Miguel Luis Amunátegui, historiador y educador

Por: | Publicado: Viernes 11 de marzo de 2011 a las 05:00 hrs.
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El siglo XIX vio nacer una cultura republicana que alcanzó importantes grados de desarrollo en áreas como la historiografía y el derecho, la educación y el periodismo. Entre las figuras más interesantes de la segunda mitad del siglo está Miguel Luis Amunátegui (1828-1888), polifacético personaje que comenzó a destacar tempranamente. 
Seguramente influyó en su precoz desarrollo el haber quedado huérfano de padre cuando apenas tenía 14 años, lo que lo llevó -junto a su hermano Gregorio Víctor- a trabajar desde joven. Fue uno de los discípulos más notables de Andrés Bello, lo que reflejó en su prolífica vida desarrollando diversas funciones públicas con talento y notorios resultados.

Don Miguel Luis fue un importante político. Adhirió al Partido Liberal y en su representación fue diputado por más de una década. Fue miembro del Consejo de Estado y en diversas ocasiones ejerció como Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, e incluso su nombre sonó como candidato presidencial en 1875. 
Sin embargo, Amunátegui fue sobre todo un gran historiador y, como reconoce Cristián Gazmuri, algunos de sus trabajos “constituyen hitos fundamentales de la producción historiográfica decimonónica”. Entre esos libros podemos destacar, por ejemplo, Los precursores de la Independencia de Chile (1870-1872), La crónica de 1810 (1876) y Vida de don Andrés Bello (1882). Además de otros tantos libros y artículos de prensa y de revistas culturales, como fueron el periódico El Independiente, La Revista de Santiago y La Revista del Pacífico.

Amunátegui fue también un destacado educador, que comenzó a trabajar como profesor en el Instituto Nacional antes de cumplir los veinte años. Después fue miembro de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. También impulsó el desarrollo de la educación nacional a través de la Sociedad de Instrucción Primaria, que contribuyó a formar en 1856, así como en la participación en diversos debates, donde defendía “que la instrucción primaria sea general; que sea extensiva a los hijos de los capitalistas y de los herreros, agricultores, carpinteros, gañanes”, en un texto redactado por su hermano Gregorio Víctor en representación de ambos. Con su hermano escribió en 1856 La instrucción primaria en Chile: lo que es, lo que debería ser, donde explicaban, ilusionados: “Paguemos 1.500 alumnos que eduquen a nuestros hijos: ellos serán el ejército más poderoso que pueda defendernos contra los enemigos”.

Escéptico en materias religiosas, Amunátegui alcanzó a ver una de las mayores victorias del liberalismo al final de su vida, cuando fueron aprobadas las leyes secularizadoras, de matrimonio civil, registro civil y cementerios, en el gobierno de Domingo Santa María. Pocos años después murió Miguel Luis Amunátegui y su amigo Diego Barros Arana escribió una necrología que en realidad es una biografía, donde concluye lo siguiente: “La vida de Amunátegui puede escribirse íntegra, sin disimulos ni reticencias, porque allí no hay nada que disimular ni que callar para dar a conocer el carácter de un hombre de bien y de talento al cual no se le podría reprochar otro defecto que el exceso de su benevolencia”.



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