Por Cristián Rivas Neira
Eduardo Ergas descubrió que le apasionaba el mundo de la ciencia mientras pasaba un año sabático junto a su familia -esposa y tres hijos- en Sillicon Valley. Corría el año 2000 y entre sus pensamientos incluso se imaginó siendo científico, de haber sido un poco más joven. Claro que ya rondaba los 40 y tenía una vida armada como empresario -reconocido por inversiones como Valle Nevado y Ecocopter- e ingeniero comercial, por lo que era un poco tarde.
Pero no tanto. Aprovechando su estadía en el corazón del mundo tecnológico mundial decidió darse a la tarea de leer sobre ciencia y, sobre todo, reunirse a conversar con la mayor cantidad posible de científicos. Le resultó. A más de una década de iniciar su aventura, cuenta que hoy en día es cercano a varios premios Nobel e incluso se reconoce amigo de Craig Venter, considerado el padre del genoma humano.
Por eso, habla con propiedad de lo que son los científicos. Al contrario de lo que suele creerse, sostiene que se trata de personas muy amigables, y con múltiples intereses, por eso los llama “hombres del Renacimiento”, con ganas de compartir lo que saben y de construir junto al resto un futuro mejor.
Tanto le gustó lo que encontró en esta comunidad de personas que terminó quedándose dos años en California. Y al regresar buscó la manera de continuar lo que había iniciado. No le costó mucho dar con un camino: pensó en crear una instancia en la que pudiera acercar el mundo científico a otro espectro de gente, como empresarios, ejecutivos y políticos, para probar que juntos se pueden lograr cosas y que la ciencia finalmente es algo entretenido. “Tras volver, me reinventé. Me gustó mucho el quehacer de los científicos y descubrí que teníamos muchos temas en común. Tanto que si hubiese más conversaciones entre científicos y empresarios, podrían pasar muchas cosas”, dice con fuerza.
Investigando en el sur
Así fue como en 2004 creó Ecoscience, una fundación que además de avanzar en lo netamente científico, también concentró la tarea de profundizar sus intereses por el medio ambiente, y en particular la conservación mezclada con investigación científica.
Comenzó entonces a hacerse de tierras para protección, con el objetivo de que emprendimientos privados no afecten esos ambientes, todos con algún tipo de vulnerabilidad. Así, a la fecha suma unas 110 mil hectáreas de conservación a lo largo del país, en lugares emblemáticos como las islas Navarino o Traiguén, Paposo (al norte de Taltal) y cerca de Lago Ranco (X Región). En ellos están trabajando distintos programas sobre la flora y fauna existente. La directora de la institución, Marcela Colombres, explica que la etapa inicial considera estudiar todo lo que existe para luego en otros ciclos, ver cómo se avanza en su conservación.
Cuenta que recientemente un equipo de biólogos realizó estudios preliminares en la biodiversidad de la isla Traiguén, en Aysén, donde se encontró un sapito muy pequeño que correspondería a ejemplares de la especie ranita moteada, aunque puede que también se trate de una nueva especie, lo que se determinará tras estudiar su genética. Explica que como las islas del sur están pobladas por especies poco móviles, si el tiempo de aislamiento es largo en su desarrollo, se acumulan diferencias que terminan en la aparición de especies nuevas.
Ergas agrega que la fundación también ha financiado otros estudios. Por ejemplo, en Navarino, donde se analizaron musgos y líquenes que solo existen ahí.
Tertulias
Pero si piensa que los contactos con el mundo científico los dejó de lado, no se equivoque. Incluso se incrementaron. Ya instalado en Chile, Ergas pensó que lo mejor era continuar con estos lazos y no encontró nada mejor que organizar charlas y exposiciones trayendo al país a destacados científicos mundiales a que expusieran su visión frente a determinados temas.
Los invita a exponer y de paso, también los lleva a distintos rincones del país. Muchos, por ejemplo, han quedado fascinados con el paseo en uno de sus helicópteros a algunos glaciares cordilleranos.
Hace tres años puso en marcha un programa de tertulias donde reúne a empresarios y científicos a conversar un día cualquiera, en la casa museo que la fundación maneja en Vitacura. En estos encuentros, en que suele agrupar unos 12 comensales, han participado un variopinto de empresarios y políticos, y eminencias científicas chilenas como Humberto Maturana, Luis Larrondo, Servet Martínez y Andrés Gomberoff, entre otros. Dice que al contrario de lo que pudiera pensarse, estos encuentros no son “duros”, sino que tienen la particularidad de abordar materias que pueden ser entendidas en un lenguaje más cercano y común, como “el azar” o “¿qué es la ciencia?”.
Uno de los hitos que han marcado el trabajo de Ergas en el tema científico y, que él relata orgulloso, es el lanzamiento de la quinta versión del libro “The Cell”, que organizó en la Antártica. Allá llevó a un grupo amplio de científicos, muchos de los cuales participaron en la creación de esta publicación y los instaló en el corazón de la tierra más virgen del planeta. En eso, reconoce, tuvo la colaboración de varios actores relevantes, como la Fuerza Aérea de Chile, que facilitó el traslado y alojamiento.