Antonio Varas, el gran ministro de Montt
Por Alejandro San Francisco Profesor del Instituto de Historia y la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile.
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 27 de enero de 2012 a las 05:00 hrs.
Una tradición familiar entre los herederos del presidente Manuel Montt consiste en recordar siempre a Antonio Varas (1817-1886) cuando se refirieran a la obra de su antepasado. No podía ser de otra manera: Varas llegó a ser el alter ego de Montt, y la estatua de ambos frente a la Corte Suprema así parece demostrarlo siempre.
Don Antonio estudió en el Instituto Nacional, “el primer foco de luz de la nación”, donde luego fue profesor y después Rector, entre 1842 y 1845.
Paralelamente comenzó su carrera política como diputado, y prácticamente no abandonó la Cámara durante más de tres décadas, llegando a ser su Presidente en una ocasión. Posteriormente fue senador hasta su muerte, y en dos ocasiones ocupó el máximo cargo en la Cámara Alta. Virgilio Figueroa resume la presencia parlamentaria de Varas: “A pesar de esa oratoria tempestuosa y de sus improvisaciones repentinas y espasmódicas, conservaba siempre el dominio de sí mismo y no se dejaba arrastrar ni de sus palabras ni de sus sentimientos”.
No cabe duda que su momento de mayor importancia pública llegó en 1851, cuando Manuel Montt asumió como Presidente de la República (serían dos períodos, hasta 1861). Desde entonces, y durante todo su mandato, Varas se convirtió en el hombre clave de la administración, como Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, y subrogando en otras carteras.
En esas funciones le correspondieron días difíciles, como enfrentar las sublevaciones armadas contra el gobierno, y otras más positivas, como promover la colonización en el sur de Chile.
Un momento crucial se produjo en la segunda mitad del gobierno, cuando se dividió el tronco conservador a raíz de la cuestión del sacristán, y se formó así el Partido Nacional o Monttvarista, comprometido con la línea del Presidente y su ministro. Esos signos de dificultad incidieron en el resultado final del gobierno, cuando se esperaba que el propio Varas asumiera una candidatura presidencial con el favor oficial. La guerra de 1859 y sus secuelas impidieron llevar adelante esta idea.
El asunto resulta históricamente decisivo. Las bases nacionales pedían y casi exigían a Varas ser su candidato, y todo parecía marchar en ese sentido; los detractores del ministro sostenían que ello llevaría a una nueva guerra civil. A la larga, don Antonio depuso su candidatura a través de un manifiesto publicado en El Ferrocarril, prefiriendo la unidad nacional en vez de sus propios intereses políticos. En palabras de Simon Collier, “al resistir la tentación, Montt y Varas aprobaron su examen como estadistas”.
Ambos seguirían algunos años vinculados a la actividad pública, siempre con el mismo patriotismo que los había distinguido en los difíciles años del decenio.
Finalmente el elegido fue José Joaquín Pérez (1861-1871): comenzaba una decisiva era liberal.