Desde la semana pasada, Irán está sumido en una ola de protestas que ha alcanzado los mayores índices de violencia desde 2009, cuando el denominado movimiento ‘verde’ iraní se tomó las calles para protestar contra la designación presidencial supuestamente fraudulenta del extremista Mahmoud Ahmadineyad.
Detrás de las protestas están el descontento general que hay por la dureza con que gobierna el líder supremo, el ayatolá Alí Khamenei, y factores económicos –sobre todo la reciente alza de la inflación- que merman la calidad de vida de los iraníes. Estas causas no se han agrupado hasta ahora detrás de un único líder, sino que han sido encausadas por grupos descentralizados que apuntan en conjunto a un mismo responsable: el presidente Hassan Rouhani.
Victo como un reformista y un moderado, Rouhani tiene la difícil misión de intentar equilibrar las demandas ciudadanas y el establishment religioso (representado por el ayatolá) y fuerzas internacionales que están más allá de su control.
Inicio complicado
Electo por primera vez en junio de 2013, Rouhani asumió la presidencia en un contexto desafiante. Tras la salida de su predecesor Ahmadineyad tras ocho años en el poder, el actual mandatario heredó un país con una tasa de inflación anual cercana a un 40%, una economía en recesión y un aislamiento político (tras las sanciones que le impuso Naciones Unidas por su desarrollo de armamento nuclear) que obstaculizaba sus exportaciones petrolíferas.
Además, Rouhani llegaba a un país en el que la máxima autoridad religiosa era Alí Khamenei, que al igual que él, fue un antiguo partidario de la revolución iraní de 1979. El por entonces joven seminarista Rouhani y el también religioso Khamenei tuvieron un origen político común que culminó en el éxito de la revolución. Pero más de tres décadas después, las dificultades económicas y la mano dura de las autoridades han agotado la paciencia de la sociedad civil iraní.
De héroe a villano
Hasta hace poco, Rouhani se había convertido en un “salvador” para su país. Tras llegar al poder con una economía en malas condiciones, el presidente firmó un acuerdo con las seis potencias internacionales (China, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) para limitar el programa nuclear iraní en diciembre de 2015. Esta medida permitió que se levantaran las sanciones internacionales y multilaterales al país en enero de 2016.
En el curso de un año, la nación recuperó su lugar en el mercado del petróleo y, con ello, el Producto Interno Bruto saltó 12,5% (al cierre del año fiscal terminado en marzo de 2017) y la inflación se ubicó por debajo de 10%. Este desempeño le permitió la reelección el año pasado. Sin embargo, detrás de su buena gestión económica se escondían serios problemas administrativos que han ido adquiriendo relevancia.
El gobierno se propuso controlar la inflación y para eso aplicó recortes significativos en el gasto público. Pero eso ha arrastrado al país a una recesión y ha elevado el desempleo, que ronda actualmente el 12% y se espera que siga creciendo.
Por otro lado, la alta dependencia del petróleo -cuyas exportaciones llegaron a representar un 78% del PIB iraní- provocó que la caída en el precio del crudo el año pasado mermara significativamente los ingresos fiscales.
El gobierno de Rouhani, además, ha desembolsado miles de millones de dólares en apoyar al régimen de Bashar Al Assad en Siria y en intentar contener la amenaza del Estado Islámico (ISIS) proveniente del vecino país Irak. Estos gastos han sido criticados, sobre todo en momentos en que el mandatario ha anunciado medidas que han aumentado el costo de vida de la población.
Entre otras iniciativas, el mandatario subió los precios de productos como combustibles y alimentos. El costo de la bencina, por ejemplo, subió más de 50%. El huevo, en tanto, experimentó un salto de 40%. Asimismo, recortó el gasto público.
El presidente enfrenta un escenario complejo: se encuentra en medio de los ataques entre Khamenei y sus detractores, su gobierno está en la mira tras el destape de importantes casos de corrupción, hay un ambiente de indignación por los desorbitados salarios de los altos funcionarios del Estado y la pasividad judicial ante los delitos económicos no ayuda a calmar los ánimos.
Rouhani ha sido cuestionado por su doble discurso ante las protestas. El martes 2 de enero, el mandatario hizo un llamado a la tranquilidad y prometió dar “un mayor espacio para la crítica”. Al día siguiente, él mismo declaró que “el pueblo iraní responderá a los alborotadores”. Además acusó a sus detractores de haber sido entrenados en EEUU para sembrar el pánico en la nación.
El Fondo Monetario Internacional estima que Irán creció 3,5% en 2017, 9 puntos porcentuales menos que el año anterior. Para este año, en tanto, se prevé una expansión de 3,8%. Sin un boyante desempeño económico de su lado, será difícil que Rouhani logre acallar las protestas, que hasta ahora han sido moderadas, pero el pueblo iraní ya fue capaz de desafiar al presidente en 2009.