Ruido

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 27 de julio de 2012 a las 05:00 hrs.
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Sonido inarticulado, por lo general desagradable. Tanto, que ya se le reconoce como factor de contaminación y originador de multas si sobrepasa el límite de decibeles. Materia habitual de quejas entre vecinos y de alguna carta a los diarios, la contaminación acústica no es percibida aún al mismo nivel de peligrosidad y daño que la atmosférica y la visual, a pesar de sus comprobados efectos letales. El ruido irrita y exaspera, afecta la digestión, nubla o bloquea la actividad cerebral, impide dormir, afecta la capacidad auditiva y de concentración, genera personalidades y sociedades violentas.

Sutil, astuto, Su Majestad el Ruido ha sabido consolidarse por la vía de desacreditar a su jurado enemigo, el Silencio. Su apuesta es simple y populista: el ruido simboliza y potencia la vida; el silencio es sinónimo y presagio de muerte. Por algo al cementerio lo llaman “patio de los callados”. Y triunfadores son los que no cesan de hacer ruido: “me duele que hablen mal de mí; más me duele que no hablen de mí”, diría Wilde. Prolifera la industria del ruido, consustancial a la propaganda comercial y política e infaltable en toda actividad de masas minuspensantes. En las grandes tiendas comerciales se presiona invasivamente al cliente para que apresure su todavía inmadura decisión de compra, aturdido por el estrépito de una seudo “música ambiental”. Golpear incesantemente el bombo ayuda, a supuestos hinchas del fútbol, a despojarse de su último resto de racionalidad.

La realidad demuestra que todo lo verdaderamente grande e importante tiene, como hábitat natural, el silencio. La vida, el amor, el pensamiento, la inspiración y creación artística se nutren y despliegan en atmósfera de silencio. Para las grandes gestas de la fe hay un denominador común: la Encarnación del Verbo divino en el seno de la Virgen, su nacimiento en Belén, su resurrección en Jerusalén carecen de ruido y espectacularidad. Es ley natural y divina que en la médula de la fe cristiana se contiengan la repugnancia al ruido y la predilección por el silencio. Tu oración, tus ayunos y penitencias, tus limosnas -dirá Cristo- que se hagan en silencio, sin pregonarlas con trompeta en las plazas para concitar la admiración y conquistar la falsa gloria de los hombres.

Para la Iglesia de Cristo éste ha sido el paradigma rector de su ser y actuar: orar, sufrir, servir, amar en silencio. Hacer el bien sin hacer ruido, porque el bien no hace ruido y el ruido no hace bien. Los principales logros de la Humanidad en materia de libertad y dignidad personal, educación, cultura, defensa de la vida, promoción de la paz, abogacía de los marginados son obra de esta Iglesia del silencio. Ella es un bosque de dimensiones globales. Cuando uno de sus árboles cae, hace mucho ruido. El bosque sigue, seguirá creciendo en silencio.

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