Esther Duflo ganadora del Nobel 2019: ¿Qué salió mal en la economía convencional?
Duflo ha transformado el campo de la economía del desarrollo a través de la búsqueda meticulosa de respuestas prácticas a pequeñas preguntas.
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Esther Duflo ganó un Premio Nobel este año por su trabajo en los países pobres. Ahora, la economista francesa-estadounidense quiere usar los focos para rescatar la golpeada reputación de su profesión y restaurar su rol en afrontar los problemas que están plagando al mundo desarrollado.
Nos encontramos en Londres, donde Duflo es gentil ante una nueva interrogación. “Ha sido ajetreado, pero ajetreado bien”, dice del mes que ha pasado desde que recibió el Nobel.
Con un nuevo libro recién publicado (Good Economics for Hard Times, un intento por mostrar lo que la economía puede aportar a los tensos debates sobre inmigración, comercio o desigualdad creciente), agrega, “no podría haber pedido un mejor momento”.
La decisión del comité del Nobel fue en muchas formas un quiebre con la tradición. En los últimos 20 años, tres cuartos de los premiados de economía han sido hombres estadounidenses blancos mayores de 55 años. Duflo, de 47 años, es la ganadora más joven en su campo, y sólo la segunda mujer. A pesar de que compartió el premio de 2019 con su esposo y colega profesor del MIT, Abhijit Banerjee, y con el profesor de Harvard Michael Kremer, ella ha capturado la mayor parte de la atención.
En asuntos personales, es en cierta medida cautelosa: cuando le pregunté sobre su cercana relación laboral con su esposo, dijo simplemente que es fácil, porque “somos nerds y nos gusta lo que hacemos”. Es en explicar los métodos en que han sido pioneros que se muestra más animada.
A sólo minutos de empezar nuestra conversación, estamos en una profunda discusión sobre si los paquetes gratis de lentejas, recordatorios de texto o los chismosos del pueblo pueden impulsar las tasas de vacunación. Esta zambullida en el detalle no es una sorpresa. Duflo tiene una paciencia limitada con aquellos en su profesión que buscan resolver las “grandes preguntas” –las fuentes de crecimiento o la principal causa de la pobreza- con teorías extensas.
En cambio, ha transformado el campo de la economía del desarrollo a través de la búsqueda meticulosa de respuestas prácticas a pequeñas preguntas: cómo persuadir a los profesores en India rural a que asistan a trabajar; o a los padres a inmunizar a sus hijos. Las lentejas, al final, ayudan a responder la última pregunta.
Un estudio de campo anterior que Duflo y Banerjee realizaron mostró que las tasas de vacunación se triplicaban cuando las personas en las zonas rurales de India tenían acceso a clínicas móviles con personal creíble. Pero el efecto era mayor en los pueblos donde también recibían un kilo de lentejas por cada vacunación, mostrando el poder de incentivos pequeños, no financieros, en cambiar el comportamiento.
Trabajo de campo
Este es sólo un ejemplo del enfoque empírico en que Kremer fue pionero, pero que luego fue institucionalizado por Banerjee y Duflo, que fundaron el centro de investigación J-Pal, que conecta una red mundial de investigadores con autoridades y ONGs.
En otros experimentos, establecieron que clases correctivas ayudaban a los niños a aprender mejor que reducir el tamaño de los cursos o contratar a profesores adicionales y-de forma controvertida- que los esquemas de microcrédito hacían menos diferencia en la vida de las personas de lo que aseguraban quienes lo proponen. “Estuvimos muy tranquilos con estos resultados por mucho tiempo”, dice Duflo. “Sentimos que era un tema realmente importante, súper controvertido”. Fue sólo cuando siete evaluaciones en distintos países y contextos mostraron resultados similares que lo publicaron.
Su uso de “pruebas controladas aleatorizadas” (RCT, su sigla en inglés) -emulando los ensayos clínicos usados para probar medicamentos- para llegar a sus conclusiones ha generado críticas: en particular, el cargo de que es imposible generalizar sobre la base de un experimento específico en un lugar. Sin embargo, las RCT se han transformado ahora en la herramienta estándar para probar lo que funciona para reducir la pobreza, y se está adoptando crecientemente en el mundo desarrollado también.
El impulso de Duflo por expandir el uso de las RCT refleja su motivación original por entrar a la economía, una creencia arraigada de que la investigación puede influenciar la política. Creció totalmente conciente de la pobreza: su madre, una doctora parisina, había crecido “en la pobreza extrema y aislada” en Argentina, luego de que la familia emigrara para un trabajo que no prosperó. Más adelante, pasó varias semanas cada año trabajando en zonas de crisis con una ONG, y le diría a sus hijos, recuerda Duflo, “que nuestra forma de ayudar es dejarme ir”.
Al principio Duflo, cuyos estudios de pregrado eran en historia, creía que cualquier cosa “significativa” que podía hacer tenía que ser suplementario. La epifanía llegó durante el año que pasó como investigadora asistente en Rusia: vio que cuando economistas como Jeffrey Sachs llegaban a Moscú a ofrecer consejos de política pública, los políticos escuchaban. “Cuando me di cuenta de eso, ‘Oh, Dios mío, esto es lo que hacen los economistas’, quise hacer eso también”, explica.
Por estos días, Duflo pasa menos tiempo en terreno, viajando principalmente a India, donde la familia y vínculos profesionales hacen que sea más fácil llevar a sus dos hijos. “Ellos vienen a terreno, van a los pueblos, vieron a Holi, los llevamos a lugares muy lindos, así es que piensan que India es cool”, comenta.
Impacto del éxito
Una consecuencia del éxito es que las autoridades están ahora dispuestas a realizar pruebas a una escala mucho mayor. En India, Duflo está probando algunas de sus ideas originales para alentar la inmunización en nombre del gobierno de Haryana, un estado con una población de 25 millones de personas. Esto crea nuevos desafíos, una dificultad esperada era el descubrimiento de que era poco práctico almacenar o distribuir tantas lentejas. Tomó años llegar a acuerdo sobre una alternativa: recargas telfónicas gratis.
A pesar de su foco en probar recetas de política pública, Duflo dice que los críticos describen mal el método cuando lo retratan como una búsqueda de una cura para todo lo que se puede aplicar en cualquier lugar. En un campo “tristemente carente de curas milagrosas”, argumenta, la analogía con la medicina sólo llega hasta cierto punto. “Con un ensayo clínico, la idea es salir en producción... En economía, las RCT juegan un rol distinto, generalmente intentan entender algo totalmente fundamental sobre el comportamiento”.
Duflo cree que su investigación sobre lo que impulsa el comportamiento en países pobres conlleva importantes lecciones para los gobiernos de los países ricos. También cree firmemente que los economistas deben hablar más; si la gente no le cree a los expertos, es en parte porque los mejores académicos, preocupados de ser malinterpretados, están dejando el campo a ideólogos y gurús.
Estos son los dos temas del nuevo libro que escribió con Banerjee, en el cual intentan describir “qué piensan del mundo los mejores economistas de hoy”, al tiempo que ofrece visiones desde su propio trabajo, explicando, por ejemplo, por qué la mayoría de la gente no emigra aun cuando tiene la opción, o por qué fracasan los programas de bienestar que ignoran el sentido de identidad de las personas.
Duflo y Banerjee argumentan que, en realidad, las personas no necesariamente se mueven a los mejores trabajos, o invierten en las empresas más productivas; tampoco hay evidencia de que trabajen menos en respuesta a mayores impuestos. Les importan muchas cosas -la salud, el auto respeto, aire limpio- más de lo que les importa maximizar el PIB per cápita, una meta elusiva que podría no ser la prioridad correcta para las autoridades en el mundo desarrollado.
Como dice Duflo: “La ventaja de pensar más ampliamente para los políticos es que de todos modos no pueden cambiar el PIB, pero esas cosas sí pueden ser cambiadas con políticas realizadas cuidadosamente”. Para ella, las prioridades en Estados Unidos incluirían un apoyo mucho más generoso para los trabajadores desplazados por el comercio y una gran inversión en la educación temprana, para crear empleos de alto estatus “que ningún robot pueda llegar a quitar jamás”.
Grandes errores
Duflo cree que una fe excesiva en los incentivos financieros es una de las grandes cosas que la economía convencional hizo mal. “Se puede ver la gran sombra de esa idea equivocada en nuestro pensamiento sobre el comercio, los impuestos... los programas sociales”.
A pesar de que en este momento se está produciendo una reevaluación, Duflo es crítica de la renuencia de su profesión de aceptar evidencia que no encaje con las teorías aceptadas. Cita el ejemplo de Petia Topalova, una economista del FMI cuyo trabajo temprano en el MIT mostró que la reducción de la pobreza era menor en áreas de India que estaban más expuestas al comercio. La conclusión de Topalova -sobre la necesidad de compensar a los perdedores de la globalización- ahora parece autoevidente. En ese momento, sin embargo, su paper fue recibido con un desprecio casi universal, y fue obligada a buscar una carrera fuera de la academia.
“Me gustaría poder decir con seguridad que algo como eso no volvería a pasar, pero podría, con otro punto ciego”, reflexiona. Este fracaso de los economistas de cuestionar sus supuestos reflejó problemas culturales, agrega, y también el pésimo registro de la profesión en diversidad de género.
Duflo nunca luchó por hacerse un nombre en un campo dominado por hombres. Primero estudió en la elitista École Normale Supérieure en París, se ganó la titularidad en el MIT antes de cumplir 30 y ganó la medalla John Bates Clark -a menudo precursora del Nobel- en 2010. “Creo que nunca me di cuenta siquiera que había un problema... Pero ahora estoy pensando... ¿si (Topalova) hubiera sido un chico enérgico, no una mujer joven extremadamente bien educada, respetuosa hasta decir basta, la gente habría sido tan despectiva con ella? Quizás no”.
El principal mensaje de Duflo, sin embargo, es que la economía -con todos sus defectos- tiene algo que contribuir. "Trabajar en el mundo en desarrollo tiende a hacerte optimista, porque de muchas formas, las cosas se han vuelto mucho mejor", dice, apuntando a la caída sostenida en la mortalidad infantil y la malaria, y el alza en las matrículas escolares. Estas tendencias han ocurrido tanto en países que tuvieron crecimiento económico como en aquellos donde el crecimiento ha sido esquivo, afirma. "Un foco en las políticas correctas puede significar un gran progreso. Cuando me siento desanimada, pienso en eso".