Por Blanca Arthur
Cuando se suponía que la Alianza estaba en pleno proceso de restauración de las confianzas para enfrentar unida el duro desafío electoral que le espera, Carlos Larraín sorprendió a La Moneda, a la UDI e incluso a su propio partido, dando a conocer el acuerdo a que había llegado con la DC -al que sumó al resto de la Concertación- para poner fin al sistema binominal.
En su conocido estilo, el presidente de Renovación Nacional trató de justificar su acción, diciendo que con ello la calle, que es la que reclama por dicho cambio, quedaba “out”, porque con esto se “apalancaba” a los partidos.
Pero el argumento, corroborado también por otros de los protagonistas, apuntando a que si se encauzaba la discusión por la vía institucional podía atajarse la idea de una asamblea constituyente, no fue ni siquiera considerado.
Es que la forma en que se concretó la sigilosa operación de Carlos Larraín no sólo generó un profundo malestar entre quienes fueron sorprendidos, sino una también produjo una seria preocupación por los efectos políticos que el episodio podía tener para el oficialismo.
La inesperada actitud del senador, que sólo compartió con su par Francisco Chahuán, representó un duro golpe para el presidente Sebastián Piñera y sus más cercanos de RN, como para la UDI y la candidatura de Pablo Longueira, los que en conjunto concordaron en dar un contragolpe tendiente a aminorar los daños.
Liderado desde La Moneda por el propio Piñera, éste consistió en acelerar un acuerdo en torno a otra propuesta de cambio al binominal sobre la base de la que estaban trabajando en La Moneda, la que se consensuó tras ser analizada largamente en palacio, que -como anunció el Presidente anoche- será enviada el Congreso la próxima semana.
Entre las cuentas que sacaron en el Ejecutivo destaca que, como su propuesta no aumenta el número de parlamentarios -que es lo que más se ha cuestionado al proyecto que desató la polémica- podía incluso encontrar más acogida, aunque no fue ése el propósito de fondo de esta contraoperación.
Como se analizó en el encuentro, lo prioritario era que el gobierno junto a sus partidos no perdieran el control de la agenda en un tema que es sensible sobre todo en este año electoral, dando además una muestra de unidad que podría terminar con Carlos Larraín prácticamente aislado.
Enfrentar la venganza
Con su lenguaje, el presidente de RN ha dicho que “son pamplinas”, pero Piñera fue el primero en asumir que detrás del acuerdo a que éste llegó con la Concertación, se escondía, en parte, un afán de venganza por el mal trato del que acusa al gobierno no sólo en la campaña por las primarias, sino durante toda la actual gestión presidencial.
Como son conocidos los permanentes reclamos de Carlos Larraín frente a la preferencia que considera que se le ha dado a la UDI en desmedro de su partido, en La Moneda no necesitaron mucha suspicacia para entender que ahora, cuando tiene decidido abandonar la política, optó por decir basta, mostrando que al menos mantiene una cuota de poder.
Fue frente a eso que un indignado Piñera decidió salir al paso, consciente de que la actitud del presidente de su partido ponía en entredicho su autoridad justo en la recta final de su gestión, lo que entre otros efectos, podía perjudicar sus planes futuros.
Complicado ya por la decisión de Andrés Allamand de salir a pelearle el liderazgo de RN tanto con su opción senatorial, como con la idea de presidir RN -que eran sus planes- el Presidente no desperdició el error de cálculo de Larraín al no informar al resto de los senadores que han sido parte de la disidencia interna, ni tampoco al propio ex abanderado presidencial o su entorno.
Teniendo en cuenta que el acuerdo fue inmediatamente rechazado por Lily Pérez y Alberto Espina, mientras Allamand y sus cercanos, al menos rechazaron la forma en que se hizo, Piñera pudo sumar a gran parte de RN a su estrategia para contrarrestar el impacto de la decisión del presidente de dicho partido.
Los costos
Como efecto de este contragolpe, el mandatario logró retomar el control de la situación, con lo que de paso le dio una mano a la candidatura de Longueira mostrando la unidad que ésta requiere, como de hecho lo asumieron en su comando donde dejaron en manos de La Moneda el control de daños.
Pero aun cuando se considere que el operativo de emergencia fue exitoso, al punto que pudo culminar con el Presidente haciendo el anuncio anoche, no son pocos los que apuntan a que la rebelión de Carlos Larraín tendrá, quiérase o no, importantes costos para la coalición de gobierno.
El primero al que se alude es que si la discusión por el fin del binominal se toma la agenda, la gran beneficiada sería la oposición que es la que tiene este tema como una de sus principales banderas de lucha, la que además, con un proyecto emanado del gobierno, se encargaría de presionarlo para que lo saque adelante, cuales sean las causas que lo estanquen.
De hecho, en esa línea hubo algunas autocríticas el miércoles, en cuanto a que si el tema estaba candente, el error fue no haber actuado antes y no solo como reacción a la propuesta que suscribió Carlos Larraín.
Pero más allá de las recriminaciones por lo no realizado, existe también el temor de que aun cuando la reforma que se presentará aparece consensuada por el gobierno, parte de RN y la UDI, pueden surgir discrepancias en el oficialismo, en parte porque no necesariamente todos estarían de acuerdo en darle prioridad al tema ahora en plena campaña, ni tampoco con su contenido como comentan algunos parlamentarios de la UDI.
Cual sea el curso que adquiera el debate, lo concreto es que la decisión está tomada partiendo de la base que el peor escenario era quedarse sin hacer nada, con lo que si las sospechas de que Carlos Larraín apostó a generarle un problema a Piñera, a la UDI y a Longueira son ciertas, lo consiguió.