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Los trabajadores brasileños deben despertar y elevar su baja productividad

La productividad total de factores, que mide la eficiencia con que se utilizan el capital y el trabajo, es menor hoy que en los ‘60.

Por: | Publicado: Miércoles 23 de abril de 2014 a las 05:00 hrs.
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Los fanáticos que asistieron al festival de música Lollapalooza en Sao Paulo a comienzos de abril se dieron un festín. A diferencia de los menús de hamburguesas recalentadas en versiones anteriores del evento, pudieron disfrutar de suculentas ofertas de lomo de cerdo, barbacoa de costillas y otras delicias cortesía de BOS BBQ, un restaurante tejano instalado en la ciudad.

Lo más sorprendente, sin embargo, era el ritmo al cual los dos locales de BOS repartían los platos. Durante los dos días de festival, los stands, cada uno conformado por seis empleados, sirvieron 12.000 platos, lo que equivale a más de una ración cada 15 segundos, dice con orgullo Blake Watkins, dueño del restaurante. Tal eficiencia es tan bienvenida como poco común. Los stands vecinos requerían de dos a tres minutos para atender a cada cliente, llevando a largas filas de hambrientos compradores.

“Desde el momento en que uno aterriza en Brasil empieza a perder el tiempo”, se lamenta Watkins, que se radicó en el país hace tres años tras vender un negocio de comida rápida en Nueva York. Para estar seguro de poder contar con al menos diez trabajadores temporales en Lollapalooza contrató a 20 (obviamente, sólo la mitad se presentó a trabajar). Lu Bonometti, que abrió una tienda de galletas hace 18 meses en un concurrido barrio de Sao Paulo, ha contratado a cuatro diferentes empresas para arreglar el cartel de su local. Ninguna se ha presentado hasta ahora. Pocas culturas ofrecen una mejor receta para disfrutar de la vida. Pero la noción de costo de oportunidad parece ajena para la mayoría de los brasileños.

Largas filas, congestión vehicular, plazos vencidos y otras demoras han sido tan generalizadas durante tanto tiempo que los “brasileños se han vuelto insensibles a ellas”, dice Regis Bonelli de la Fundación Getulio Vargas. Cuando el 12 de abril el jefe del operador de propiedad estatal sugirió que grandes áreas del aeropuerto de Belo Horizonte, cuya remodelación no estará terminada a tiempo para el Mundial, fueran ocultadas con lona, sus comentarios no generaron más que un suspiro de resignación.

Aparte de un breve repunte en los años ’60 y ’70, la productividad por trabajador en Brasil se ha estancado o caído durante el último medio siglo, al contrario que en la mayoría de las otras grandes economías emergentes. La productividad total de factores, que mide la eficiencia con que se utilizan el capital y el trabajo, es menor hoy que en los ‘60. La productividad de los trabajadores representó 40% del crecimiento del PIB de Brasil entre 1990 y 2012, comparado con 91% en China y 67% en India, según McKinsey. El resto provino de la expansión de la fuerza laboral como resultado de la favorable demografía, formalización y bajo desempleo. Su impacto disminuirá a 1% anual durante la próxima década, dice Bonelli. Para que la economía llegue a crecer por sobre su ritmo actual de 2% al año, los brasileños deben volverse más productivos.

Estado sobreprotector

Los economistas recurren a argumentos familiares para explicar este desempeño. Brasil invierte sólo 2,2% del PIB en infraestructura, muy por debajo del promedio del mundo en desarrollo de 5,1%. De las 278.000 patentes otorgadas el año pasado en EEUU, sólo 254 fueron para inventores de Brasil, que representa 3% de la producción y población mundiales. El gasto de Brasil en educación como proporción del PIB ha aumentado a niveles de países ricos, pero la calidad no, con sus alumnos entre los de peor desempeño en las pruebas estandarizadas. Watkins se queja de que sus empleados de 18 años tienen las habilidades de un estadounidense de 14.

Menos obvio es el hecho de que las empresas brasileñas son improductivas porque están mal administradas. John van Reenen de la London School of Economics, encontró que aunque las grandes compañías son manejadas con la misma eficiencia que las principales firmas de EEUU y Europa, Brasil (al igual que China e India) tiene una larga lista de empresas muy ineficientes.

Tratamientos tributarios preferenciales para empresas con ingresos menores a 3,6 millones de reales (US$ 1,6 millón) han permitido a muchas empresas entrar a la economía formal, pero desalientan sus planes de expansión. Y mientras los incrementos en la eficiencia de los peces grandes en áreas como el retail reducen su necesidad de trabajadores, estos en cambio abundan en los negocios menos productivos. Muchos de ellos contratan a conocidos o personas de confianza en vez de a trabajadores mejor calificados pero desconocidos para reducir el riesgo de ser robados o demandados por violar las leyes laborales reconocidamente sesgadas en favor de los trabajadores. El resultado es una ineficiencia aún mayor.

En vez de colapsar, las empresas menos productivas sobreviven gracias a las diversas formas de protección estatal, que las blinda de la competencia. El proteccionismo influye sobre la productividad en otras formas también. Aranceles punitivamente altos a las importaciones de tecnología –como el sorprendente impuesto acumulativo de 80% a los smartphones extranjeros–, hacen que cualquier aparato tecnológico capaz de mejorar la productividad sea prohibitivamente caro, dice José Scheinkman de la Universidad de Columbia. En vez de comprar productos mejores y más baratos en el extranjero, las empresas tienen que pagar más por productos locales de menor calidad.


Una lejana salida

La evidencia histórica apunta a una solución, piensa Marcos Lisboa de la Universidad Insper. El período de recuperación de productividad que comenzó en los ‘60, se produjo luego de una serie de reformas liberales engendradas tras años de una política industrial casi autárquica. Un repunte más acotado a comienzos de la década de 2000 también se produjo luego de medidas liberalizadoras, aplicadas una década antes para combatir la hiperinflación. El éxito, sin embargo, tanto de la dictadura militar de 1964 a 1985 como del izquierdista Partido de los Trabajadores, que mantiene la presidencia desde 2003, fue pronto revertido por medidas intervencionistas. Recientemente esto se ha traducido en exigencias de contenido local, subsidios a los combustibles y la electricidad, y exceso de regulación.

Lisboa destaca dos saludables ejemplos en los últimos años. La agricultura fue desregulada en los ‘90, permitiendo la consolidación y el acceso a maquinaria extranjera, fertilizantes y pesticidas. Unos pocos años después, los servicios financieros disfrutaron de ambiciosas reformas institucionales para impulsar la oferta de crédito y fortalecer los mercados de capital. Ambos sectores fueron dejados intactos y se volvieron cerca de 4% más eficiente cada año en la década siguiente. Los productores brasileños de soya son hoy la envidia del mundo. Y Watkins alaba el sistema bancario como algo que funciona más rápido en Brasil que en EEUU.

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