“Cuando se dice que se trabaja como chino es verdad”. Eso es lo primero que dice María Teresa Sotomayor, al teléfono desde Shanghai. Son las 10 de la noche allá y sigue en su oficina. “Te diría que acá trabajamos 24 por 7. Uno trabaja hasta los días sábado y los domingo muchas veces hay que ir a ver alguna cosa al puerto”, cuenta.
Hace diez años decidió darle un giro a su vida y apostar por un país que en ese entonces tímidamente atraía a los inversionistas chilenos.
Tras aceptar la oferta de una multinacional para abrir un departamento de compras en China, se trasladó con su marido y sus seis hijos a la provincia de Fujian. Años después, se separó ¿Por qué no volvió? “Mantener el estándar de vida con seis niños en Chile lo veía complicado. Veía más oportunidades acá”, explica. Fue así como decidió trasladarse a Shanghai y formar su propia empresa: Shangri-la World Group.
Otro que vio oportunidades en Asia fue Sebastián Poli. Se casó un sábado de 2001 y el lunes siguiente ya estaba instalado con su señora en China.
Su relación con la cultura oriental se remontaba a algunos años antes, cuando trabajaba para las empresas de seguridad física que tenía su familia. “Estábamos mandando a producir a China, pero nos dimos cuenta que el hecho de estar viajando no aseguraba el control de la producción ni los pagos”, cuenta. Por cosas del destino, las empresas se vendieron y Sebastián se vio en la disyuntiva de volver a Chile o quedarse allá. Optó por lo segundo y formó Imex, su empresa de trading.
Otro que conoce de cerca la cultura del dragón de oriente es Adolfo Cádiz. Junto a cuatro socios formó en 2001 Pacific Trading Corp (PTC), y ya en 2002 era un habitante más de los 12 millones que conviven en Shanghai.
El cambio no fue fácil. Además de la barrera idiomática, Cádiz tuvo que lidiar con una cultura totalmente distinta, aunque logró distraerse siendo espectador privilegiado del cambio que ha vivido China, y especialmente Shanghai, en estos ocho años. "Una transformación radical", relata en el taxi camino a su casa, a las 11.30 de la noche.
De sol a sol
A la hora que uno llame a China, sin importar la diferencia de 12 horas con el gigante asiático, un chileno residente allá responderá el teléfono. "Es el costo de vivir al otro lado del mundo", ejemplifica Cádiz.
A China suele identificársele como el país de las oportunidades. Pero a juicio de Sebastián Poli, existe una suerte de amarillismo con esta parte de Asia: "Se cree que es el país de las grandes promesas, pero es mucho más complejo que eso. Por lo general, para que una empresa empiece a caminar se demora varios años".
Para que ello ocurra, hay que trabajar de sol a sol. Literalmente como chinos. Hasta 18 horas en los primeros años si es necesario.
"Hoy comprar en China es fácil, cualquiera lo hace, lo difícil es de qué manera manejarlo. Cuesta acostumbrarse a la metodología y a la forma de hacer negocios. Te diría que el idioma al final es lo menos difícil", explica Sebastián Poli, dueño de Imex, empresa que presta servicios a chilenos, principalmente en vehículos y retail.
Poli hoy trabaja con siete chinos. Carolina, su mujer diseñadora, se encarga del desarrollo de los empaques.
María Teresa Sotomayor coincide con Poli: "Venir y ver los productos baratos es una cosa, pero que el negocio sea exitoso es otra". En Shangri-la World Group ella se encarga personalmente de traer inversionistas -chilenos, españoles o mexicanos- para que inviertan en China, ya sea comprando productos o instalando la manufactura en Asia. Además de trabajar con empresas de artículos promocionales, ahora incluyó en su pool la venta de vinos. La empresa mueve cerca de US$10 millones al año.
Estas historias de éxito, como las de cualquier pequeño y mediano inversionista en China, toman años de trabajo. Bien lo sabe Adolfo Cádiz. Durante los primeros cinco años no bajó su ritmo de trabajo: desde las 7 de la mañana hasta pasada las 11 pm. Este esfuerzo no sólo hizo que PTC pasara de US$ 50 mil anuales en facturación a más de US$ 18 millones; también le significó estrés y alopecia. "Hoy bajé mi horario de 8 am a 7 pm. Me di cuenta que nada es tan imprescindible, y mi celular siempre está abierto para las llamadas de Chile", relata a minutos de la medianoche en Shanghai.
Just business
No sólo las jornadas de trabajo son complejas. Sostener lazos de amistad es casi imposible. "Ellos no tienen ningún interés que vengan extranjeros a asentarse. Sólo les interesa que traigan los dólares y se vayan", cuenta Sotomayor, y grafica con un ejemplo: "a mis niños en el colegio jamás los han convidado a ninguna parte. Sufren porque la discriminación es fuerte".
Poli afirma: "ellos negocian con todos, somos todos extranjeros para ellos, no hacen diferencia y hasta cierto punto no les importa mucho".
Ambos casos le han pasado a Cádiz. Pero lejos de quejarse, él mismo se pone el parche antes de la herida: "Yo no vengo a hacer amistades, sino negocios. Y los chinos lo ven así también".