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El apetito mundial por bienes públicos

Los bienes públicos son los bloques de construcción de la civilización. La propia estabilidad económica es un bien público...

Por: | Publicado: Miércoles 25 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
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Los bienes públicos son los bloques de construcción de la civilización. La propia estabilidad económica es un bien público. Lo mismo los títulos de valores, la ciencia, un medio ambiente limpio, la confianza, una administración honesta y la libertad de expresión. La lista puede seguir mucho más allá. Esto es importante porque no es fácil asegurar un suministro adecuado de estos bienes. Mientras más globales se vuelven, más difícil es. Irónicamente, mientras mejor nos volvemos para proveer bienes privados y nos hacemos más ricos, más complejos se vuelven los bienes públicos que necesitamos. Los esfuerzos de la humanidad para afrontar estos desafíos podrían convertirse en la historia clave de nuestro siglo.

Esta lección se encuentra de manera subyacente a lo largo de toda la serie de Financial Times sobre la Crisis del Capitalismo. Un elemento central del debate es cómo evitar la inestabilidad financiera extrema. Esta inestabilidad es un mal público y evitarla es un bien. Quienes actúan dentro del sistema de mercado no tienen ningún incentivo para proveer bienes o evitar males.

¿Qué es, para aquellos que no están familiarizados con la terminología, un bien público? En la jerga, un bien público es un “no excusable” y un “no contencioso”. No excusable significa que no se puede evitar que quienes no pagan por el bien disfruten igualmente de sus beneficios. Un no contencioso significa que el goce de una persona no se da a costa de otra. La defensa nacional es un bien público clásico. Si un país queda a salvo de los ataques todos se benefician, incluyendo los residentes que no contribuyeron. Además, el disfrute de esos beneficios no afecta al de otros. De manera similar, si la economía está estable, todos se benefician y a nadie se le priva.

Los bienes públicos son un ejemplo de lo que los economistas denominan “falla de mercado”. Este punto se conoce en términos generales como “externalidades”, consecuencias positivas o negativas, que no son tomadas en cuenta por quienes toman las decisiones. En esos casos, la mano invisible de Adam Smith no actúa como uno quisiera. Se necesita encontrar una forma para cambiar el comportamiento; los bienes públicos usualmente involucran alguna participación del Estado; las externalidades normalmente implican impuestos, subsidios o algún cambio en los derechos de propiedad. Los economistas del libre mercado, como Tyler Cowen de la Universidad George Mason, prefieren esta última alternativa. Pero incluso esa requiere una acción pública efectiva, aunque sea a través del aparato legal.

Los economistas han tendido a asumir que la economía de mercado es inherentemente estable. Si es así, la estabilidad es producida de manera automática. Desafortunadamente no es así. Una economía de libre mercado puede expandir el crédito sin límite, a cero costo. Como el suministro de dinero es simplemente la contraparte de riesgo de una decisión privada de crédito, la inestabilidad viene cocinada dentro de la torta económica. Por esta razón, la estabilidad económica es un bien público que resulta muy difícil de proveer. Las consecuencias de las repetidas fallas en conseguirla también pueden ser dramáticas. Incluso Milton Friedman creía que la intervención estatal, a través del banco central, era necesaria para evitar largas cadenas de colapsos bancarios.

Mucho más puede decirse del valor como bien público de la estabilidad financiera y económica. Pero hay un aspecto más profundo en todo esto. La historia de la civilización es la historia de los bienes públicos. Mientras más compleja la civilización mayor cantidad de bienes públicos deben ser suministrados. Y la nuestra es por lejos la civilización más compleja que la humanidad haya desarrollado hasta ahora. De modo que su necesidad de bienes públicos -y bienes con aspectos de bienes públicos, como la educación y la salud, es extraordinariamente grande. Las instituciones que históricamente han proporcionado los bienes públicos son los Estados. Pero no está claro si los estados modernos pueden -o los dejan- proveer los bienes que ahora demandamos.

La historia de los bienes públicos se remonta al comienzo mismo de los Estados, que fueron el resultado de la revolución agrícola. Esta hizo que las poblaciones fueran vulnerables a los forajidos, lo que Mancur Olson llamaba “los bandidos vagabundos”. La respuesta fue el “bandido estacionario”, es decir, el Estado. No fue una respuesta perfecta, nunca lo son. Pero funcionó suficientemente bien como para permitir un significativo incremento de la población. El Estado provee defensa a cambio de impuestos. Los imperios -Roma o China- disfrutaban de economías de escala al proporcionar seguridad. Cuando Roma colapsó, la seguridad fue privatizada por pandillas locales, a un enorme costo social: esto es lo que ahora llamamos feudalismo.

La revolución industrial expandió las actividades del Estado de innumerables maneras. Esto obedeció fundamentalmente a las necesidades de la propia economía. Los mercados no podían, por su propia cuenta, proporcionar una población educada o infraestructura a gran escala, defender la propiedad intelectual, proteger el medio ambiente y la salud pública, y mucho más. Los gobiernos se sintieron obligados -o encantados- de intervenir, como proveedores y reguladores, o subsidiadores y cobradores de impuestos. Además de esto, la llegada de la democracia aumentó la demanda por una redistribución, en parte como respuesta a la inseguridad de los trabajadores. Por todas estas razones, el Estado moderno, mucho más potente que cualquiera que haya existido antes, ha explosionado en cuanto alcance y escala de estas actividades. ¿Puede revertirse esta tendencia? No. ¿Funciona bien? Esa es una buena pregunta.

Pero, consideremos donde nos encontramos ahora. El impacto sobre la humanidad es, al igual que la economía, cada vez más global. La estabilidad económica es un bien público global. De igual modo que en una era de armas nucleares lo es la seguridad. Lo mismo en el caso del control del crimen organizado, el contrabando, la piratería y, por sobre todo, la contaminación. Y también el suministro de educación o salud. Lo que ocurra en cualquier parte nos afecta a todos, y cada vez más. A menos que se produzca un colapso económico global, un creciente número de bienes públicos demandados por nuestra civilización serán globales o tendrán aspectos globales.

Nuestros estados no pueden proporcionarlos por sí solos. Necesitan cooperar. Tradicionalmente, la forma menos mala de asegurar esta cooperación ha sido a través de cierto tipo de liderazgo. Los líderes actúan a pesar de los individualistas. Como resultado, algunos bienes públicos han sido proporcionados de manera adecuada, aunque imperfecta. Pero a medida que volvemos a una era multipolar, la capacidad de cualquier país para proporcionar ese liderazgo será limitada. Incluso en los días unipolares, sólo funcionaba si el poder hegemónico quería proporcionar ese bien público en cuestión.

Partí por la estabilidad económica, porque la gran sorpresa de los últimos años es lo difícil que ha resultado proporcionar este bien. Y termino con un punto mucho más amplio. La nuestra es la civilización más global que se haya visto que demanda un amplio rango de bienes públicos. Los Estados de los cuales la humanidad depende para que provean esos bienes, son impopulares, están excedidos y trabados. Tenemos que pensar en cómo administrar este mundo. Y va a requerir una extraordinaria creatividad.

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