Por Blanca Arthur
Molesto estaba el martes en la noche, el ministro de Educación, Felipe Bulnes. Con expectación había esperado durante todo el día la decisión de la Confech, reunida para decidir si aceptaba o no, iniciar finalmente el diálogo con el gobierno.
Como en ninguna oportunidad anterior -tal como lo reconoció- tenía cifradas tantas esperanzas de que los dirigentes accederían a sentarse a la mesa, con el fin de iniciar un proceso tendiente a destrabar el conflicto estudiantil.
Pero ese optimismo, basado en las gestiones informales realizadas en los días anteriores, comenzó a frustrarse cuando la prolongación del debate -que se extendió por más de 10 horas- asomaba como el primer síntoma de que los sectores más radicales impedirían la respuesta que esperaba.
Fue precisamente lo que ocurrió. Porque aun cuando la Confech informó que había decidido aceptar el diálogo con las autoridades, puso condiciones que no estaban contempladas, como tener acceso anticipadamente al Presupuesto para 2012, mientras paralelamente, llamó a no reanudar las clases.
La postura adoptada por la asamblea estudiantil, no sólo inquietó al ministro Bulnes, sino también al resto de las autoridades de La Moneda, quienes constataron que el acuerdo dado a conocer por Camila Vallejo y a Giorgio Jackson, contrastaba con lo que ellos mismos aceptaban, como era la posibilidad de que se reiniciaran las actividades académicas.
Era ésa la confirmación de que las posiciones más moderadas que éstos representan no habían logrado imponerse, por lo que el escenario para el inicio del diálogo no parecía precisamente auspicioso.
Horas de tensión
Conscientes de las dificultades que podían enfrentar, las autoridades ni siquiera descartaron la posibilidad de rechazar la respuesta de la Confech, porque si no se había respetado el compromiso asumido en los días anteriores, las negociaciones estaban destinadas al fracaso.
Pero finalmente primó el criterio de que era preferible sentarse a la mesa, sobre todo, porque después de todos los esfuerzos por flexibilizar sus posturas, el gobierno no podía exponerse a aparecer como intransigente.
Fue entonces, cuando con el propósito de al menos, dar un indicio de que el conflicto podía tomar un cauce que no fuera sólo la expresión en las calles, las autoridades optaron por continuar con la idea del diálogo. Para ello, en todo caso, acordaron que no sólo rechazarían la inédita condición de darles a conocer el Presupuesto, sino que el primer tema debía ser el retorno a clases.
En medio de la tensión que generó la postura dada a conocer por el ministro Bulnes, los dirigentes estudiantiles terminaron por aceptar acudir a la mesa con el gobierno, pero no sin antes expresar que lo hacían con desconfianza, aludiendo a que no se habían cumplido los requisitos que pedían.
En ese clima, precedido por la masiva marcha realizada en la mañana -que terminó con disturbios- se dio inicio a un diálogo con resultados completamente inciertos.
Manejo del gobierno
Como ha ocurrido desde el comienzo de las manifestaciones estudiantiles, que se extienden por cinco meses, el gobierno ha tenido serias dificultades para manejar una situación que escapó a todo lo que pudo haber imaginado.
La idea del diálogo, a la que apostó inicialmente el ex titular de Educación, Joaquín Lavín, fracasó, principalmente, cuando los líderes moderados, como Camila Vallejo, Jackson o Camilo Ballesteros, fueron superados por los dirigentes más radicales de otras federaciones estudiantiles de regiones, que se oponen a cualquier acercamiento con el gobierno.
Eso no impidió, sin embargo, que apenas asumido, Felipe Bulnes, se propusiera el desafío de retomar los contactos con los máximos exponentes de la Confech, a fin de buscar una salida que partiera por dar respuesta a sus demandas.
Fue en ese contexto que, tras los primeros acercamientos, elaboró una propuesta de 21 puntos en que recogía gran parte de las peticiones estudiantiles, pero desestimaba aquellas que le parecían intransables, como el fin de lucro o la gratuidad de la Educación.
Pero con la fuerza que les daba a los estudiantes la creciente adhesión ciudadana, ni siquiera aquellos dirigentes más moderados tenían espacio para aceptarlas. En una actitud de apostar al “todo o nada” no les pareció suficiente que se acogieran algunas de sus principales demandas, como la solución a los problemas de endeudamiento o el fortalecimiento de la educación pública, por lo que rechazaron la propuesta completa.
Fue entonces cuando Bulnes optó por endurecer su postura, tomando el camino institucional de mandar los proyectos al Congreso, para que fuera ése el espacio de discusión con los estudiantes.
La arremetida de Piñera
Ese diseño fue modificado, sin embargo, en forma repentina por el propio presidente Sebastián Piñera, quien en momentos en que las manifestaciones habían adquirido una fuerza incontrarrestable, decidió llamar al diálogo a La Moneda a todos los estamentos relacionados con la Educación.
Pese al malestar que inicialmente le produjo al ministro Bulnes la apuesta presidencial que se salía del camino trazado, asumió que podía ser una forma de bajar la tensión al conflicto, sobre todo si es que los estudiantes aceptaban acudir a la cita en el palacio de gobierno.
Fue lo que pareció que podría ocurrir cuando accedieron a ir a La Moneda, pero contrariamente a la expectativa que se generó, los dirigentes dilataron una respuesta a la propuesta de Bulnes de iniciar el diálogo en tres mesas de trabajo que abordarían sus principales demandas.
Es que a esas alturas, el panorama interno en la Confech había llegado a grados de extrema tensión, donde los sectores más ultra no sólo no estaban dispuestos a no ceder en nada, sino que cuestionaban fuertemente la representación de los máximos dirigentes de la FECH, la FEUC y la Feusach.
La postura de estos últimos, sin embargo, fue intentar que no se cerraran las puertas del diálogo, porque comenzaban a percibir los costos adicionales de perder el año. En esa línea, aceptaron que la Confech pusiera algunas condiciones al gobierno, como congelar la tramitación de los proyectos en el Congreso, postergar el plazo del cierre del semestre, frenar los recursos para las universidades que lucran, además de transparentar el debate con transmisiones por TV.
En ese momento, las autoridades se enfrentaban nuevamente al dilema de mantenerse firmes o seguir cediendo, frente a lo cual, la opción fue aceptar las dos últimas condiciones, pero no las otras.
La apuesta del gobierno, fue que con ello bastaría para iniciar el diálogo, porque de acuerdo a sus cálculos, el movimiento estaba comenzando a sufrir un desgaste, que obligaría a sus líderes a capitalizar lo logrado.
Pero los hechos mostraron otra cosa. No sólo por la marcha de la semana pasada, sino porque la postura de la Confech fue más dura que en ocasiones anteriores para rechazar el planteamiento de Bulnes, al punto que ni Vallejo, ni Jackson actuaron como voceros por los líos internos.
Intensas gestiones
Este fue el panorama que aceleró las gestiones informales la última semana, que culminaron con una suerte de acuerdo que se plasmó en un mail que el ministro Bulnes les mandó a la Confech, en el que flexibilizaba su postura anterior. En éste aceptaba retirar la urgencia a los proyectos para que los posibles acuerdos se puedan incorporar en su tramitación, pero tanto este punto como el resto de los que garantizaba el ministro, eran sobre la base del retorno de los alumnos a clases.
Esto último fue lo que la Confech no aceptó el martes cuando decidió acepar el diálogo, decisión que impulsó al gobierno a plantear que sería el primer tema en la mesa.
En ese ambiente de tensión, el ministro Bulnes comenzó a dialogar con los estudiantes, con el desafío de que sea un camino para destrabar el conflicto. Una tarea complicada considerando que se enfrenta a dirigentes que, pese a sus diferencias, han mostrado que lo más importante es mantener la unidad del movimiento estudiantil.