Economía

Las viviendas experimentales de Japón, de lo extraño a lo sublime

El país tiene el mayor número de arquitectos per cápita en el mundo y no es casualidad. La duración promedio de las casas en la nación es de sólo 26 años.

Por: Edwin Heathcote, Financial Times | Publicado: Viernes 28 de abril de 2017 a las 04:00 hrs.
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Podríamos sentir lástima por las casas japonesas. Su duración promedio es de sólo 26 años. O, podríamos deleitarnos con una exuberante cultura de renovación que ha hecho de la casa nipona el crisol de la experimentación arquitectónica contemporánea.

No es casualidad que Japón tenga el mayor número de arquitectos per cápita en el mundo, aproximadamente cinco veces más que el Reino Unido y más de siete veces más que EEUU. El país los necesita. En 2015, Japón construyó casi un millón de nuevas viviendas.

Una exposición en el Barbican de Londres intenta explicar por qué las casas japonesas son tan diferentes y atractivas. Hay casas con formas de rostros y otras sin puertas ni paredes. Hay casas sin ventanas, otras que son completamente transparentes. Y en el centro hay dos casas de tamaño natural: una es una reproducción de una de las más seductoras viviendas minimalistas de Japón, la otra, una casa de té revestida de madera carbonizada y con dos ojos enmarcados en cobre que funcionan como ventanas.

En un excelente ensayo en el catálogo de la exposición, Kenjiro Hosaka llama las mejores de estas construcciones “casas críticas”. Están en la ciudad conversando entre sí y con su entorno, sugiriendo formas alternativas de vida y de comprensión de lo que significa una casa.

Incomprensibles calles

Ese diálogo se expresa en las atracciones principales de la exposición. Una es una réplica de la maravillosa Casa Moriyama de Ryue Nishizawa. Esta increíble casa está situada en un barrio de Tokio en el que los edificios se dan empellones en una compleja red de callejones y de las usualmente incomprensibles calles (los japoneses todavía no han inventado los números de las casas). Concebida como una especie de microcosmos de la caótica ciudad, cada una de las diez habitaciones se expresa como un edificio individual. Algunas, como espacios vitales, son generosas y bien ventiladas. Otras –como el baño– son apenas lo suficientemente grandes como para entrar.

Cada bloque blanco se organiza en un patio que se convierte en una especie de red de calles y para pasar de una habitación a otra hay que salir y entrar en otra microconstrucción. Es torpe e ilógico, pero crea su propio paisaje con terrazas, patios y callejones. Es como si las habitaciones hubieran sido puestas en libertad.

La otra construcción carismática aquí es la Casa de Té de Terunobu Fujimori, una excéntrica vivienda levantada sobre estacas de madera. Fujimori es, en muchos sentidos, el opuesto de Nishizawa y su etérea perfección técnica. Nunca se capacitó como arquitecto, sino que es un historiador fascinado por las excentricidades de lo vernáculo, quien cree que la historia de la arquitectura va mucho más allá de lo diseñado por los arquitectos.

Deliberadamente estrecha 

Sus casas, a menudo levantadas sobre árboles, son artesanales, irregulares y casi infantiles. A menudo parecen un error, llevando el “wabi-sabi” (aceptación de la transitoriedad y la imperfección) al extremo, pero también son seductoramente atractivas con interiores maternales e íntimos. Ventanas pequeñas y líneas torcidas las hacen parecer dibujos infantiles. Deliberadamente estrecha y de difícil acceso a través de una escalera de mano, busca hacernos reflexionar sobre el espacio y cómo interactuamos con la construcción, que está dotada de cierto espíritu. Es una idea que se remonta a las tradiciones animistas. Si parece familiar, es probablemente porque Fujimori colaboró a menudo con Studio Ghibli, productora de un anime onírico.

Las películas tienen una presencia constante aquí. Hay fragmentos de dramas domésticos de Yasujiro Ozu, en los cuales la casa es un personaje de tanto peso como los protagonistas.

También está el brillo azul neón de la post punk, psicótica y muy divertida Familia Loca, de Sogo Ishii. La gama de expresiones arquitectónicas es impresionante. Hay híbridos tranquilos de la historia y la modernidad como la Casa para el profesor K Saito de Kiyoshi Seike, la Casa Hermosa del inmigrante checo radicado en EEUU Antonin Raymond y la Casa Mínima de Makoto Masuzawa.

Hay experimentos prefabricados de la década de 1970, que encarnan la idea de que una casa podría ser fabricada como un auto y están las casas de hormigón de la época brutalista incluyendo la preciosa Casa de Montaña de Junzo Yoshimura y la ferozmente cruda Casa Torre de Takamitsu Azuma en la cual cada superficie interna está moldeada en hormigón marcado con tablones.

Hay casas postmodernistas y casas de ciencia ficción; me gusta especialmente la Caja Antivivienda de Kiko Mozuna, en la cual las cajas se encuentran unas dentro de otras como un rompecabezas surrealista.

Hay casas evocadoras como la U Blanca de Toyo Ito, diseñada para su acongojada hermana, quien recientemente había perdido a su esposo, una construcción sin ventanas exteriores y, dentro de la cual se crea un misterioso drama mediante la proyección de sombras sobre paredes blancas y curvas.

Hay casas que tienen el aspecto de casas de muñecas, como la Casa O de Hideyuki Nakayama, y otras que parecen estanterías, como la genial pero inhabitable Casa NA de Sou Fujimoto.

Y hay viviendas brillantemente locas, como el incompleto Edificio Arimaston de Keisuke Oka en Tokio, un loco collage de hormigón.

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