizan el contrato de matrimonio. Recién, en 2005, bajo la firma del Presidente Lagos, junto con eliminar la indisolubilidad, tipificamos la conducta homosexual de uno de los cónyuges como causal de divorcio y prohibimos homologar en Chile matrimonios entre seres del mismo sexo celebrados en el extranjero. El Congreso Pleno escuchó, un 21 de Mayo, el exaltado elogio de esta pieza jurídica, que permitía por fin a Chile incorporarse al selecto grupo de naciones progresistas. Hoy, quien se atreva a recordar esta ley vigente y reciente en una clase universitaria sobre Familia arriesga ser denunciado y encarcelado por discriminación homofóbica.
Abrimos las compuertas para disolver el matrimonio sin expresión de causa, y antes de 8 años estamos sentenciando 35 divorcios por hora. Este universo de cónyuges liberados del yugo se sumó al otro universo de sempiternos solteros que no quieren casarse. De poder, pueden, porque ahora no vale alegar que su pareja está casada y su “ex” no consiente el divorcio: simplemente les gusta convivir sin yugos y en lo posible sin hijos (“childfree”), centrándose en la gratificación afectiva y en el disfrute del carpe diem. Entonces el legislador frunce el ceño y compadece: “¡Pobrecitos, no podrán heredarse mutuamente ni contar como parientes cercanos si su conviviente enferma y necesita quien hable por él! Démosles lo que nunca han pedido, otorguémosles derechos propios de cónyuges pero siempre libres del yugo!”.Después de eso ¿quién y para qué querrá casarse? El mismo legislador firma, con intrépido celo y nulo respaldo científico, la prohibición de incorporar a las vacunas un compuesto que podría provocar autismo. Pero no trepida en firmar, desafiando el veredicto de la mitad de la comunidad científica y un fallo inapelable del Tribunal Constitucional, la obligación de entregar píldoras potencialmente abortivas a menores de 14 años, sin conocimiento de sus padres. El improbado peligro de autismo pesa más que el no desmentido riesgo de nihilismo. Enigma: ¿dónde están los ahora tan populares “idiotas”?
Solemnemente afirmamos, en el artículo 1º de nuestra Constitución, que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, y que es deber del Estado protegerla y fortalecerla. Reafirmamos este principio en la vigente ley de matrimonio civil, cuando precisamos que la familia está basada principalmente en el matrimonio. Conservamos, intocada en su texto, la magistral definición de D. Andrés Bello, honrando los elementos de solemnidad, heterosexualidad, indisolubilidad, perpetuidad, fecundidad y solidaridad que caracterizan el contrato de matrimonio. Recién, en 2005, bajo la firma del Presidente Lagos, junto con eliminar la indisolubilidad, tipificamos la conducta homosexual de uno de los cónyuges como causal de divorcio y prohibimos homologar en Chile matrimonios entre seres del mismo sexo celebrados en el extranjero. El Congreso Pleno escuchó, un 21 de Mayo, el exaltado elogio de esta pieza jurídica, que permitía por fin a Chile incorporarse al selecto grupo de naciones progresistas. Hoy, quien se atreva a recordar esta ley vigente y reciente en una clase universitaria sobre Familia arriesga ser denunciado y encarcelado por discriminación homofóbica.
Abrimos las compuertas para disolver el matrimonio sin expresión de causa, y antes de 8 años estamos sentenciando 35 divorcios por hora. Este universo de cónyuges liberados del yugo se sumó al otro universo de sempiternos solteros que no quieren casarse. De poder, pueden, porque ahora no vale alegar que su pareja está casada y su “ex” no consiente el divorcio: simplemente les gusta convivir sin yugos y en lo posible sin hijos (“childfree”), centrándose en la gratificación afectiva y en el disfrute del carpe diem. Entonces el legislador frunce el ceño y compadece: “¡Pobrecitos, no podrán heredarse mutuamente ni contar como parientes cercanos si su conviviente enferma y necesita quien hable por él! Démosles lo que nunca han pedido, otorguémosles derechos propios de cónyuges pero siempre libres del yugo!”.Después de eso ¿quién y para qué querrá casarse? El mismo legislador firma, con intrépido celo y nulo respaldo científico, la prohibición de incorporar a las vacunas un compuesto que podría provocar autismo. Pero no trepida en firmar, desafiando el veredicto de la mitad de la comunidad científica y un fallo inapelable del Tribunal Constitucional, la obligación de entregar píldoras potencialmente abortivas a menores de 14 años, sin conocimiento de sus padres. El improbado peligro de autismo pesa más que el no desmentido riesgo de nihilismo. Enigma: ¿dónde están los ahora tan populares “idiotas”?
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