Depresión
Por Padre Raúl Hasbún
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 19 de julio de 2013 a las 05:00 hrs.
Para comprender la depresión y trabajar por superarla conviene conocer sus sinónimos y antónimos. Sinónimos: abismo, fosa, hundimiento, pantano, precipicio; postración, tristeza, melancolía, desánimo, aplanamiento. Antónimos: ánimo, alegría, esperanza, exaltación, optimismo. La etimología concuerda con la sicología: el síndrome depresivo se caracteriza por una tristeza profunda y por la inhibición de las funciones síquicas, a veces con trastornos neurovegetativos.
Cuando caemos en un abismo o estamos atrapados en una fosa lo natural es mirar hacia arriba. La salvación viene de lo alto. El segundo paso antidepresivo es gritar: de la fosa es muy difícil emerger uno solo. La salvación viene de los cercanos. Alertada y atraída la atención salvadora de los cercanos, el tercer paso es escuchar y obedecer: los que están arriba saben mejor que el que está abajo lo que unos y el otro han de hacer para salvarlo. Dado que con frecuencia los rescatistas tardan en enterarse y llegar, el deprimido debe cimentarse en una convicción: “me pueden faltar el pan, el agua, el abrigo y la luz; lo que no me puede faltar es la esperanza”. Dejar escapar el hálito de la esperanza es autocondenarse al infierno.
La depresión puede provenir de factores externos: aflicción económica, fracaso político, empresarial o deportivo, una honda decepción conyugal o familiar. Contribuye la obsesión mediática por destacar los aspectos negativos de las personas y los acontecimientos. También se da la depresión endógena. Los expertos en salud del cuerpo y del espíritu deben anclar su esperanza salvadora tanto en lo natural como en lo sobrenatural. Naturaleza y gracia, ciencia y fe no se oponen ni excluyen, se necesitan y complementan.
Jesús, divino modelo de humanidad, conoció el abismo de la depresión. Fue en el huerto de los olivos, avanzada ya la noche que culminaría con su arresto, flagelación, juicio inicuo y posterior crucifixión. El Dios hecho hombre está postrado, abatido, aplastado por el peso de la traición y abandono que se avecinan. Suda gotas que parecen de sangre. Entonces sigue los pasos del que cayó en un abismo. Mira hacia lo alto. Y clama: “Abba, Padre: si es posible apartar de mí este cáliz…”. Luego escucha y obedece: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Entonces baja del cielo un ángel que lo conforta. Y con ese remedio celestial el deprimido se yergue y recompone: “Levantémonos, vámonos de aquí”. Podrá pasarle todo lo que temía y sabía que le iba a pasar; pero él ya se levantó y se fue de la fosa. Su convicción permanece inalterada: “Mi Padre nunca me deja solo, porque yo hago siempre –y he hecho ahora- lo que le gusta a Él”.
La oración –Abba, Padre que estás en el cielo- es la elevación del alma deprimida. La exorcización del alma desesperanzada. La depresión también se cura con oración.