MAYORDOMO
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 1 de junio de 2012 a las 05:00 hrs.
Es el servidor principal a cargo del gobierno doméstico. Se encarna clásicamente en el “Perkins” británico: hombre de absoluta confianza de Milord y Milady, caracterizado por su férrea lealtad, impenetrable mutismo sobre lo visto y oído e impecable corrección en el vestir y hablar. Esta posición privilegiada en cuanto a información y autoridad suele convertirlo en el primer sospechoso de crímenes, abusos y filtraciones tanto en el mundo novelesco como en el real.
El atractivo fatal del dinero, la fama y el poder tienta a mayordomos insignes a violar la confidencialidad y vender sus secretos. Los publica como “Memorias” o se los entrega a un reportero, en una suerte de prostitución de la conciencia moral. El que compra y el que lee presumen de derecho que lo allí revelado es verdadero y fidedigno. Y el violador de la propia conciencia queda elevado a la categoría de un combatiente y testigo de la verdad, a quien se debe público reconocimiento por su coraje desmitificador. Si quienes lo distinguieron por años con su confianza intentan desmentir sus dichos o acogerse a un digno, elocuente silencio cobrará fuerza una segunda presunción: los dueños de casa están atrapados sin salida.
En los relatos evangélicos. Jesús hace un elogio del mayordomo bueno y fiel, a quien su señor deja a cargo de la casa y de la servidumbre, para que entregue a cada quien su ración y salario, tome providencias contra el ladrón y esté siempre preparado, las luces encendidas, en espera de que su amo retorne. También esboza la imagen contraria, del irresponsable que en ausencia de su señor maltrata a los criados inferiores, celebra orgías y descuida sus deberes, hasta que el dueño de casa retorna en el día y hora menos pensados. Entonces el castigo será proporcional a su irresponsabilidad, imprevisión y traición: se le recluirá “al lugar de los hipócritas” ( Mateo 24,51).
Cuando Cristo mismo juzgó cercana su partida, decidió dejar un mayordomo a cargo de su casa: la Iglesia. Y eligió a Pedro. A él le entregó las llaves, símbolo de autoridad doméstica. Y con las llaves, una suerte de poder en blanco : “lo que tú ates, lo que tú desates en la tierra, atado y desatado quedará en el cielo”(Mateo 16,19). Este mayordomo de la casa de Cristo comenzó de la peor manera. Intentó disuadir a su señor de encaminarse a la cruz ( le valió ser reprochado con un “Vade retro, Satanás!”). Dudó de su palabra al caminar sobre el lago. Renegó tres veces, con juramento, siquiera conocerlo. Creyó locas a las mujeres que lo vieron resucitado. Ninguno de estos desvaríos, incoherencias y traiciones quedó encubierto : los evangelistas, contemporáneos del mayordomo, los consignaron por escrito. Y Cristo lo confirmó en su cargo. Este mayordomo es piedra de Roca. Mentira e hipocresía no prevalecerán contra su casa.
El atractivo fatal del dinero, la fama y el poder tienta a mayordomos insignes a violar la confidencialidad y vender sus secretos. Los publica como “Memorias” o se los entrega a un reportero, en una suerte de prostitución de la conciencia moral. El que compra y el que lee presumen de derecho que lo allí revelado es verdadero y fidedigno. Y el violador de la propia conciencia queda elevado a la categoría de un combatiente y testigo de la verdad, a quien se debe público reconocimiento por su coraje desmitificador. Si quienes lo distinguieron por años con su confianza intentan desmentir sus dichos o acogerse a un digno, elocuente silencio cobrará fuerza una segunda presunción: los dueños de casa están atrapados sin salida.
En los relatos evangélicos. Jesús hace un elogio del mayordomo bueno y fiel, a quien su señor deja a cargo de la casa y de la servidumbre, para que entregue a cada quien su ración y salario, tome providencias contra el ladrón y esté siempre preparado, las luces encendidas, en espera de que su amo retorne. También esboza la imagen contraria, del irresponsable que en ausencia de su señor maltrata a los criados inferiores, celebra orgías y descuida sus deberes, hasta que el dueño de casa retorna en el día y hora menos pensados. Entonces el castigo será proporcional a su irresponsabilidad, imprevisión y traición: se le recluirá “al lugar de los hipócritas” ( Mateo 24,51).
Cuando Cristo mismo juzgó cercana su partida, decidió dejar un mayordomo a cargo de su casa: la Iglesia. Y eligió a Pedro. A él le entregó las llaves, símbolo de autoridad doméstica. Y con las llaves, una suerte de poder en blanco : “lo que tú ates, lo que tú desates en la tierra, atado y desatado quedará en el cielo”(Mateo 16,19). Este mayordomo de la casa de Cristo comenzó de la peor manera. Intentó disuadir a su señor de encaminarse a la cruz ( le valió ser reprochado con un “Vade retro, Satanás!”). Dudó de su palabra al caminar sobre el lago. Renegó tres veces, con juramento, siquiera conocerlo. Creyó locas a las mujeres que lo vieron resucitado. Ninguno de estos desvaríos, incoherencias y traiciones quedó encubierto : los evangelistas, contemporáneos del mayordomo, los consignaron por escrito. Y Cristo lo confirmó en su cargo. Este mayordomo es piedra de Roca. Mentira e hipocresía no prevalecerán contra su casa.
Te recomendamos
Newsletters
LO MÁS LEÍDO

Laboral & Personas
Ley Karin cumple un año y Gobierno confirma cambios a reglamento “para fortalecer que las denuncias se hagan de manera correcta”
El ministro del Trabajo, Giorgio Boccardo, dijo que también se están modernizando varios procesos de procesamiento de las denuncias en la Dirección del Trabajo.