La Virgen María y la Cuaresma
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 18 de marzo de 2011 a las 05:00 hrs.
 Por P. Florián Rodero, L.C.
Como es costumbre muy afianzada, el Santo Padre y la Curia romana dedican la primera semana de la Cuaresma para renovar su donación a Cristo y a la Iglesia haciendo ejercicios espirituales dentro de una atmósfera de recogimiento y contemplación.y a la Iglesia haciendo ejercicios espirituales dentro de una atmósfera de recogimiento y contemplación.
La oración es el ambiente que rodea estos días y María, pues, se nos presenta como ejemplo de recogimiento y de silencio interior, como modelo de un corazón contemplativo: vive iluminada por los misterios a ella anunciados y durante este período litúrgico “nos debe conducir a su Hijo”.
Los santos Padres han visto a María prefigurada en algunas expresiones o símbolos del Antiguo Testamento, entre los cuales algunos de ellos han quedado fijados en las letanías lauretanas. Recordamos, por ejemplo, las siguientes alabanzas pronunciadas por san Germán de Constantinopla en la homilía de la Anunciación: “(María es el templo santificado de Dios; ella es el altar de oro de los holocaustos (cf. Ex 30, 28); ella es el divino perfume del incienso (cf. Ex 31, 11); ella es el aceite santo de la unción (cf. Ex 30, 31); la vestidura sagrada sacerdotal (cf. Ex 28, 6); ella es la luz dorada que sostiene el candelabro de los siete brazos (cf. Ex 35, 31); ella es el arca consagrada material y espiritual, recubierta de oro por dentro y por fuera, en la cual se encuentra el incensario de oro y la urna dorada que contiene el maná…; ella es quien trae de Tarsis (cf. Ct 5, 14) las riquezas incorruptibles y reales”. Estas y otras expresiones y símbolos son prefiguraciones de María y algunas de ellas aluden a esta actitud contemplativa de María, que conforma su persona y su vida.
María es templo secreto de Dios, el lugar del reposo de Dios (cf. Sal 132, 8). El templo es el lugar del silencio, el espacio para la oración, el puesto de la tranquilidad del descanso, de la paz. María es la tienda: la tienda es el lugar del refugio (cf. Sal 61, 5), es el ámbito de los secretos (cf. Sal 27, 5), de la intimidad del encuentro con Dios (cf. Sal 15, 1). María es el arca de Dios, el lugar privilegiado de la presencia de Dios, que está en medio de su pueblo y que infunde un gran respeto y veneración; por ello mismo era intocable (cf. 2 S 6, 6-8): es el lugar de la interioridad y del misterio.
El silencio y recogimiento de María se simbolizan en el huerto cerrado del Cantar de los Cantares, donde en la soledad se encuentra la esposa del amado (cf. Ct 4, 12). María es la nube silenciosa, que lleva en sus entrañas al Hijo de Dios e Hijo del hombre, que desciende sobre las nubes. Una nube cubrirá con su sombra el misterio de la Encarnación. La nube es símbolo de fecundidad, pero de una fertilidad silenciosa porque deja caer calladamente sobre la tierra sedienta el agua fecunda. Este clima de recogimiento envuelve toda la vida de María.
Dios, libre y soberano, puede escoger los momentos más insospechados y sorprendentes de la vida de una persona para hacerse presente; pero es de suponer que cuando el ángel comunicó a María la extraordinaria e inesperada noticia de la encarnación del Verbo, ella se encontrara en un momento de pausa silenciosa, en la cual las palabras del ángel pudieran percibirse con inequívoca luminosidad. Ciertamente el ángel no se hubiera manifestado a María, ni María seguramente habría escuchado sus palabras si se hubiera encontrado en una hipotética discoteca de Nazaret. Dios habla en el silencio del corazón, nos recuerda el profeta Oseas (cf. Os 2, 16), y por ello mismo se manifestó al profeta Elías “en el murmullo de un viento ligero” (1 R 19, 12). Esta es la forma más normal de la pedagogía divina en sus habituales teofanías.
Desde el primer instante, la vida de María se desarrolló en un ambiente interior que le permitía meditar el mensaje conservándolo en su corazón. Las palabras de la Anunciación y los misterios que se fueron sucediendo: nacimiento de Jesús, presentación de su hijo en el templo… fueron la savia que alimentó constantemente sus pensamientos y su vida. Las figuras y símbolos bíblicos anteriormente señalados se acomodan muy bien a este porte interior de María.
En María el silencio se hace oración. El modo más hermoso de vivir el silencio es orar. En este sentido, la vida de María fue una constante Cuaresma que duró treinta años en compañía de su hijo. María, pues, se nos presenta como modelo de las virtudes hogareñas del trabajo silencioso, de la meditación callada y de la oración hacendosa. La actitud de María en la Anunciación, dice san Sofronio de Constantinopla, fue la de “una prudente y sabia reflexión”, y su respuesta a la propuesta del ángel manifiesta que valora todo lo que este le dice “con mucho esmero y discernimiento” (Homilía sobre la Anunciación).
San Ambrosio, al proponer a las vírgenes a María como ejemplo de vida, dice: (María) “era reflexiva, prudente, no habladora, amante del estudio divino… modesta en el hablar… María era de un ocultamiento modesto y de un silencio verecundo” (Tratado sobre las vírgenes).
Que la actitud de oración de María durante su vida fuese una constante nos lo confirma la breve descripción que san Lucas hace de la primera comunidad cristiana, en la que encontramos a María que perseveraba en la oración con el resto de los discípulos de su Hijo.
El hombre actual vive, a veces contra su mismo querer, fuera de sí y dentro de una cultura del ruido; del ruido exterior, hecho del fragor de las guerras del zumbido de los motores, del jaleo de los celulares, del clamor doloroso de las tragedias, de la bulla continua de los escándalos, del vocerío insonoro de los anuncios publicitarios, del alboroto del trabajo; y del ruido interior de las disipaciones ociosas, de la inquietudes mortificantes, de la algarabía de las pasiones, de los afanes agobiantes de la vida, o de los sufrimientos inevitables y perturbadores; en definitiva, del “tumulto de nuestra agitada vida moderna”.
El mundo decía Pablo VI en su célebre homilía predicada en Nazaret en 1964, tiene necesidad del recogimiento íntimo de nuestro ser, que no es el simple retirarse a un monasterio para que el espíritu halle una dosis de paz, que aunque en sí ya es un bálsamo para el ajetreado hombre de hoy, sería en definitiva una anestesia pasajera. Se trata de vivir en una atmósfera interior que invita a encontrarse con uno mismo y con Dios. Tratar de conseguir el “in te ipsum redi” (“entra dentro de ti mismo”) de san Agustín, ideal que proponía también san Benito: el hombre necesita entrar dentro de sí mismo, es necesario que se conozca profundamente, para que descubra que en su interior existe el anhelo de Dios y las huellas del Absoluto. Se trata del recogimiento que se hace oración y reflexión cristiana, que nos lleva a fijar la mente y corazón en los misterios de la vida de Cristo, particularmente en este período de Cuaresma, en los de su pasión, muerte y resurrección. La Cuaresma nos invita, con el ejemplo de María por delante, a formar un clima que nos permita vivir en el trabajo y en nuestra vida activa con el corazón abierto a la palabra de Dios. “El continuo silencio, y estar olvidados y apartados del ruido de las cosas del mundo, levanta el corazón y hace que pensemos en las cosas del cielo” (san Bernardo, Carta 378):