Economía y Política

Arauco indómito Testimonios de empresarios que conviven con la violencia en la Novena Región

La venta de predios ha bajado en un 30%, según el corredor Sergio Ramírez, y muchos inversionistas han decidido mirar otras zonas.

Por: | Publicado: Sábado 6 de septiembre de 2008 a las 05:00 hrs.
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"Así como en Santiago ustedes tienen la ruta del vino, en la Araucanía tenemos la ruta del fuego", se queja Sergio Sánchez. Razones tiene para hacerlo: la madrugada del domingo 17 de agosto le quemaron 3 mil fardos. Fue el mismo día que su vecino, Eduardo Lucshsinger, sufrió un atentado incendiario en el fundo Santa Rosa, de Vilcún.

Motivados por historias como ésta, decidimos viajar a la Novena Región para conocer la realidad que viven los empresarios de la zona.

"Que quede claro, este no es un conflicto mapuche. Son grupos extremistas que han utilizado a los mapuches como slogan", piensa Sánchez y agrega: "acá hay alguien que está ganando plata. Hay gente de la ETA que ha venido para acá".

Sánchez teme ser el siguiente. Por eso no quiere que le tomen fotos y tiene resguardo policial las 24 horas del día. Hace 8 años, optó por instalarse en la zona para darle una mejor calidad de vida a su familia. "Construí galpones, salas de ordeña y tengo 200 vacas lecheras", cuenta. Pero hoy prefiere no invertir en nada.  De hecho, tiene paralizado un proyecto -en conjunto con otros socios- para construir una central de crianza de terneros.

Tras el ataque,  Sánchez recibió un mail de un corredor de seguros que confirma la realidad de muchos agricultores de la zona: ya nadie los quiere asegurar. "He hecho las consultas de cotización por el seguro de tu casa y me han contestado que por razones técnicas no pueden cotizar esta propuesta", señalaba el documento.

Para el arquitecto Mario Garbarini, los ataques incendiarios no son novedad. En 1999 empezaron los problemas en el fundo Curaco, ubicado 12 kilómetros al oriente de Collipulli. Ese año, 45 hectáreas de bosque ardieron en un incendio intencional. Antes de eso, asegura que nunca tuvo conflictos con sus vecinos. "Durante la UP este campo fue amenazado de tomas. Apenas empezaban los rumores, los agricultores se organizaban y los mapuches formaban parte de esos grupos de defensa", relata.

Tras el ataque, la comunidad vecina le solicitó una reunión. "No eran los comuneros típicos, sino gente joven, influenciada por Víctor Ancalaf. En un tono agresivo me dijeron que demandaban esa tierra", recuerda. Después vino la quema de otras 67 hectáreas. "La compañía de seguros puso resguardo policial para la cosecha y como represalia, el año 2001, nos quemaron la casa", agrega.

Actualmente, los Garbarini sólo producen 40 hectáreas al año, dejando de plantar 160. "Este año no me permitieron ni siquiera volver a quemar los residuos de lo que coseché en el verano. Llegan a caballo 20 gallos con palos y no puedo meter gente a trabajar", explica.

Para esta familia el fundo dejó de ser el punto de encuentro y decidieron venderlo. Aún no hay interesados, pese a que el año pasado 12 posibles compradores lo evaluaron."El campo debiera costar unos 3 millones la hectárea libre de plantación. Yo le he dicho a la Conadi que si a alguna comunidad le interesa lo vendo a 1,8 la hectárea", cuenta Garbarini.

El corredor de propiedades agrícolas Carlos Ramírez confirma esta realidad: nadie compra tierras que colinden con comunidades. "Los bancos tienen una foto aérea -no te lo dicen pero es verdad- donde ponen puntos rojos a las zonas mapuches. Si tú vas a pedir un crédito, un campo que en condiciones normales vale 100 te lo tasan en 50. Y olvídate de los seguros a bosques". 

La venta de predios ha bajado en un 30% y se ha producido un fenómeno insólito: "los filetes se han pagado muy bien, $5 millones ó $6 millones la hectárea, pero todo lo que tenga mapuches al lado no vale mas de $2 millones", resume este corredor, quien ha reorientado su negocio: hoy busca tierras para una empresa española que quiere instalar aerogeneradores en el país ¿la única condición? "que no haya mapuches cerca", dice.



¿Araucanía congelada?

Federico Magofke sortea el barrial que dejó el temporal de lluvia para mostrar su planta de secado. Tras reconvertirse del rubro agrícola al forestal, invertió US$ 4 millones en esta fábrica que procesa entre 4 mil y 5 mil metros cúbicos de madera de embalaje.

Magofke prácticamente inauguró el Parque Industrial de Lautaro, hace casi 6 años. Hoy no hay más de 5 fábricas instaladas en el área de 430 hectáreas. "La región está bastante parada. Conozco mucha gente que está sacando sus platas al extranjero", comenta Magofke, quien pensaba invertir otros US$ 4 millones, pero hoy prefiere congelar los planes por el dólar fluctuante, el aumento de costos y el problema mapuche. "Si la gente no quiere invertir en la cosecha, por ejemplo, porque las máquinas las queman mucho, se entorpece tu faena", explica.

Según un estudio de Libertad y Desarrollo, entre 1985 y 2007 el crecimiento de Chile alcanzó un promedio de 5,6% anual, mientras la expansión en esta región alcanzó sólo el 4,8%. En cuanto a la inversión extranjera,desde el 2004 la cifra es igual a cero.

Fernando Romero tomó una decisión: no comprar más tierras en la Araucanía, donde suma cerca de 3 mil hectáreas, tras la quema del fundo San Anselmo, ubicado entre Galvarino y Chol Chol. Hoy invierte  en la X Región y en Argentina, donde tiene 15 mil hectáreas dedicadas a la cría de terneros.

 "Creen que porque le compran un campo dejan tranquila a la familia, pero sigue igual de muerta de hambre. Desde que sale la plata del Estado hasta que llega hay una carrera larga donde alguien gana porque el beneficio no llega al final", sentencia el empresario forestal.



Con las botas puestas

Pedro Nickelsen duda sobre la fuga de capitales."Yo no sé que habría pasado con la inversión extranjera y con la inversión en general si no existiera esta demanda por parte del pueblo mapuche. Podría haber sido mayor posiblemente, pero no es efectivo que aquí no haya inversión", sentencia el agricultor y enumera: "Louisiana Pacific se acaba de instalar, Mc Cain (empresa  conocida por sus papas fritas) se está instalando en Freire y en Temuco se está construyendo un casino".

Nickelsen no ha detenido los proyectos en su fundo Agua Buena, en Collipulli, pese a que la noche del 20 de enero de 2002 sufrió un ataque que casi acaba con la vida de su cuñado y socio, Gerardo Jequier. "Literalmente tuvimos que cosechar con 80 carabineros de Fuerzas Especiales hasta las 13:15, porque a esa hora le prendieron fuego al campo", recuerda. Desde ese día, nunca más volvieron a entrar al fundo Ginebra, hoy en manos de la comunidad Ahilla Varela. "Yo lo he sobrevolado, es un campo de 450 hectáreas, del cual con suerte se están cultivando unas 20", cuenta.

Para Nickelsen el problema se origina en la pobreza:"Necesitan soluciones para tener una mejor calidad de vida. La solución no es darle tierras, los mapuches son personas de campo,  pero son intrínsecamente nómades", y agrega: "en esta región hay familias mapuches que son multimillonarias y no tienen qué comer. Viven al lado de la ruta 5 sur, lugar en que la hectárea vale hasta $100 millones, tienen 10 hectáreas y no pueden ni vender ni arrendar". Tampoco tienen las herramientas ni el capital para trabajar la tierra, agrega.

¿Los empresarios no tienen responsabilidad? "Todos somos responsables", dice. Tras la crisis de los 80, agricultores de Collipulli empezaron a vender sus tierras a las grandes empresas forestales y el hombre rural, según explica, empezó a quedarse sólo: "Cuando colindas con una comunidad mapuche, a las 4 de la mañana te tocan la puerta para que lleves a la señora a tener la guagua al hospital, me ha pasado muchas veces. Pero cuando no conoces a tus vecinos, la posta que existía ya no está, la escuela rural tampoco".

Aún se pueden palpar los perdigones en el brazo de Gerardo Jequier, quien se salvó milagrosamente de una amputación. Aún siente temor de que lo vuelvan a atacar. De hecho, duerme con una pistola en su velador. "Nosotros somos futuristas y creemos que nuestros vecinos nos van a dejar tranquilos", dice Jequier, quien no tiene intenciones de abandonar las tierras en la que ha invertido años de esfuerzo.

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