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Benedicto XVI: 65 años de sacerdocio

Por: | Publicado: Viernes 8 de julio de 2016 a las 04:00 hrs.
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PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO

El pasado 28 de junio, festividad de San Pedro y San Pablo, se conmemoró el 65° aniversario sacerdotal del Papa emérito Benedicto XVI. La celebración tuvo lugar en la Sala Clementina del Vaticano. Estuvieron presentes numerosos cardenales y el Papa Francisco, quien dedicó unas cariñosas palabras a su predecesor.

Santidad:

Hoy festejamos la historia de una llamada que inició hace sesenta y cinco años con Su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar en la catedral de Frisinga el 29 de junio de 1951. Pero, ¿cuál es la nota de fondo que recorre esta larga historia y que desde aquel primer inicio hasta hoy la domina cada vez más?

En una de las muchas bonitas páginas que usted dedica al sacerdocio destaca cómo, en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús, mirándolo, en el fondo sólo le pregunta una cosa: “¿Me amas?”. ¡Cuán bonito y verdadero es esto! Porque es aquí, nos dice usted, en ese “¿me amas?” donde el Señor funda el apacentar, porque sólo si existe el amor al Señor Él puede apacentar a través de nosotros: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (cf. Jn 21, 15-19). Es esta la nota que domina una vida entera entregada al servicio sacerdotal y a la teología, que usted no por casualidad definió como “la búsqueda del amado”; es esto lo que usted siempre ha testimoniado y testimonia aún hoy: que lo decisivo en nuestras jornadas -de sol o de lluvia-, aquello de lo cual se desprende todo el resto, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseemos, que interiormente estemos cerca de Él, que lo amemos, que de verdad creamos profundamente en Él y creyendo lo amemos de verdad. Es esta forma de amar la que nos llena el corazón, este creer es lo que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, incluso en medio de la tempestad, precisamente como le sucede a Pedro. Este amar y este creer es lo que nos permite mirar al futuro no con miedo o nostalgia, sino con alegría, incluso en la edad ya avanzada de nuestra vida.

Y así, precisamente viviendo y testimoniando hoy de un modo tan intenso y luminoso esta única cosa verdaderamente decisiva -tener la mirada y el corazón orientado a Dios-, usted, Santidad, sigue sirviendo a la Iglesia, no deja de contribuir verdaderamente con vigor y sabiduría a su crecimiento; y lo hace desde ese pequeño Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano que se revela de ese modo como algo distinto a uno de esos rinconcitos olvidados en los cuales la cultura del descarte de hoy tiende a relegar a las personas cuando, con la edad, sus fuerzas disminuyen. Es todo lo contrario. Y esto permita que lo diga con fuerza su sucesor que eligió llamarse Francisco. Porque el camino espiritual de san Francisco inició en San Damián, pero el verdadero lugar amado, el corazón pulsante de la Orden, allí donde la fundó y donde, al final, entrega su vida a Dios, fue la Porciúncula, la “pequeña porción”, el rinconcito junto a la Madre de la Iglesia; junto a María que, por su fe tan firme y por su forma tan íntegra de vivir de amor y en el amor con el Señor, todas las generaciones la llamarán bienaventurada. Así, la Providencia quiso que usted, querido hermano, llegase a un lugar, por decirlo así, precisamente “franciscano”, del cual emana una tranquilidad, una paz, una fuerza, una confianza, una madurez, una fe, una entrega y una fidelidad que me hacen mucho bien y nos dan mucha fuerza a mí y a toda la Iglesia. Y me permito decir también que de usted viene un sano y alegre sentido del humor.

La felicitación con la cual deseo concluir es una felicitación que dirijo a usted y al mismo tiempo a todos nosotros y a toda la Iglesia: que usted, Santidad, pueda seguir sintiendo la mano del Dios misericordioso que lo sostiene, que pueda experimentar y testimoniarnos el amor de Dios; y que, con Pedro y Pablo, pueda seguir exultando con gran alegría mientras camina hacia la meta de la fe (cf. 1 P 1, 8-9; 2 Tm 4, 6-8).

PALABRAS DEL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI

Poco tiempo antes de terminar el acto, y ante la sorpresa de muchos, el Papa emérito habló en público tras mucho tiempo sin escucharlo. En pie y sin ayuda de ningún papel, Benedicto XVI dio las gracias por el homenaje y fue especialmente agradecido con el Papa Francisco.

Santo Padre, queridos hermanos:

Hace sesenta y cinco años, un hermano que fue ordenado conmigo decidió escribir en el recordatorio de la primera misa, además del nombre y las fechas, sólo una palabra, en griego: Eucharistoùmen, convencido de que con esta palabra, en sus muchas dimensiones, ya está dicho todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistoùmen dice un gracias humano, gracias a todos. Gracias sobre todo a usted, Santo Padre. Su bondad, desde el primer momento de la elección, en cada momento de mi vida aquí, me admira, me hace partícipe realmente, interiormente. Más que los jardines vaticanos, con su belleza, es su bondad el lugar donde vivo: me siento protegido. Gracias también por la palabra de agradecimiento, por todo. Y esperamos que usted pueda seguir adelante con todos nosotros por esta senda de la misericordia divina, mostrando el camino de Jesús, hacia Jesús, hacia Dios.

Gracias también a usted, eminencia [cardenal Sodano], por sus palabras que han tocado verdaderamente el corazón: Cor ad cor loquitur. Usted ha recordado tanto la hora de mi ordenación sacerdotal como mi visita en 2006 a Frisinga, donde reviví esto. Sólo puedo decir que así, con estas palabras, usted ha interpretado lo esencial de mi visión del sacerdocio, de mi obrar. Le agradezco la relación de amistad que desde hace mucho tiempo continúa hasta ahora, de tejado a tejado [se refiere a sus casas que están ubicadas en la misma línea y están cerca]: es casi presente y tangible.

Gracias, cardenal Müller, por el trabajo que hace para la presentación de mis textos sobre el sacerdocio, con los cuales trato de ayudar también a mis hermanos a entrar siempre de nuevo en el misterio donde el Señor se entrega en nuestras manos. Eucharistòmen: en aquel momento el amigo [Rupert] Berger quería mencionar no sólo la dimensión del agradecimiento humano, sino naturalmente la palabra más profunda que se esconde, que se hace presente en la liturgia, en la Escritura, en las palabras gratias agens benedixit fregit deditque. Eucharistoùmen nos remite a esa realidad de dar gracias, a esa nueva dimensión dada por Cristo. Él transformó en acción de gracias, y así en bendición, la cruz, el sufrimiento, todo el mal del mundo. Y así, fundamentalmente, transubstanció la vida y el mundo; y nos dio y nos da cada día el pan de la vida verdadera, que supera los límites del mundo gracias a la fuerza de su amor.

Al final, queremos entrar en este “gracias” del Señor, y así recibir realmente la novedad de la vida y ayudar en la transubstanciación del mundo: que no sea un mundo de muerte, sino de vida; un mundo en el cual el amor ha vencido la muerte. Gracias a todos vosotros. Que el Señor nos bendiga a todos.

Gracias, Santo Padre.

"Enseñar y aprender el amor de Dios", por Benedicto XVI

Con motivo del homenaje a Benedicto XVI, se ha publicado en cinco lenguas el libro "Enseñar y aprender el amor de Dios", que recoge una selección de los escritos de Joseph Ratzinger sobre el sacerdocio. Se reproduce a continuación el PREFACIO, escrito por el PAPA FRANCISCO.

Cuando leo las obras de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI me resulta cada vez más claro que él ha hecho y hace "teología de rodillas": de rodillas porque, antes incluso que ser un grandísimo teólogo y maestro de la fe, se ve que es un hombre que cree verdaderamente, que ora verdaderamente; se ve que es un hombre que personifica la santidad, un hombre de paz, un hombre de Dios. Y así él encarna ejemplarmente el corazón de toda la acción sacerdotal: ese profundo enraizamiento en Dios sin el cual toda la capacidad organizativa posible y toda la presunta superioridad intelectual, todo el dinero y el poder resultan inútiles; él encarna esa constante relación con el Señor Jesús sin la cual nada es ya verdadero, todo se convierte en rutina, los sacerdotes en asalariados, los obispos en burócratas y la Iglesia deja de ser la Iglesia de Cristo y se convierte en un producto nuestro, una ONG a fin de cuentas superflua. Leyendo este volumen, se ve claramente cómo él mismo, en sesenta y cinco años de sacerdocio que hoy celebramos, ha vivido y vive, ha testimoniado y testimonia ejemplarmente esta esencia del actuar sacerdotal.


El cardenal Ludwig Gerhard Müller ha afirmado con autoridad que la obra teológica de Joseph Ratzinger, antes, y de Benedicto XVI, después, lo sitúa en esa serie de grandísimos teólogos que han ocupado la cátedra de Pedro; como, por ejemplo, el papa León Magno, santo y doctor de la Iglesia.


Renunciando al ejercicio activo del ministerio petrino, Benedicto XVI ha decidido ahora dedicarse totalmente al servicio de la oración: "El Señor me llama a ´subir al monte´ a dedicarme todavía más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, más aún, si Dios me pide esto es propiamente para que pueda continuar sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que he tratado de hacerlo hasta ahora", ha dicho en el último y conmovedor Ángelus que ha rezado. Desde este punto de vista, a la justa consideración del Prefecto para la Doctrina de la Fe, querría añadir que quizás es precisamente hoy, como papa emérito, cuando él nos está impartiendo del modo más evidente una de sus más grandes lecciones de "teología de rodillas".


Porque Benedicto XVI nos sigue testimoniando, quizás ahora, sobre todo, desde el Monasterio
Mater Ecclesiae, en el que se ha retirado, de un modo todavía más luminoso, el "factor decisivo", ese íntimo núcleo del ministerio sacerdotal que los diáconos, los sacerdotes y los obispos nunca deben olvidar, a saber, que el primer y el más importante servicio no es la gestión de los "asuntos corrientes", sino rezar por los demás, sin interrupción, con alma y cuerpo, precisamente como lo hace hoy el papa emérito: constantemente inmerso en Dios, con el corazón siempre dirigido a Él, como un amante que en cada instante piensa en el amado, haga lo que haga. Así, Su Santidad, Benedicto XVI, con su testimonio, nos muestra cuál es la verdadera oración: es una intercesión de la que tienen más necesidad que nunca tanto la Iglesia como el mundo -y tanto más en este momento de verdadero y propio cambio de época-; tienen necesidad de ella como del pan, más que del pan. Porque orar es confiar la Iglesia a Dios, con la conciencia de que la Iglesia no es nuestra, sino Suya, y que precisamente por esto él no la abandonará; porque orar significa confiar el mundo y la humanidad a Dios; la oración es la clave que abre el corazón de Dios, es la única que consigue introducir de nuevo a Dios siempre, continuamente, en este mundo nuestro.


¡Queridos hermanos! Yo me permito decir que si alguno de vosotros tuviera en algún momento dudas sobre el centro del propio ministerio, sobre su sentido, sobre su utilidad, medite profundamente las páginas que se nos ofrecen en este libro, porque los hombres esperan de nosotros sobre todo lo que en este libro encontraréis escrito y testimoniado: que les llevemos a Jesucristo y que les conduzcamos a Él, al agua fresca y viva, de la que tienen sed más que de cualquier otra cosa.


No es casualidad que la iniciativa de este volumen -junto con la de dar vida muy oportunamente a una Serie de libros temáticos sobre el pensamiento de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI- haya partido de un laico, el profesor Pierluca Azzaro, y de un sacerdote, el reverendo padre Carlos Granados. A ellos va mi cordial agradecimiento, bendición y apoyo por el importante proyecto, junto con el reverendo don Giuseppe Costa, director de la Librería Editrice Vaticana, que publica la Opera Omnia de Joseph Ratzinger. No es casualidad, decía, porque el volumen que hoy presento está dirigido en la misma medida a los sacerdotes y a los fieles laicos; como magistralmente testimonia, entre tantas, esta página del libro que ofrezco a los religiosos y a los laicos como una última y segura invitación a la lectura: "Casualmente he leído en estos días un relato sobre estas cuestiones, en el que el gran escritor francés Julien Green describe las peripecias de su conversión.

Cuenta él cómo en el período de entreguerras vivía tal como vive un hombre de hoy, con todas las permisividades que éste se da a sí mismo; ni mejor ni peor, esclavo de los placeres, que están ahí junto con Dios, de forma que, por una parte los necesita, para hacer soportable su vida, y al mismo tiempo encuentra insoportable esa vida. Un día va a ver al gran teólogo Henri Bremond, pero el resultado es sólo una conversación de carácter académico que en nada le ayuda. Entonces entra en relación con dos grandes filósofos, el matrimonio Jacques y Raissa Maritain. Raissa Maritain lo remite a un dominico polaco.

Él se dirige a aquél y le describe la situación de su vida desgarrada. El sacerdote le dice: ¿Y está usted conforme con esa vida? ¡No, claro que no! A usted le gustaría vivir de otro modo, ¿se arrepiente? ¡Sí! Y entonces sucede algo inesperado. El sacerdote le dice: ¡Arrodíllese! Ego te absolvo a peccatis tuis, yo te absuelvo. Julien Green escribe: Entonces me di cuenta de que, en el fondo, siempre había estado esperando ese instante, siempre había estado esperando a que en cualquier momento hubiese alguien que me dijese: Arrodíllate, yo te absuelvo; me fui a casa, yo no era otro, no, finalmente había vuelto a ser yo mismo".

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