Ocho lecciones de la primavera árabe
Los movimientos juveniles tratan de intensificar sus campañas por la libertad, pero el precio del desmantelamiento de décadas de gobiernos autocráticos será alto.
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Más de seis meses después de que Zine al-Abidine Ben Ali, el presidente de Túnez, huyó a Arabia Saudita y desató la “primavera árabe”, la región ha sufrido transformaciones. El país más grande de la región, Egipto, derrocó a su líder de treinta años con extraordinaria velocidad. Destituido como presidente en febrero, Hosni Mubarak enfrenta un juicio por la muerte de unos 850 manifestantes.
Decenas de millones se han emancipado en cuestión de meses, señaló Abdulkhaleq Abdulla, profesor de la Emirates University en Dubai. “Es un inmenso beneficio para los árabes y la energía positiva liberada es increíble para el mundo árabe”, agregó.
Sin embargo, mientras los observadores lamentan que la primavera se haya convertido en un largo y caluroso verano (boreal), es enorme el precio que implica desmantelar décadas de régimen autocrático. Otros jóvenes árabes que trataron de imitar a sus hermanos del norte de África se encontraron con una lucha mucho más prolongada y sangrienta contra el régimen oficial.
La revuelta en Bahrein fue aplastada por la fuerza, Libia y Yemen quedaron atrapados en un persistente punto muerto y el régimen sirio está embarcado en una implacable campaña militar para sofocar el movimiento de protesta. Ya se perdieron miles de vidas; y podrían morir más antes de fin de año.
Las transiciones políticas en Egipto y Túnez están siendo caóticas y las expectativas de los pueblos exceden en gran medida lo que pueden ofrecer los gobiernos transitorios, en particular cuando se trata de beneficios económicos. Sin embargo, el despertar de la juventud árabe -quizás una descripción más apropiada de los cambios en la región- es sin duda una poderosa fuerza nueva y será significativa su capacidad de generar un futuro más democrático.
Desde el Cairo hasta Manama, los jóvenes afirman que han llegado a su fin los días en que sus aspiraciones eran ignoradas y que su futuro era decidido por gobernantes que ellos nunca eligieron. Hablan de su voluntad de sacrificarse, afirman que el poder de la acción civil es más potente que recurrir a las armas, y que usan los medios e internet para fortalecer su causa.
Pero la batalla de los movimientos juveniles se medirá en años y no meses. No será pareja, habrá avances y retrocesos, momentos de euforia y períodos de frustración. Los manifestantes de Libia rápidamente tomaron las armas, convirtiéndose en rebeldes, y en Siria podría estar sucediendo algo similar.
¿Están garantizados los resultados? Definitivamente, no. Y cualquier intento de cambio tampoco seguirá su curso en forma previsible -surgirán algunas democracias nuevas, algunos estados quizás se hundan mientras otros sufran violencia o un guerra civil en su camino hacia una transición. “Los árabes están pagando un alto precio por la libertad, pero en toda la historia, la libertad no ha llegado nunca gratuitamente”, señaló el profesor Abdulla.
A medida que surja el nuevo orden árabe, ¿cuáles son los patrones que han aparecido y las conclusiones que ya pueden vislumbrarse?
A continuación, una mirada a ocho aspectos a tener en cuenta.
El hilo conductor de todas las rebeliones en la región han sido el surgimiento de movimientos jóvenes a menudo desorganizados, y los grupos políticos tradicionales -sean islámicos o laicos- se unieron a esa corriente.
Pero si bien en algunos casos las frustraciones económicas llevaron a la protesta, prevalecen los pedidos de libertad y democracia.
Los movimientos de jóvenes tienen ventajas: como es su primera aventura política, son difíciles de rastrear para los servicios de seguridad. Además saben mucho de tecnología y medios de comunicación.
Los gobernantes árabes más presionados son los que se mostraban más ávidos de poder, concentraban la toma de decisiones en manos de sus propias familias y pensaban en prolongar su régimen en sus hijos.
Este poder familiar se introdujo en los negocios, lo que profundizó el distanciamiento de la clase media, pero también perdió apoyo de los líderes de la élite.
Por más apasionados y decididos que hayan sido los movimientos jóvenes, quienes derrocaron a los gobernantes lograron su objetivo con la ayuda de los militares.
El hecho de que el ejército se negara a disparar contra los manifestantes selló el destino de los presidentes de Túnez y Egipto. Mientras tanto, las divisiones dentro de los militares, donde algunos se mantienen fieles a los actuales líderes en Yemen y Libia, prolongaron la vida política de los regímenes.
Lo más peligroso de la transformación del mundo árabe es el aumento de las tensiones sectarias.
El derrocamiento de los regímenes de Túnez y Egipto fue posible en parte debido a que esas sociedades son mayormente homogéneas.
Por el contrario, los regímenes minoritarios como el de los Alawites en Siria, pudieron explotar los temores sectarios dado que parte de la población respalda la represión por temor a una guerra civil.
Las monarquías no son inmunes a los levantamientos organizados por jóvenes, tal como se demostró con las manifestaciones en Omán, y la revuelta de los chiítas en Bahrein. Sin embargo, las familias reales se mostraron más fuertes que las repúblicas, en parte porque cuentan con un cierto nivel de legitimidad.
La gran ventaja de las monarquías es que el poder es difuso, según Robert Danani, del Consejo sobre Relaciones Externas con sede en Estados Unidos. “En cambio, el poder está tan centralizado en muchas de las repúblicas, que estado y líder se convirtieron en sinónimo”, agregó.
Frente a la mayor inestabilidad en Medio Oriente y la nueva forma que tomará el nuevo orden árabe todavía en desarrollo, las potencias occidentales pelean para ajustar políticas y conseguir un equilibrio entre el respaldo a los movimientos democráticos y el apoyo a sus tradicionales aliados en el gobierno.
Si bien los activistas pro-democracia aseguran que Estados Unidos y sus aliados europeos deberían ser más enérgicos en sus discursos y ejercer mayor presión sobre los regímenes, nadie está pidiendo una intervención activa, admitiendo que son los árabes, y no occidente, los que deben ser los conductores del cambio. De hecho, mientras occidente promete ayudar en las transiciones de Egipto y Túnez con asistencia económica, se sabe que el mundo exterior tiene reducida influencia en el giro que puedan dar los acontecimientos en el mundo árabe.
Al igual que las fuerzas de la oposición más organizadas durante un régimen autocrático, los partidos islámicos son grandes beneficiarios de la apertura política.
Si bien no constituyen una mayoría del electorado, su ventaja está en la profunda polarización en las sociedades donde los islámicos han sido durante mucho tiempo considerados un peligro público.
Las fuerzas de la contrarrevolución han actuado desde que los líderes árabes enfrentan este desafío popular sin precedentes, y Arabia Saudita es el más ansioso por proteger el viejo orden.
Enfurecido por la humillante destitución de Hosni Mubarak en el Cairo, actuó rápidamente para fortalecer a la familia real de Bahrein, enviando tropas a Manama como parte de una fuerza del Consejo de Cooperación del Golfo.
Si bien la autocracia saudita coexistió cómodamente con sistemas más democráticos, en general se inquieta ante cualquier indicio de inestabilidad cercana. Le preocupa el impacto de los levantamientos en su propia población y en el equilibrio de poder en la región.
Para todos los países de la región, la agitación en Siria, el aliado más cercano de Irán en el mundo árabe, podría tener las ramificaciones más significativas. El derrumbe del régimen de Bashar al-Assad podría provocar un devastador golpe a las ambiciones regionales de Teherán. Si surgiera una alternativa estable, sería ventajoso para Arabia Saudita, el principal enemigo de Irán.