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El modelo alemán no es de exportación

Alemania está remodelando la economía europea a su...

Por: | Publicado: Miércoles 8 de mayo de 2013 a las 05:00 hrs.
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Alemania está remodelando la economía europea a su propia imagen. Esta usando su posición como la economía más grande y como país acreedor dominante para convertir a los miembros de la eurozona en pequeñas réplicas de sí misma, y la eurozona como un todo en una mayor. Esta estrategia fracasará.

El consenso de Berlín favorece políticas orientadas a la estabilidad: la política monetaria debe apuntar a estabilidad de precios en el mediano plazo; la política fiscal a un presupuesto equilibrado y una baja deuda pública. No hay que admitir nada que huela a estabilización macroeconómica keynesiana: ese es el camino a la perdición.

Para hacer funcionar este enfoque, Alemania ha usado el cambio en su balanza externa para estabilizar la economía: un creciente superávit cuando la demanda interna cae, y lo opuesto. La economía alemana podría parecer demasiado grande para depender de un mecanismo característico de economías pequeñas y abiertas. Sin embargo, se las ha arreglado para hacerlo, basándose en su excepcional manufactura orientada a la exportación y su capacidad de limitar los sueldos reales. En la década del 2000 esta combinación le permitió al país recuperar el superávit de cuenta corriente perdido durante el auge tras la reunificación de los años ‘90. Esto, a su vez, ayudó a generar un modesto crecimiento, a pesar de la débil demanda interna.

Para que este enfoque de estabilización funcione bien, una gran economía orientada a la exportación también necesita mercados externos en auge. Las burbujas financieras de la década del 2000 ayudaron a lograr esto. Entre 2000 y 2007, la balanza de cuenta corriente de Alemania pasó de un déficit de 1,7% del Producto Interno Bruto (PIB) a un superávit de 7,5%. Mientras tanto, surgían déficit compensatorios en el resto de la eurozona. En 2007, el déficit de cuenta corriente era de 15% del PIB en Grecia, 10% en Portugal yEspaña, y 5% en Irlanda.

La contraparte de demanda interna de los enormes déficits externos en estos países era mayormente el gasto privado impulsado por el crédito. Luego llegó la crisis financiera. Los ingresos de capital se paralizaron y el gasto privado colapsó, lo que creó enormes déficit fiscales. Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff de Harvard han demostrado que esto era predecible. Entre 2007 y 2009, la balanza fiscal pasó de un superávit de 1,9% del PIB a un déficit de 11,2% en España, de un superávit de 0,1% a un déficit de 13,9% en Irlanda, de un déficit de 3,2% a uno de 10,2% en Portugal y de un déficit de 6,8% a uno de 15,6% en Grecia.

Rápidamente, en particular en Berlín, surgió el equivocado consenso de que esto era una crisis fiscal, pero fue al confundir los síntomas con causas, excepto en el caso de Grecia. Al ser privados del acceso al mercado de bonos o estar cerca de ello, los países golpeados por la crisis debieron realizar ajustes, a pesar de sus profundas recesiones. Ajustes que efectivamente realizaron.

Entre 2009 y 2012, según el Fondo Monetario Internacional, el déficit fiscal estructural cambió en 15,4% del PIB potencial en Grecia, un 5,1% en Portugal, un 4,4% en Irlanda, un 3,8% en España y un 2,8% en Italia. Esta combinación de crisis financieras con ajuste fiscal causó fuertes caídas: entre el primer trimestre de 2008 y el cuarto trimestre de 2012, el PIB cayó un 8,2% en Portugal, un 8,1% en Italia, un 6,5% en España y un 6,2 en Irlanda. Muy mal, hasta ahora.

Desafortunadamente, los países más sanos de la eurozona también se apegaron al mantra de la estabilidad. Así que también ellos endurecieron sus posiciones fiscales. El FMI pronostica que el déficit fiscal ajustado cíclicamente de la eurozona se reducirá en 3,2% del PIB potencial entre 2009 y 2013, para terminar en apenas 1,1% del PIB. Además, el Banco Central Europeo (BCE) sigue mostrando prácticamente ningún interés en impulsar la demanda. Por eso no sorprende que la economía de la eurozona esté aquietada, y el PIB esté en el mismo nivel en el cuarto trimestre de 2012 que como estaba en el tercer trimestre de 2010.

Mientras tanto, la inflación de precios al consumidor está cayendo debajo de la meta del BCE de 2%. El recorte de 0,25 puntos porcentuales de la semana pasada a la tasa de referencia casi no hará diferencia. Un gran shock adverso podría convertir la baja inflación en deflación, lo que agravaría la presión sobre los países en crisis. Incluso si se evita la deflación, la esperanza de que salgan de sus problemas mediante demanda de la eurozona y reequilibrio interno es una fantasía en el actual contexto macroeconómico.

Eso deja la opción del ajuste externo. Según el FMI, Francia será el único país grande de la eurozona en tener un déficit de cuenta corriente este año. Pronostica que en 2018 todos los actuales países de la eurozona, excepto Finlandia, serán exportadores netos de capital, y la eurozona como un todo tendrá un superávit de cuenta corriente de 2,5% del PIB. Tal dependencia de un equilibrio vía demanda externa es lo que uno esperaría de una eurozona germánica.

Si uno quiere entender hasta donde llega la estupidez, hay que estudiar el trabajo de la Comisión Europea sobre desequilibrios macroeconómicos. Sus ideas son reveladoras: cree que un déficit de cuenta corriente de 4% del PIB es señal de desequilibrio, mientras que para superávit el criterio es 6%. ¿Es accidental que estas cifras sean las de Alemania? Y sobre todo, ninguna cuenta es hecha según el tamaño del país para evaluar su contribución a los desequilibrios. En este sentido, el rol de Alemania es omitido, aunque sus ahorros superavitarios creen enormes dificultades cuando las tasas de interés son cercanas a cero. Dicha omisión hace que este análisis de “desequilibrios” sea casi indefendible.

Las implicancias del intento de forzar a la eurozona a imitar la senda del ajuste recorrido por Alemania en la década del 2000 son profundas. Para la eurozona hace que sea altamente probable un estancamiento prolongado, en particular en los países golpeados por la crisis. Además, si comienza a funcionar probablemente el euro tienda al alza y aumenten los riesgos de deflación. Por último, el cambio de la eurozona hacia el superávit es un shock contractivo para la economía mundial. ¿Quien tendrá la capacidad y voluntad de compensarlo?
La eurozona no es una economía pequeña y abierta, sino la segunda más grande del mundo. Es demasiado grande y la competitividad externa de sus países más débiles demasiado frágil para que los cambios en sus cuentas externas sean una estrategia post-crisis que funcione para el ajuste y el crecimiento. La eurozona no puede esperar basar una recuperación sólida en esto, como hizo Alemania en la década del 2000. Una vez que esto se entienda, las presiones políticas internas para un cambio de enfoque seguramente se volverán abrumadoras.

Europa no será una Alemania más grande. Es absurdo pensar que sea posible. La eurozona logrará una resolución más equilibrada de sus dificultades o se quebrará. ¿Cuál de las dos opciones será? Eso sigue siendo un gran pregunta sin respuesta.

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