Por Benedict Mander en Maracaibo
En cualquier otro país, uno creería que el empleado de la estación de combustible ha cometido un error.
“Son 2,83 bolívares
(US$ 0,66)”, dijo Martín Andrade tras llenar el tanque de 40 litros de su jeep Toyota.
Pero la estación se encuentran en el estado venezolano de Zulia, donde el petróleo es el más barato del mundo.
El efecto perverso de esta política del petróleo barato puede verse en todo el país. Autos de gran consumo de los años ‘70 repletan las calles. La capital Caracas sufre de tacos de pesadilla. Lo peor es que el contrabando de crudo se ha convertido en un negocio millonario. Un galón cuesta 48 veces más en la vecina Colombia.
El contrabando cunde especialmente en Zulia, una base de la oposición cercana a la frontera colombiana. Aquí el presidente Hugo Chávez ha decidido reprimir el tráfico ilegal racionando el petróleo con microchips en los vehículos.
Los habitantes de Zulia están furiosos, pero el gobierno sigue adelante para acabar con un negocio más rentable que las drogas.
En el pasado, Chávez ha lamentado los bajos precios del crudo, pero hizo poco al respecto. Un aumento en los precios del combustible en 1989 causó disturbios en Caracas y en última instancia gestó su propio ascenso político.
Pero Venezuela ya no puede permitirse esta política. Importa crecientes cantidades de petróleo de EEUU, debido a la caída de la producción en sus propias refinerías por falta de inversión. Algunos calculan que Venezuela consume 800.000 barriles diarios, de los cuales 100.000 son contrabandeados al exterior. El gobierno calcula que pierde US$ 8.000 millones al año por esta causa.
El racionamiento opera desde hace un año en la vecina Táchira y la venta de petróleo ha caído 40%.
Ada Rafalli, un concejal opositor de Maracaibo, dice que Zulia es castigado por la incompetencia oficial, y sugiere que la Guardia Nacional participa en el contrabando. El oficialismo lo desmiente. “Es una campaña de manipulación opositora porque están perdiendo en los sondeos” asegura Henry Ramírez, concejal de la ciudad.
Jesús Esparza, rector de la universidad local Rafael Urdaneta, cree que hay que subir los precios del crudo para terminar con el flagelo. “Nos estamos encerrando como en una ciudad medieval. No podemos ser un país amurallado. Ninguna muralla detiene a la economía”.