Política

Javiera Parada, gestora cultural: “Nadie sabe lo que una ha vivido y cómo ha logrado pararse en la vida”

La actriz y activista ¬hija de un ejecutado político– habla sobre los ataques que ha sufrido en las redes sociales por sus opciones políticas y las razones que le han llevado a transformarse en uno de los rostros del “Rechazo”.

Por: Rocío Montes | Publicado: Lunes 15 de agosto de 2022 a las 12:00 hrs.
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La gestora cultural Javiera Parada Ortiz (Santiago, 1974) proviene de una familia de una fuerte tradición de izquierda: sus abuelos paternos y maternos eran comunistas, como su padre, José Manuel Parada, y su madre, Estela Ortiz.

A su padre, sociólogo de la Vicaría de la Solidaridad, lo asesinó la dictadura en 1985, en uno de los crímenes más crueles y de mayor simbolismo de los años del régimen de Pinochet. La niña, conocida actriz de teleseries en esos años ochenta, tenía apenas 10 años y pronto comenzó a militar en las Juventudes Comunistas, como su clan.

Tras profundos procesos, que profundiza en esta entrevista, Parada fue transitando políticamente por mundos diferentes y estos tránsitos la llevan a definirse hoy por hoy como “socialdemócrata liberal”. A menos de tres semanas del plebiscito por una nueva Constitución el 4 de septiembre, la actriz –estudió en el Col·legi de Teatre de Barcelona en los noventa– se ha transformado en una de los principales rostros del “Rechazo”, que la han llevado a una intensa campaña territorial. Es una decisión que alguna parte de su mundo de origen no le perdona.

Este fin de semana recién pasado, las redes hirvieron nuevamente con su nombre, con frases de apoyo y… crueles mensajes. Sucedió nuevamente –no es la primera vez que en Twitter ocurren estos ataques vehementes en su contra–, luego de que Javiera apareciera en una propaganda por el “Rechazo” aludiendo al plebiscito de 1988: “Hace 35 años dijimos que No para tomar el camino de la democracia. Hoy volvemos a decir que No para tener la Constitución que Chile merece”.

Esta entrevista se realiza en dos partes: en una larga conversación en su acogedor departamento del Parque Bustamante y luego, ayer –tras “el movido” fin de semana– vía telefónica. Es coordinadora de arte y cultura del CEP, trabaja en una consultora, colabora con el centro de estudios liberal Horizontal en temas de cultura y de relaciones institucionales, tiene una editorial y acaba de integrarse al consejo asesor al nuevo Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello, donde está Raúl Figueroa y Jaime Bellolio, entre otros. Hoy en día, Parada no milita y su última adhesión fue entre 2012 y 2019 a Revolución Democrática.

–¿Qué le ocurrió con el Frente Amplio?

–Entré en sus inicios a RD. Vengo de un proceso de reflexión bien largo de pensar si yo me sentía representada por las ideas de izquierda o no y, de alguna forma, desafectándome de lo que ha sido tradicionalmente la izquierda. Me dejaron de funcionar algunas respuestas que venían desde la izquierda para estos tiempos. Empecé a darme cuenta de que los problemas actuales requerían nuevas respuestas y nuevas maneras de reflexionar.

Comencé a recuperar una discusión interna que tuve desde muy joven: la libertad es un valor muy importante que, evidentemente, para ser real, requiere de grados de igualdad, porque los seres humanos requieren de ciertas condiciones mínimas para desarrollar sus proyectos de vida. Pero nunca he podido superponer la igualdad a la libertad. Para mí son igual de importantes. Y en esa reflexión yo participé de RD.

–¿Le parecía una promesa diferente?

–Me parecía una promesa de renovación de la izquierda importante y aprendí mucho trabajando todos esos años. Las campañas de Giorgio Jackson, luego de Miguel Crispi, Pablo Vidal…

–¿Pero?

–Pero pasaron dos cosas. RD tomó una decisión súper legítima de decidir que quería ser un partido de izquierda y, por lo tanto, generar una política de alianzas hacia la izquierda que a mí nunca me convenció. Siempre creía que había que construir mayorías con el que hoy conocemos como Socialismo Democrático, pero eso estuvo bien en entredicho durante varios años. Entre medio hubo un congreso en que RD se declaró “anticapitalista”, lo que me hacía mucho ruido. Pero lo que me terminó de desafectar fue el tema del estallido.

–¿Por qué?

–A toda la política chilena el estallido nos dejó sin reacción. Fue muy contundente y era un alegato muy grande en contra del sistema político en su totalidad. Y en ese contexto, RD se plegó a esta idea del PC de que había que derrocar al presidente, Sebastián Piñera. Eso explica la tibieza con que se reaccionó a la violencia que acompañaba a las manifestaciones. Y me pareció que eso no era coherente con un partido que quería representar a una nueva izquierda democrática, porque siempre se tienen que salvaguardar las instituciones. Es peligroso coquetear con la posibilidad insurreccional y, por otro, tener condescendencia con la violencia. Y por eso di un paso al costado. No fue fácil.

–¿Cómo ocurrió que se fuera desafectando de la izquierda viniendo de la familia que proviene con tanta tradición en este sector político?

–Yo me alejé hace mucho tiempo del PC. Renuncié a la JJCC a los 16 años –en 1990, tras la caída del Muro de Berlín– y, desde ese momento hasta ahora, he tenido diferencias con el partido. Tendrías que preguntarle a mi familia cómo ha sido para ellos, pero no creo que haya sido fácil aceptar mi participación en la campaña de Ignacio Briones y ahora que yo esté apoyando la opción del “Rechazo”. Pero mi familia es muy respetuosa. Siempre hemos hablado mucho de política y se han respetado las opiniones en un marco de cariño. Nos hicieron leer y discutir mucho. Lo mismo en mi colegio.

–Usted estudió en el colegio Latinoamericano, un colegio muy de izquierda.

–En el Latinoamericano, toda mi vida. Y fuimos educados para desarrollar un pensamiento propio y crítico: poner en dudas las certezas con las que uno va creciendo. Reflexionar y cuestionar es parte de la educación que recibí. Y uno va evolucionando y viendo otras realidades. He estudiado mucho, confrontado mis ideas.

–¿Para esto fueron importantes los años que vivió en España, entre 1992 y 2005, entre sus 18 y 31 años?

–La experiencia de España fue muy importante para mi vida. Primero, porque era un país donde no me conocía nadie. Como hice teleseries desde chica, toda mi adolescencia la viví siendo conocida. Porque hacía teleseries y porque, luego, mataron a mi papá. Cuando llegué a España fue maravilloso llegar como una estudiante anónima.

Estudié teatro y trabajé de actriz y me probé que mis ganas de actuar y talento dependían de mí y no de mis abuelos [los famosos actores Roberto Parada y María Maluenda]. Y conocí a un montón de gente diferente a la que conocía de Chile que me abrió la cabeza. Viajé mucho, hice festivales de música, performance, trabajé en discotecas, tuve un centro cultural under. Esa época fue muy importante para saber quién era yo: qué cosas eran mías y qué cosas eran heredadas. Fue un tiempo muy fundamental para ser libre, en el que descubrí que hay tantas formas de ver el mundo como seres humanos.

"La violencia desatada de las redes sociales le hace mal a la convivencia democrática y, por otro lado, nadie debería permitirse maltratar a ningún ser humano, por muy en desacuerdo que se esté"

–Hay sectores de la izquierda que no le perdonan el tránsito…

–Hay distintas reacciones de distintas personas. Por un lado, hay un fenómeno en redes sociales que no logro entender, conmigo y con alguna otra gente. Hay unas jaurías que, como no las logro entender, se las dejo a los psicólogos sociales. Pero, en general, lo que yo percibo de la gente a la que respeto y le tengo cariño, es respeto por mis decisiones.

Hay gente que puede no compartirlas, pero entiende por qué las tomo y, por lo tanto, las respetan. Así que separaría lo que pasa en Twitter y lo que pasa en el resto del mundo. Incluso en la calle la gente que a veces me para es, en general, muy cariñosa, respetuosa. Me dan las gracias.

–¿No ve en la calle lo que se advierte en redes sociales?

–Creo que Twitter es un mundo que funciona con sus lógicas y ahí veo algo muy preocupante, no solo conmigo, sino en general: la anulación del debate y el maltrato; el odio, la violencia, que ningún ser humano debe recibir. Uno puede estar muy en desacuerdo e incluso no entender por qué alguien hace algo, pero eso no le da derecho a la gente de insultarte, a denostarte y a utilizar tu historia para agredirte.

Las cosas que he tenido que leer… No le deseo a nadie que tenga que leer lo que me han dicho por Twitter. Nadie sabe lo que una ha vivido y cómo ha logrado pararse en la vida tras lo que yo, en particular, he vivido. La violencia desatada de las redes sociales le hace mal a la convivencia democrática y, por otro lado, nadie debería permitirse maltratar a ningún ser humano, por muy en desacuerdo que se esté.

–¿Le afecta? ¿Lee estos ataques?

–Me cuesta no leer. Cuando estás con el teléfono en la mano te metes a mirar. Pero he aprendido a tuitear y no mirar las reacciones. Lo logro el 99% de las veces. Porque, ¿para qué? Encima es gente anónima la que me dice cabezas de pescado. La que me tiene cariño, a la que yo le importo, cuando tomo opciones que no comparten se dan el trabajo de llamarme o mandarme un WhatsApp. Primero, para mandarme cariño cuando están desatadas las jaurías digitales. Y, segundo, para decirme que no están de acuerdo conmigo y que les gustaría saber mis razones. Y he tenido muy buenas conversaciones de este tipo con grandes amigos.

El papel en el campaña del "Rechazo"

–¿Cómo decidió asumir un papel en la campaña por el “Rechazo”?

–Armamos junto a Andrés Velasco, Óscar Landerretche, Felipe Harboe, Carolina Goic, entre otros, un colectivo que se llama “Una que nos una”. Y lo hicimos tras varias conversaciones entre abril y mayo, cuando ya comenzaba a verse lo que iba a ser el texto final, con la preocupación de que el texto no fuese un buen texto. Hasta abril estuvimos confiando en que en algún momento la convención iba a tomar conciencia de que estaban haciendo una propuesta maximalista, partisana y que la iban a arreglar. Pero eso no ocurrió.

–¿Por qué no le gusta el texto?

–Mis razones son de dos tipos. Tengo un problema con el proceso. Entiendo que la elección de convencionales fue democrática y legítima, por lo que es indiscutible que fue el pueblo de Chile el que eligió esa composición. Creo que lo subrepresentada que quedó la derecha y la centroderecha es responsabilidad de la derecha y la centroderecha. Pero desde que empecé a trabajar por una nueva Constitución, por allá por 2012 con “Marca tu Voto”, siempre pensé que el proceso constituyente iba a representar la posibilidad de reencontrarnos después de nuestra historia que ha sido tan fracturada, con tantos dolores.

Siempre he tenido la conciencia obvia que el pasado es incambiable, pero que sí puede aprender para no repetir esos errores. Aparte de terminar con una Constitución hecha en dictadura, la nueva Carta Fundamental era la posibilidad de un encuentro de cara al futuro. Pero eso no ocurrió en este proceso constituyente, porque hubo una decisión deliberada de sectores de la izquierda de excluir a la derecha, la centroderecha y parte del centro, al no necesitar sus votos. Y para mí eso alarga el problema constitucional.

"El acuerdo del oficialismo llega tarde, no se hace cargo de la profundidad del problema del texto propuesto y confirma lo que muchos venimos diciendo desde hace meses: la propuesta de la convención adolece de graves fallas y no cumple con los estándares de buen funcionamiento democrático que Chile requiere"

–¿Y la segunda razón?

–Tengo, además, un problema con el texto. Tiene cosas buenas y se hace cargo de un montón de demandas, como los temas medioambientales, de género, el reconocimiento a los pueblos indígenas, un catálogo de derechos bastante amplio, descentralización. Pero creo que todo eso puede quedarse en el papel si no solucionamos el principal problema que tiene Chile, que es tener un sistema político bloqueado, donde no existen incentivos para la colaboración. Esta propuesta no se hace cargo, además, de la excesiva fragmentación de nuestro sistema político institucional, entre otros asuntos fundamentales. Y esto va a generar más frustración en la gente.

–¿En qué sentido?

–De ganar el “Apruebo”, la gente va a ver que sus problemas no se están solucionando, pese a que se les está diciendo que, debido a ese extenso catálogo de derechos, se las van a solucionar. Se optó por un modelo de Constitución maximalista, para correr el cerco todo lo posible, en vez de construir una Constitución con los mínimos comunes de toda nuestra sociedad. En esas condiciones es mejor rechazar este texto.

–¿Y qué se hace desde el 5 de septiembre?

–Un nuevo proceso constituyente, acotado, porque no tiene por qué durar un año. Una nueva convención, elegida con un distinto sistema electoral, podría trabajar por seis meses. Tenemos el insumo de la convención y del proceso constituyente de la presidenta Bachelet, donde participamos más de 200.000 personas en un proceso que viví intensamente. Y con esos dos insumos, nosotros en “Una que nos una” hicimos una propuesta para que una comisión técnica trabaje de octubre a diciembre de este año para entregar un texto en enero de 2023 a la nueva convención que, durante seis meses, debería deliberar. Luego, se terminaría con un plebiscito en septiembre del próximo año. Yo creo que eso nos da una opción de una Constitución que represente a todos los sectores, menos partisana.

–¿Qué le parece el acuerdo del oficialismo de la semana pasada?

–El acuerdo del oficialismo llega tarde, no se hace cargo de la profundidad del problema del texto propuesto y confirma lo que muchos venimos diciendo desde hace meses: la propuesta de la convención adolece de graves fallas y no cumple con los estándares de buen funcionamiento democrático que Chile requiere. Las propuestas, más que ser reformas constitucionales, son posibles leyes interpretativas que, insisto, no abordan los problemas fundamentales del texto propuesto –el mal diseño del sistema político, la excesiva fragmentación política y una estructura de Estado con demasiadas autonomías–, lo que significará la continuación del bloqueo de nuestra política institucional y hará muy difícil la gobernabilidad los próximos años.

–¿Cree que tenga algún efecto electoral en favor del “Apruebo”?

–La falta de convicción con que el oficialismo llega a este acuerdo y su poca profundidad, hará difícil que se transforme en votos a favor de esa opción.

–¿Hay hechos políticos, como una fuerte irrupción de Bachelet en la campaña –a quien usted conoce muy bien– pueda impulsar al “Apruebo”?

–Veo difícil que la presencia de la expresidenta o de cualquier otro dirigente pueda cambiar fuertemente el resultado del plebiscito.

–¿Cómo califica los pasos que ha dado la derecha? ¿Le parecen suficientes?

–Creo que la derecha y la centroderecha siguen al debe. Es importante que comprometan la ruta para habilitar la próxima etapa del proceso constituyente y que avancen en los compromisos sobre los contenidos. Cuando hablo de compromiso me refiero a sus votos en el Congreso. Quedan menos de tres semanas y espero que lo hagan.

–El colectivo que usted forma “Una que nos una” se unió a otros en la plataforma “Centroizquierda por el Rechazo”. ¿Qué ha significado?

–Ha sido muy importante para el ánimo nuestro. Mucha gente con una historia ligada a la izquierda y centroizquierda se sentía muy sola y con mucho temor a decir que iba a votar “Rechazo”. Compartimos valores democráticos y progresistas y la convicción de que para que avancen las causas democráticas y progresistas, la propuesta de la convención no nos va a ayudar. Estamos trabajando intensamente, porque no hay carrera ganada.

–¿Qué implica definirse como “socialdemócrata liberal”, como usted?

–Poder trabajar con un amplio espectro de gente en política, porque creo que algo muy importante que está pasando en este momento es que por fin estamos terminando con el clivaje del plebiscito de 1988. Han pasado más de 30 años y los problemas que tiene Chile son distintos a los que teníamos entonces. No se trata de dictadura versus democracia, sino de cuáles son los consensos básicos que tenemos para los próximos 40 o 50 años. Y hay muchos más consensos de lo que parece. En Chile se está reconfigurando el panorama político y hoy por hoy se pueden generar alianzas con personas que antes estuvieron en otro lugar.

–¿No le complica estar en la misma opción del “Rechazo” con gente de la UDI, por ejemplo?

–Es que esta elección no se trata de derechas ni de izquierdas.

–¿Le parece falsa, entonces, la idea de que el plebiscito es una definición a favor o en contra de la Constitución de Pinochet?

–Es una falacia argumentativa que este plebiscito sea sobre apoyar o no la continuidad de la Constitución de Pinochet. Porque el plebiscito sobre la actual Constitución fue el pasado, el de 2020. Y ahí un 80% votamos que no queremos el texto vigente. Por lo tanto, este plebiscito se trata de si la nueva Constitución será la propuesta de la convención o nos vamos a dar una nueva oportunidad.

–Este fin de semana, aparte de los ataques en su contra en redes sociales, un grupo de creadores de la franja del “No” de 1988, entre ellos Eugenio Tironi, mandó una carta a El Mercurio donde dicen que “igualar lo que está en juego este 4 de septiembre con la gesta del ‘No’, es francamente una grosería”. ¿Qué opina?

–Lamento que haya gente que se ofendió, jamás fue nuestra idea. La idea del video surgió para hablarle a las miles de personas que, como nosotros, estuvieron en contra de la dictadura y que hoy votaremos “Rechazo”. Nuestro voto y el video nacen de nuestro profundo compromiso democrático. El 88 se trataba de derrotar a la dictadura, ahora se trata de proteger la democracia, nuestra convivencia y el desarrollo que Chile necesita. Y por eso mismo: reivindicamos nuestro derecho a apelar a la democracia y sus símbolos en esta campaña que, por cierto, nos pertenecen a todas y todos.

–¿Confía en que Chile va a tener una nueva Constitución, al margen del resultado del plebiscito?

–Yo estoy segura de que Chile va a tener una nueva Constitución. Es la primera vez que hay un acuerdo tan amplio en el mundo político y social de que Chile necesita una nueva Constitución. Nunca habíamos tenido desde la UDI (que ha sido el partido guardián de la Constitución del 80) hasta el PC (que no firmó el pacto del 15 de noviembre de 2019) de acuerdo con que necesitamos una nueva Constitución. Es una realidad política inédita.

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