Apechugar
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Según el Diccionario de la Lengua Española, significa apretar con el pecho, o -coloquialmente- cargar con una obligación o circunstancia ingrata o no deseada. En diccionarios alemanes figura descrito como “fest umarmen” (abrazar con fuerza). En francés, “pousser avec la poitrine”; o “se résoudre, se résigner à une entreprise”. ¿Y en inglés? “To push with the breast or to face with courage something distasteful”.
Coinciden, todos, en asignarle un valor de ternura cordial, afecto nutriente y fortaleza magnánima: atributos asociados al seno de la mujer-madre. La actual Ministra de Salud lo usó en una entrevista sobre el aborto: “es la mujer la que apechuga en el embarazo; no el cura”. Aunque se declara “súper empática” con la Iglesia, “los gobiernos no están al servicio ni de ideologías ni de religiones”.
Si empatía es identificarse mental y afectivamente con lo que siente el otro, no se entiende cómo la Ministra de Salud puede confundir tan reductivamente a la Iglesia con “los curas”. Son poco más de 400 mil, en un universo de bautizados que se empina largamente por sobre los mil millones.
Entre éstos hay distinguidos médicos, varones y mujeres, que honrando un juramento hipocrático no inventado por la Iglesia se esmeran en acompañar, con ternura afectiva y efectiva, a toda madre en cualquier tipo de embarazo, defendiendo con experto e infatigable celo las vidas de ambos. Eminentes juristas, varones y mujeres, han alegado ante la Corte Suprema y ante el Tribunal Constitucional, obteniendo sendos fallos inapelables que reconocen al embrión, desde su concepción, como persona y titular del derecho a la vida.
Mujeres súper empáticas con lo que una mujer siente ante un embarazo destinan gratuitamente horas y horas a contactar a las que se ven solas y vulnerables a la tentación de abortar: su acompañamiento es tan eficaz, que en pocos años han salvado miles de vidas. Se inspiran en otra gran mujer, que estuvo en Chile, la Madre Teresa de Calcuta. Clamaba: “no aborten a sus hijos. Dénmelos a mí, yo cuidaré de ellos”.
Alega, la Ministra, que los gobiernos no deben estar al servicio de las religiones. ¿En qué país vive? ¿Qué pueden hacer los credos religiosos sino proponer? Y lo hacen: ejerciendo un garantizado derecho constitucional. Y no utilizan, en sede parlamentaria o judicial, argumentos bíblicos o dogmáticos, sino científicos, jurídicos y empíricos.
La desafortunada frase de la Ministra desconoce o pretende ningunear la monumental obra que el cristianismo ha realizado, por dos milenios, a favor de las vidas mínimas, “inútiles”, descartadas: huérfanos, viudas, ancianos, indigentes, forasteros, enfermos, leprosos, encarcelados, esclavizados, prostituidas, analfabetos, minusválidos, exiliados, explotados, damnificados. Dondequiera hay una vida amenazada o desvalida, allí corren los discípulos de Cristo a nutrirla, abrazarla y responder por ella. Madre y Maestra, la Iglesia apechuga como ninguna. Apechuga siempre.