Con los ojos de la “madame” del vino
Es francesa, pero habla español con mucha facilidad, por sus frecuentes viajes a Chile. Hace casi dos décadas convenció a su familia de ampliar sus inversiones y se dio a la tarea de visitar el Cono Sur. Aterrizó en Argentina, pero lo que vio en Chile le gustó más. En 1994 fundó la viña Lapostolle, con la que ha conseguido reconocimientos mundiales, particularmente su Clos Apalta. Ahora está mirando otros caminos para seguir creciendo, como el lanzamiento de un pisco de alto nivel, en el que trabaja con su hijo. Esta es su visión de la firma y la industria vitivinícola nacional.
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 22 de julio de 2011 a las 05:00 hrs.
Por Cristián Rivas Neira
Lo primero que llamó nuestra atención cuando comenzamos a gestionar una entrevista con Alexandra Marnier-Lapostolle -la dueña de Viña Lapostolle en Chile-, es la forma en que todos sus cercanos se refieren a ella: le dicen “la madame”. La solemnidad con que se refieren a ella suena casi como si esto significara un título nobiliario francés, aunque muy pronto nos damos cuenta que sólo es una costumbre que se ha ido traspasando entre todos los trabajadores de la viña con los años.
En todo caso, el glamour que nos imaginamos con eso de la nobleza no desapareció a medida que se fue concretando la entrevista y fue aún mayor cuando partió la conversación. Su cuidadoso español -de todas formas afrancesado- y la dedicación con que va hilando cada una de sus frases describen a una mujer que gusta de la perfección y del buen gusto.
Algo de eso ya sabíamos con anterioridad. Mal que mal, tras fundar la Viña Lapostolle en 1994 trabajó intensamente con enólogos y ejecutivos para conseguir que sus vinos lograran un prestigio envidiable en el mundo. Lo consiguieron incluso antes de lo que esperaban, recuerda sonriendo, cuando en el 2005 su Clos Apalta fue escogido como el mejor vino del mundo por la revista Wine Spectator, con apenas una década de trabajo.
Ella dice que se imaginó lograr una distinción como esa, cuando inició su viaje desde Francia para buscar el lugar perfecto en que su familia expandiría su negocio vitivinícola. Le había costado un poco convencer a su padre, así que lo hiciera tenía que ser bien pensado. Armó un plan de viaje para visitar Argentina, Chile y California, pero quedó embriagada con lo que encontró en nuestras tierras.
Dice que se encontró con una mezcla tan perfecta, entre paisajes con cordillera, aires limpios y suelos aptos para una viña, que no le costó mucho decidirse y junto a su esposo, Cyril de Bournet, echaron a andar el proyecto, con plantaciones en los reconocidos valles de Casablanca, Cachapoal y Colchagua, que hoy suman unas 360 hectáreas y el que sigue supervisando con mucho protagonismo. De hecho, visita el país unas cinco veces al año. La última terminó el viernes pasado, tras 10 días instalada directamente en las viñas y en el hotel boutique que mantienen en Apalta (Colchagua).
“Me gusta mucho salir a caminar por lo viñedos, ver cómo se está haciendo el manejo, probar los vinos e incluso participar en las mezclas”, describe.
El éxito de su emprendimiento ha sido rotundo. El año pasado, por ejemplo, exportaron poco más de 219 mil cajas, que se tradujeron en retornos por US$ 15 millones, con un valor promedio por caja en torno a los 80 dólares.
Para hacerse una idea, este último monto casi triplica el valor promedio de la industria, lo que deja en evidencia la calidad a la que están enfocados. Y si lo analizamos exclusivamente desde la empresa, los resultados tanto en monto como en volumen enviados crecieron 25% entre un año y otro.
Los nuevos pasos
Para describir el trabajo emprendedor de Alexandra en el mundo del vino es necesario remontarse varios años en el tiempo, incluso hacia otras generaciones que la anticiparon.
Su bisabuelo, proveniente de una familia que producía vinos desde el siglo XVIII en Sancerre, en el centro de Francia, se casó con una chica de apellido Lapostolle, cuya familia manejaba una destilería en París y empezó a trabajar con ellos. Un buen día pensó en hacer un nuevo producto e inventó el hasta hoy reconocido Grand Marnier, a base de coñac y naranjas amargas. Así fue como se unieron ambos apellidos y siguen estando unidos hasta el dia de hoy.
Ese mismo ímpetu por ir más allá está en los genes de Alexandra. Por eso, se entiende su afán por buscar nuevos caminos en el negocio que instaló en Chile, donde trabaja muy en línea con Patricio Eguiguren, ex gerente general y actual director de la firma, Jacques Begarie, enólogo jefe de la viña y el actual gerente general Gonzalo Belemmi, con quienes habla casi todos los días por mail, skype o a través del teléfono.
Su secreto mejor guardado por estos días es un nuevo ensamblaje que están preparando para lanzar el próximo año y cuyo nombre aún mantienen en reserva. Hasta ahora tienen cuatro variedades de vinos en el mercado: CASA, Cuvée Alexandre, Borobo y Clos Apalta, y la idea es expandirse pero manteniéndose en el segmento de vinos con mayor valor. Para eso, cuenta que están incrementando sus plantaciones en Apalta y pretenden además sumar nuevas compras de uva.
Pero ese no es el único camino. La expansión también viene de la mano de otro segmento. Madame cuenta que desde hace algunos años su hijo Charles se instaló en el país y tras desempeñarse en otras empresas hoy está trabajando un proyecto para producir y exportar pisco de alto nivel.
La iniciativa está siendo trabajada en el valle del Elqui y ya está bien avanzada, pues estima que el lanzamiento oficial será a la par en Chile y Estados Unidos -mercado al que apuntan inicialmente- en noviembre próximo.