Megacertezas
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 19 de agosto de 2011 a las 05:00 hrs.
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Opinólogos ambientales han acuñado, para sus diagnósticos, dos premisas básicas: a) la Iglesia está en crisis y se ha bajado del tren de la historia; y b) los jóvenes son la fuerza multitudinaria que intuye dónde y cómo se fragua el porvenir.
Cerca de 2 millones de jóvenes están, hoy en España, haciendo sonrojar a estos autodesignados expertos en climatología social. Han viajado a la Península con sacrificio personal, en términos de gastos, estudios y comodidades. No se conocen datos de convocatorias juveniles similares en cantidad de adherentes y en calidad y continuidad de adhesión. El motivo convocante no tiene que ver con festivales de música y canto. No es necesario advertirles que no habrá consumo de alcohol, drogas o sexo sin fronteras. Tampoco se reúnen, estos jóvenes, para protestar indignados contra un sistema o autoridad que exigen destronar.
El punto de atracción y encuentro común es una figura de anciano, más que octogenario, que lejos de prometer milagros o desparramar dádivas les formula exigencias de autosuperación y autodonación rayanas en el heroísmo.
Este líder anciano no tiene, en la misma medida, los atractivos carismáticos de su predecesor. Pero los jóvenes se sienten convocados e interpretados por él en similar y aun mayor medida. Intuyen, clarividentes, dónde y cómo se fragua el porvenir. Y en esta figura reconocen y celebran las megacertezas que andan buscando, sin encontrarlas en otra parte.
Cualquier institución envidiaría estar en crisis y bajarse del tren de la historia y ser, al mismo tiempo, la única capaz de concitar tal adhesión juvenil. Si es verdad que los jóvenes no se equivocan en sus intuiciones, debe ser verdad que en el sucesor de Pedro ellos festejan, jubilosos, haber reconocido la presencia de Cristo, el Verdadero. Aquel a quien dijera Pedro, en momentos de confusión y desilusión ambiental: “¿Y a quién otro iríamos? Tú solo tienes palabras de Vida Eterna!”.
Cerca de 2 millones de jóvenes están, hoy en España, haciendo sonrojar a estos autodesignados expertos en climatología social. Han viajado a la Península con sacrificio personal, en términos de gastos, estudios y comodidades. No se conocen datos de convocatorias juveniles similares en cantidad de adherentes y en calidad y continuidad de adhesión. El motivo convocante no tiene que ver con festivales de música y canto. No es necesario advertirles que no habrá consumo de alcohol, drogas o sexo sin fronteras. Tampoco se reúnen, estos jóvenes, para protestar indignados contra un sistema o autoridad que exigen destronar.
El punto de atracción y encuentro común es una figura de anciano, más que octogenario, que lejos de prometer milagros o desparramar dádivas les formula exigencias de autosuperación y autodonación rayanas en el heroísmo.
Este líder anciano no tiene, en la misma medida, los atractivos carismáticos de su predecesor. Pero los jóvenes se sienten convocados e interpretados por él en similar y aun mayor medida. Intuyen, clarividentes, dónde y cómo se fragua el porvenir. Y en esta figura reconocen y celebran las megacertezas que andan buscando, sin encontrarlas en otra parte.
Cualquier institución envidiaría estar en crisis y bajarse del tren de la historia y ser, al mismo tiempo, la única capaz de concitar tal adhesión juvenil. Si es verdad que los jóvenes no se equivocan en sus intuiciones, debe ser verdad que en el sucesor de Pedro ellos festejan, jubilosos, haber reconocido la presencia de Cristo, el Verdadero. Aquel a quien dijera Pedro, en momentos de confusión y desilusión ambiental: “¿Y a quién otro iríamos? Tú solo tienes palabras de Vida Eterna!”.

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