“Atlántida”. Universo musical y cultural de Don Manuel de Falla
Por: Equipo DF
Publicado: Viernes 7 de febrero de 2014 a las 05:00 hrs.
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Por Fernando Martínez Guzmán
Al morir Manuel de Falla, el 14 de noviembre de 1946 en su casa de Alta Gracia, en la Sierra de Córdoba argentina, dejó en su escritorio un gran paquete con hojas pautadas y colmadas de escritura. Eran los esbozos de “Atlàntida”, cantata escénica en un prólogo y tres partes, basada en el poema homónimo de Jacinto Verdaguer, que Falla trabajó más de dieciocho años sin poder terminar. Los papeles llegaron a España, donde después de largas vacilaciones se encargó a un compositor y ex alumno de Falla, Ernesto Halffter, la terminación de la obra, sobre la base de la enorme cantidad de material existente. El trabajo fue difícil y de gran responsabilidad, pues algunas escenas tenían varias versiones y muy diferentes, y otras apenas estaban esbozadas. Así, el mundo de la música esperó con impaciencia el estreno de la obra póstuma de uno de sus grandes maestros. Finalmente, el 24 de noviembre de 1961 se pudo oír en el Teatro Liceo de Barcelona los fragmentos más importantes de “Atlàntida”, en formato de concierto, dirigidos por Eduardo Toldrá. El estreno de la versión escenificada tuvo lugar en junio de 1962 en el Teatro alla Scala de Milan, en idioma italiano, bajo la dirección musical de Thomas Schippers.
Inspiración y trama
Difíciles fueron para Falla tanto la elaboración del libreto como la concepción escénica de “Atlàntida”, hasta el punto de que sus dudas no dejaron de repercutir en la desesperante lentitud con que avanzaba la obra. Otros motivos contribuyeron también en el mismo sentido: la salud debilitada del compositor, la falta de paz espiritual que dificultaba su concentración en el trabajo, los acontecimientos que acabaron en la guerra civil, la vivencia del exilio -que no por ser voluntario dejó de ser traumático- y las preocupaciones económicas. Texto y música quedaron incompletos y, en cuanto a la concepción escénica, ésta no sólo nunca estuvo perfilada sino que, tras la muerte del artista José María Sert (1945), Falla comenzó a referirse a su obra como oratorio, aunque la ficha técnica indica “Cantata escénica en un prólogo y tres partes”.
Debemos preguntarnos entonces por la motivación de Falla al emprender esta composición basada en el poema catalán de Verdaguer, que en opinión de algunos intelectuales cercanos a Falla, éste se alejaba del pensamiento austero y concentrado hasta lo esencial del maestro gaditano. Sin embargo, ya en 1927, Falla declaraba al diario “Ahora” de Madrid: “Atlàntida es la obra en la que he puesto mayor entusiasmo. Desearía tener salud para poder terminarla. Será bastante compleja y en ella he respetado el texto de Verdaguer, no sólo por la profunda admiración que el poeta catalán merece, sino también porque “Atlàntida” existía dentro de mí desde los años de la infancia. En Cádiz, mi ciudad natal, se me ofrecía el Atlántico a través de las columnas de Hércules y mi imaginación volaba hacia el más bello jardín de las Hespérides”.
En el ambicioso proyecto se vierten, unificadamente, diversos “sueños” de Falla: en primer lugar, la consideración del Descubrimiento de América como empresa española de la Catolicidad, aspecto esencial para Falla, donde Colón es visto como portador de la fe católica y estandarte de la evangelización; en segundo lugar, la expresión de una música religiosa que alienta la tercera parte de “Atlàntida”, y como tercer aspecto, el tratamiento del catalán, el idioma de sus antepasados, no sólo por la gratitud que Falla tenía por Cataluña y Barcelona en especial, sino además por la estimación del idioma catalán como lengua viva y el peso de su poética y literatura. Su “Atlàntida” era la oportunidad de sumergirse en la cultura catalana, a través de los textos de Verdaguer (1845-1902) y las sugerencias plásticas de Sert. Verdaguer era el poeta más importante en lengua catalana y su imponente poema épico “L’Atlàntida” contenía imágenes grandiosas con un lenguaje romántico suntuoso, vibrante y brillante. Por otra parte, Falla no era un artista de improvisaciones, sino de lento estudio y analítico, así es que como premisa indispensable, estudió el catalán para abordar su obra póstuma con pleno conocimiento de causa.
Es comprensible también que Falla, que hasta ese momento se había ocupado de cosas más bien “pequeñas” (escenas populares andaluzas o algún episodio extraído del Quijote), pensara durante tantos años en crear una obra “grande” y que el poema de Verdaguer le pareciera ideal para ello. La Atlàntida de Verdaguer constituirá naturalmente la base del libreto, sin embargo, con el desarrollo de la idea, la fidelidad al texto se irá alejando en ciertos aspectos y Falla adoptará las escenas que más le convienen, empleando al mismo tiempo un fragmento del “Colón” (del mismo Verdaguer), una “Salve” a partir de textos medievales, una cita de Séneca y diversas prosas latinas de la liturgia religiosa; por lo demás, algún fragmento compuesto por Falla quedará sin texto atribuido y, así, será José María de Sagarra quien escribirá el “Hymnus hispanicus”.
La cantata escénica transcurre en la mítica isla de la Atlàntida, el Mediterráneo y después en España, durante los viajes de Colón, en una prehistoria legendaria y luego hacia el año 1492. Se trata de una gigantesca epopeya de dioses y héroes, con múltiples episodios. Falla sitúa la acción en relación con España y hace que Atlàntida resurja en cierto modo en su patria, convirtiendo a España en heredera de la antigua cultura perdida.
Para conseguir la unidad en los múltiples y complejos acontecimientos que suceden, Falla presenta al comienzo a un niño huérfano, que en una isla del océano Atlántico oye los relatos fantásticos de un anciano, un verdadero “espíritu del mar”, como señala Verdaguer, y desde ese momento sueña con la lejanía. El niño se llama Cristóbal Colón y un día él hará sus sueños realidad. El anciano le habla del incendio de los Pirineos, del rescate y la muerte de la Reina Pirene, de la fundación de Barcelona, del combate de Hércules con Gerión, del Jardín mágico de las Hespérides, del juego de las Pléyades, de los malvados habitantes de Atlàntida, de la destrucción de la isla pecaminosa anunciada por el arcángel y de su hundimiento en las aguas del océano. El final de la obra representa la visión de la Reina Isabel sobre nuevas islas situadas más allá del océano, el plan de Colón, su partida y triunfo.
Al morir Don Manuel, ni música, ni texto quedan ultimados. De la música, si bien algunas partes estaban resueltas como composición, el resto solo sumaba ideas, esbozos o fragmentos, cuya organización, engarce y finalización fue encomendada por sus herederos y por el editor Ricordi a su discípulo, Ernesto Halffter, quién debió trabajar con un ánimo casi adivinatorio, prácticamente imposible. De este modo, tras el esforzado y problemático trabajo de Falla, Halffter también debió emprender su parte; lenta y ardua y dubitativa. Identificado con su maestro, Halffter perfeccionó y suprimió algo de lo hecho con notable inteligencia, principalmente en la segunda parte, y en 1976 mostró su conformidad con la denominada “versión definitiva o de Lucerna”, que dirigió Jesús López Cobos en la ciudad suiza, y que Rafael Frübeck de Burgos presentaría el año siguiente en el Teatro Real de Madrid. En el año 1992, el director musical Edmon Colomer volvió sobre la misma versión introduciendo pequeñas modificaciones, en búsqueda de una mayor unidad y lógica del discurso.
La música
Como plantea Edmon Colomer: “Atlàntida no suena a Falla”. Este no es el mundo sonoro que nos tiene acostumbrados. No es el Falla de “El amor brujo”. Pero, ¿es el Falla de “El amor brujo” el mismo que el de “Homenaje a Debussy” o de “Noches en los jardines de España”? ¿Conocemos alguna obra de Falla que repita el planteamiento conceptual de otra obra anterior? o ¿existe un ideal estético común a toda su producción? Si un rasgo encontramos en Falla que se proyecte a través de todas sus obras, es precisamente su propia personalidad, su espiritualidad, entendida no tanto como expresión de principios religiosos concretos sino como identificación de su creatividad con lo más auténtico y genuino de las distintas circunstancias históricas, religiosas o mitológicas que generan el contenido - “el argumento” - de cada obra. Falla es incansable en la búsqueda de la esencia. Y lo esencial se halla implícito, por un lado, en la tradición clásica, heredada de sus ancestros más directos, los grandes polifonistas del Renacimiento, y por otro lado, en la música popular. Ambas fuentes de inspiración determinan la concepción de su obra. Y “Atlàntida” responde a esta concepción, pero también sorprenden su doble paternidad y dimensiones, que exceden el límite de lo que habríamos considerado abarcable en Falla. Y es que el poema de Verdaguer impone las leyes estructurales pero con un notable desequilibrio entre la introducción (naufragio de Colón), el tema central (relato del anciano) y la conclusión (Colón se dirige al nuevo continente con la ayuda de los Reyes Católicos). Por esto, Falla debe realizar una selección y reordenamiento del texto original para compensar la desproporción que existe entre el relato del anciano –que ocupa la cuasi totalidad del poema- y las extremadamente breves introducción y conclusión. Falla crea una nueva estructura - Prólogo y tres partes- que prescinde de la introducción de Verdaguer, que arranca con el relato del anciano (prólogo y partes primera y segunda) y concluye en la tercera parte con la incorporación de textos que no pertenecen al poema original pero que subliman la misión divina encomendada a Colón.
El prólogo y la primera parte forman un bloque dividido en cinco secciones que empieza con “L’Atlàntida submergida” y concluye con el “Càntic a Barcelona”. También son cinco las secciones que conforman la tercera parte, cuyo contenido religioso y simbólico constituye en sí el medio de expresión más identificado con los ideales de Falla. Desde la profecía de Séneca - “Venient annis saecula seris”- hasta la frase final - “Dies sanctificatus illuxit su terra” - lo divino se yuxtapone a lo histórico con el resultado de “evocación” más que narración. El tratamiento de la orquesta y las voces en Falla, como ocurre en todos los grandes compositores, no se puede desvincular de otros factores como el ritmo, la melodía, la armonía, los timbres, las dinámicas o las articulaciones. En el prólogo, por ejemplo, la descripción de lo inalcanzable, de la inmensidad y las grandezas implícitas en la leyenda de la Atlàntida exige una gran densidad sonora, inhabitual en Falla, pero perfectamente coherente con el planteamiento armónico y orquestal de una sección tan diferente como “Gerió el tricèfal” (un monstruo de tres cabezas que en la obra canta con tres voces), donde la disposición de los intervalos, en una clara amalgama entre voces e instrumentos, dibuja y acentúa magistralmente el carácter grotesco del personaje. La intervención de Halffter como orquestador es especialmente afortunada en el “Ària de Pirene”, “Els jocs de les Plèiades” y “El somni d’Isabel”. Un tratamiento cuidadoso de la orquesta y un respeto por el carácter de cada fragmento, son cualidades que favorecen la descripción de los personajes femeninos, cuyo lirismo se opone a la rudeza de los personajes masculinos que aparecen en el relato mitológico. Es interesante observar cómo la presencia de los personajes femeninos, ocupando el centro de cada parte de la obra, constituye en sí un elemento de equilibrio formal, al igual que las fanfarrias – herencia del “Retablo de maese Pedro” – que coinciden con el inicio de cada parte importante. Cuando Halffter asume la responsabilidad de completar “Atlàntida”, se enfrenta con el mismo problema que Falla tenía para continuar: un prólogo terminado y las partes primera y tercera si bien no completas, considerablemente elaboradas y formalmente equilibradas una con respecto a la otra. ¿Cómo tratar entonces un tema mitológico de tan vastas proporciones como la descripción del “Jardín de las Hespérides” conectado con el hundimiento de la “Atlàntida” y el consiguiente castigo divino? Quizás no era posible dar respuesta a todas las interrogantes planteadas a la muerte de Falla, pero si propiciar un acercamiento al espíritu de la obra. Y Halffter a su manera lo consigue. “Atlántida” nos presenta un Falla distinto, completamente nuevo. Un amplio impulso épico domina la totalidad de la obra; se podría pensar en la Tetralogía de Wagner (sin que exista parecido en la música). El peso recae en los coros; las partes solistas son muy breves; muchas incluso renuncian a la palabra y al canto, y se representan sólo en forma de pantomima. Se trata, sin dudas, de una obra importante. “Atlàntida” es el mejor compendio del universo de Manuel de Falla, una gran “suma” musical y cultural. Los casi veinte años de bocetos de composición nos dejan multitud de referencias profundamente asimiladas: Monteverdi, la polifonía española y la italiana, los cancioneros castellanos, tal vez Puccini…, y todo junto a los refinados juegos tímbricos y armónicos de la orquesta, comparables a los más destacados momentos en Debussy, Ravel o Mahler.
No sólo las enseñanzas de su maestro, Felipe Pedrell, o la admiración que profesaba por sus amigos Debussy, Albéniz, Ravel y Stravinsky, forman parte del mundo de Falla. No sólo el París anti-romántico de principios de siglo, también el romanticismo germano y la música medieval estaban en su cabeza. Los cancioneros españoles del siglo XV, la polifonía de Tomás Luis de Victoria, Palestrina, los cánticos de la liturgia bizantina, la música de Beethoven, Wagner, Mahler, Grieg, Mussorgski; todo ello es parte de un universo musical, tan amplio como la cultura y la curiosidad que delata su correspondencia y los apuntes en libros y partituras que estudió a lo largo de su vida. La música popular y el folklore también forman parte de su universo, con patrones rítmicos y giros melódicos continuamente recreados y reinventados.
“Atlántida” cierra y corona la obra de Falla, el más importante compositor español desde Tomás Luis de Victoria y el andaluz más universal junto a Picasso. Durante casi veinte años (desde 1927 hasta su muerte en 1946), Don Manuel trabajó con ilusión y dificultades en su “cantata” sobre el poema de Jacinto Verdaguer”. Como indica Colomer, “Atlàntida es fruto de las transformaciones y vicisitudes que se producen durante los últimos veinte años de la vida de Falla y que dilatan infinitamente el proceso de composición”. Muchos encontrarán en ella el resumen de una vida, mientras otros echarán de menos la espontaneidad que caracteriza al Falla anterior. Suena lógico que el planteamiento estético inicial haya sufrido la evolución que impone el tiempo y que inevitablemente haya conducido a un nuevo y singularísimo aporte a la obra del propio compositor y a la literatura musical del siglo XX. “Atlàntida” es el testamento musical de un artista comprometido consigo mismo, que busca entregar al mundo un mensaje de belleza y que en su intimidad siente como encargo de la Divina Providencia.
Al morir Manuel de Falla, el 14 de noviembre de 1946 en su casa de Alta Gracia, en la Sierra de Córdoba argentina, dejó en su escritorio un gran paquete con hojas pautadas y colmadas de escritura. Eran los esbozos de “Atlàntida”, cantata escénica en un prólogo y tres partes, basada en el poema homónimo de Jacinto Verdaguer, que Falla trabajó más de dieciocho años sin poder terminar. Los papeles llegaron a España, donde después de largas vacilaciones se encargó a un compositor y ex alumno de Falla, Ernesto Halffter, la terminación de la obra, sobre la base de la enorme cantidad de material existente. El trabajo fue difícil y de gran responsabilidad, pues algunas escenas tenían varias versiones y muy diferentes, y otras apenas estaban esbozadas. Así, el mundo de la música esperó con impaciencia el estreno de la obra póstuma de uno de sus grandes maestros. Finalmente, el 24 de noviembre de 1961 se pudo oír en el Teatro Liceo de Barcelona los fragmentos más importantes de “Atlàntida”, en formato de concierto, dirigidos por Eduardo Toldrá. El estreno de la versión escenificada tuvo lugar en junio de 1962 en el Teatro alla Scala de Milan, en idioma italiano, bajo la dirección musical de Thomas Schippers.
Inspiración y trama
Difíciles fueron para Falla tanto la elaboración del libreto como la concepción escénica de “Atlàntida”, hasta el punto de que sus dudas no dejaron de repercutir en la desesperante lentitud con que avanzaba la obra. Otros motivos contribuyeron también en el mismo sentido: la salud debilitada del compositor, la falta de paz espiritual que dificultaba su concentración en el trabajo, los acontecimientos que acabaron en la guerra civil, la vivencia del exilio -que no por ser voluntario dejó de ser traumático- y las preocupaciones económicas. Texto y música quedaron incompletos y, en cuanto a la concepción escénica, ésta no sólo nunca estuvo perfilada sino que, tras la muerte del artista José María Sert (1945), Falla comenzó a referirse a su obra como oratorio, aunque la ficha técnica indica “Cantata escénica en un prólogo y tres partes”.
Debemos preguntarnos entonces por la motivación de Falla al emprender esta composición basada en el poema catalán de Verdaguer, que en opinión de algunos intelectuales cercanos a Falla, éste se alejaba del pensamiento austero y concentrado hasta lo esencial del maestro gaditano. Sin embargo, ya en 1927, Falla declaraba al diario “Ahora” de Madrid: “Atlàntida es la obra en la que he puesto mayor entusiasmo. Desearía tener salud para poder terminarla. Será bastante compleja y en ella he respetado el texto de Verdaguer, no sólo por la profunda admiración que el poeta catalán merece, sino también porque “Atlàntida” existía dentro de mí desde los años de la infancia. En Cádiz, mi ciudad natal, se me ofrecía el Atlántico a través de las columnas de Hércules y mi imaginación volaba hacia el más bello jardín de las Hespérides”.
En el ambicioso proyecto se vierten, unificadamente, diversos “sueños” de Falla: en primer lugar, la consideración del Descubrimiento de América como empresa española de la Catolicidad, aspecto esencial para Falla, donde Colón es visto como portador de la fe católica y estandarte de la evangelización; en segundo lugar, la expresión de una música religiosa que alienta la tercera parte de “Atlàntida”, y como tercer aspecto, el tratamiento del catalán, el idioma de sus antepasados, no sólo por la gratitud que Falla tenía por Cataluña y Barcelona en especial, sino además por la estimación del idioma catalán como lengua viva y el peso de su poética y literatura. Su “Atlàntida” era la oportunidad de sumergirse en la cultura catalana, a través de los textos de Verdaguer (1845-1902) y las sugerencias plásticas de Sert. Verdaguer era el poeta más importante en lengua catalana y su imponente poema épico “L’Atlàntida” contenía imágenes grandiosas con un lenguaje romántico suntuoso, vibrante y brillante. Por otra parte, Falla no era un artista de improvisaciones, sino de lento estudio y analítico, así es que como premisa indispensable, estudió el catalán para abordar su obra póstuma con pleno conocimiento de causa.
Es comprensible también que Falla, que hasta ese momento se había ocupado de cosas más bien “pequeñas” (escenas populares andaluzas o algún episodio extraído del Quijote), pensara durante tantos años en crear una obra “grande” y que el poema de Verdaguer le pareciera ideal para ello. La Atlàntida de Verdaguer constituirá naturalmente la base del libreto, sin embargo, con el desarrollo de la idea, la fidelidad al texto se irá alejando en ciertos aspectos y Falla adoptará las escenas que más le convienen, empleando al mismo tiempo un fragmento del “Colón” (del mismo Verdaguer), una “Salve” a partir de textos medievales, una cita de Séneca y diversas prosas latinas de la liturgia religiosa; por lo demás, algún fragmento compuesto por Falla quedará sin texto atribuido y, así, será José María de Sagarra quien escribirá el “Hymnus hispanicus”.
La cantata escénica transcurre en la mítica isla de la Atlàntida, el Mediterráneo y después en España, durante los viajes de Colón, en una prehistoria legendaria y luego hacia el año 1492. Se trata de una gigantesca epopeya de dioses y héroes, con múltiples episodios. Falla sitúa la acción en relación con España y hace que Atlàntida resurja en cierto modo en su patria, convirtiendo a España en heredera de la antigua cultura perdida.
Para conseguir la unidad en los múltiples y complejos acontecimientos que suceden, Falla presenta al comienzo a un niño huérfano, que en una isla del océano Atlántico oye los relatos fantásticos de un anciano, un verdadero “espíritu del mar”, como señala Verdaguer, y desde ese momento sueña con la lejanía. El niño se llama Cristóbal Colón y un día él hará sus sueños realidad. El anciano le habla del incendio de los Pirineos, del rescate y la muerte de la Reina Pirene, de la fundación de Barcelona, del combate de Hércules con Gerión, del Jardín mágico de las Hespérides, del juego de las Pléyades, de los malvados habitantes de Atlàntida, de la destrucción de la isla pecaminosa anunciada por el arcángel y de su hundimiento en las aguas del océano. El final de la obra representa la visión de la Reina Isabel sobre nuevas islas situadas más allá del océano, el plan de Colón, su partida y triunfo.
Al morir Don Manuel, ni música, ni texto quedan ultimados. De la música, si bien algunas partes estaban resueltas como composición, el resto solo sumaba ideas, esbozos o fragmentos, cuya organización, engarce y finalización fue encomendada por sus herederos y por el editor Ricordi a su discípulo, Ernesto Halffter, quién debió trabajar con un ánimo casi adivinatorio, prácticamente imposible. De este modo, tras el esforzado y problemático trabajo de Falla, Halffter también debió emprender su parte; lenta y ardua y dubitativa. Identificado con su maestro, Halffter perfeccionó y suprimió algo de lo hecho con notable inteligencia, principalmente en la segunda parte, y en 1976 mostró su conformidad con la denominada “versión definitiva o de Lucerna”, que dirigió Jesús López Cobos en la ciudad suiza, y que Rafael Frübeck de Burgos presentaría el año siguiente en el Teatro Real de Madrid. En el año 1992, el director musical Edmon Colomer volvió sobre la misma versión introduciendo pequeñas modificaciones, en búsqueda de una mayor unidad y lógica del discurso.
La música
Como plantea Edmon Colomer: “Atlàntida no suena a Falla”. Este no es el mundo sonoro que nos tiene acostumbrados. No es el Falla de “El amor brujo”. Pero, ¿es el Falla de “El amor brujo” el mismo que el de “Homenaje a Debussy” o de “Noches en los jardines de España”? ¿Conocemos alguna obra de Falla que repita el planteamiento conceptual de otra obra anterior? o ¿existe un ideal estético común a toda su producción? Si un rasgo encontramos en Falla que se proyecte a través de todas sus obras, es precisamente su propia personalidad, su espiritualidad, entendida no tanto como expresión de principios religiosos concretos sino como identificación de su creatividad con lo más auténtico y genuino de las distintas circunstancias históricas, religiosas o mitológicas que generan el contenido - “el argumento” - de cada obra. Falla es incansable en la búsqueda de la esencia. Y lo esencial se halla implícito, por un lado, en la tradición clásica, heredada de sus ancestros más directos, los grandes polifonistas del Renacimiento, y por otro lado, en la música popular. Ambas fuentes de inspiración determinan la concepción de su obra. Y “Atlàntida” responde a esta concepción, pero también sorprenden su doble paternidad y dimensiones, que exceden el límite de lo que habríamos considerado abarcable en Falla. Y es que el poema de Verdaguer impone las leyes estructurales pero con un notable desequilibrio entre la introducción (naufragio de Colón), el tema central (relato del anciano) y la conclusión (Colón se dirige al nuevo continente con la ayuda de los Reyes Católicos). Por esto, Falla debe realizar una selección y reordenamiento del texto original para compensar la desproporción que existe entre el relato del anciano –que ocupa la cuasi totalidad del poema- y las extremadamente breves introducción y conclusión. Falla crea una nueva estructura - Prólogo y tres partes- que prescinde de la introducción de Verdaguer, que arranca con el relato del anciano (prólogo y partes primera y segunda) y concluye en la tercera parte con la incorporación de textos que no pertenecen al poema original pero que subliman la misión divina encomendada a Colón.
El prólogo y la primera parte forman un bloque dividido en cinco secciones que empieza con “L’Atlàntida submergida” y concluye con el “Càntic a Barcelona”. También son cinco las secciones que conforman la tercera parte, cuyo contenido religioso y simbólico constituye en sí el medio de expresión más identificado con los ideales de Falla. Desde la profecía de Séneca - “Venient annis saecula seris”- hasta la frase final - “Dies sanctificatus illuxit su terra” - lo divino se yuxtapone a lo histórico con el resultado de “evocación” más que narración. El tratamiento de la orquesta y las voces en Falla, como ocurre en todos los grandes compositores, no se puede desvincular de otros factores como el ritmo, la melodía, la armonía, los timbres, las dinámicas o las articulaciones. En el prólogo, por ejemplo, la descripción de lo inalcanzable, de la inmensidad y las grandezas implícitas en la leyenda de la Atlàntida exige una gran densidad sonora, inhabitual en Falla, pero perfectamente coherente con el planteamiento armónico y orquestal de una sección tan diferente como “Gerió el tricèfal” (un monstruo de tres cabezas que en la obra canta con tres voces), donde la disposición de los intervalos, en una clara amalgama entre voces e instrumentos, dibuja y acentúa magistralmente el carácter grotesco del personaje. La intervención de Halffter como orquestador es especialmente afortunada en el “Ària de Pirene”, “Els jocs de les Plèiades” y “El somni d’Isabel”. Un tratamiento cuidadoso de la orquesta y un respeto por el carácter de cada fragmento, son cualidades que favorecen la descripción de los personajes femeninos, cuyo lirismo se opone a la rudeza de los personajes masculinos que aparecen en el relato mitológico. Es interesante observar cómo la presencia de los personajes femeninos, ocupando el centro de cada parte de la obra, constituye en sí un elemento de equilibrio formal, al igual que las fanfarrias – herencia del “Retablo de maese Pedro” – que coinciden con el inicio de cada parte importante. Cuando Halffter asume la responsabilidad de completar “Atlàntida”, se enfrenta con el mismo problema que Falla tenía para continuar: un prólogo terminado y las partes primera y tercera si bien no completas, considerablemente elaboradas y formalmente equilibradas una con respecto a la otra. ¿Cómo tratar entonces un tema mitológico de tan vastas proporciones como la descripción del “Jardín de las Hespérides” conectado con el hundimiento de la “Atlàntida” y el consiguiente castigo divino? Quizás no era posible dar respuesta a todas las interrogantes planteadas a la muerte de Falla, pero si propiciar un acercamiento al espíritu de la obra. Y Halffter a su manera lo consigue. “Atlántida” nos presenta un Falla distinto, completamente nuevo. Un amplio impulso épico domina la totalidad de la obra; se podría pensar en la Tetralogía de Wagner (sin que exista parecido en la música). El peso recae en los coros; las partes solistas son muy breves; muchas incluso renuncian a la palabra y al canto, y se representan sólo en forma de pantomima. Se trata, sin dudas, de una obra importante. “Atlàntida” es el mejor compendio del universo de Manuel de Falla, una gran “suma” musical y cultural. Los casi veinte años de bocetos de composición nos dejan multitud de referencias profundamente asimiladas: Monteverdi, la polifonía española y la italiana, los cancioneros castellanos, tal vez Puccini…, y todo junto a los refinados juegos tímbricos y armónicos de la orquesta, comparables a los más destacados momentos en Debussy, Ravel o Mahler.
No sólo las enseñanzas de su maestro, Felipe Pedrell, o la admiración que profesaba por sus amigos Debussy, Albéniz, Ravel y Stravinsky, forman parte del mundo de Falla. No sólo el París anti-romántico de principios de siglo, también el romanticismo germano y la música medieval estaban en su cabeza. Los cancioneros españoles del siglo XV, la polifonía de Tomás Luis de Victoria, Palestrina, los cánticos de la liturgia bizantina, la música de Beethoven, Wagner, Mahler, Grieg, Mussorgski; todo ello es parte de un universo musical, tan amplio como la cultura y la curiosidad que delata su correspondencia y los apuntes en libros y partituras que estudió a lo largo de su vida. La música popular y el folklore también forman parte de su universo, con patrones rítmicos y giros melódicos continuamente recreados y reinventados.
“Atlántida” cierra y corona la obra de Falla, el más importante compositor español desde Tomás Luis de Victoria y el andaluz más universal junto a Picasso. Durante casi veinte años (desde 1927 hasta su muerte en 1946), Don Manuel trabajó con ilusión y dificultades en su “cantata” sobre el poema de Jacinto Verdaguer”. Como indica Colomer, “Atlàntida es fruto de las transformaciones y vicisitudes que se producen durante los últimos veinte años de la vida de Falla y que dilatan infinitamente el proceso de composición”. Muchos encontrarán en ella el resumen de una vida, mientras otros echarán de menos la espontaneidad que caracteriza al Falla anterior. Suena lógico que el planteamiento estético inicial haya sufrido la evolución que impone el tiempo y que inevitablemente haya conducido a un nuevo y singularísimo aporte a la obra del propio compositor y a la literatura musical del siglo XX. “Atlàntida” es el testamento musical de un artista comprometido consigo mismo, que busca entregar al mundo un mensaje de belleza y que en su intimidad siente como encargo de la Divina Providencia.
