Las startups beneficiadas han pagado impuestos por 1,4 veces lo invertido en ellas y han generado 36.796 empleos en el mundo, según la última encuesta anual de la aceleradora de Corfo.
Este 2025 se cumplieron 15 años de la fundación de Start-Up Chile, la aceleradora pública de negocios. En este contexto, DF consultó a tres referentes del ecosistema de innovación relacionados con esta política pública acerca del impacto del programa y si es necesario avanzar hacia un nuevo modelo.
La historia es conocida. En 2010, nació como una política pública pionera impulsada por el primer Gobierno del exPresidente Sebastián Piñera para transformar al país en un polo de innovación en la región y para diversificar su economía.
En un contexto de postcrisis subprime, Piñera encomendó al entonces ministro de Economía, Juan Andrés Fontaine, el reto de impulsar iniciativas para dinamizar la economía. Recurrió al fundador de Cumplo, Nicolás Shea, a quien nombró asesor en emprendimiento e innovación.
Inspirado en el ecosistema israelí, Shea diseñó las bases de Start-Up Chile para atraer talento emprendedor global, incentivando a extranjeros altamente calificados a lanzar sus startups desde Chile. A cambio, debían permanecer seis meses en el país y participar en actividades que ayudaran a fortalecer el naciente ecosistema local.

“Cumplió con creces su propósito fundamental, que era acelerar la innovación en Chile, y se convirtió en una política de Estado”, dijo Shea al repasar la historia del programa.
De acuerdo a datos de Start-Up Chile, en sus 15 años ha adjudicado $ 69.471 millones a 3.428 proyectos, de los cuales un 62% son extranjeros.
Hoy, el programa tiene tres líneas de fondos: Build, Ignite y Growth, las que entregan $ 15 millones, $30 millones y $75 millones, respectivamente, a cada startup seleccionada.
Según la aceleradora pública, las empresas beneficiadas han pagado impuestos por 1,4 veces lo invertido en ellas y han generado 36.796 empleos en el mundo, de acuerdo con la última encuesta anual del programa.
Hoy, cuenta con un presupuesto de poco más de $ 6.100 millones al año.
Política de Estado
Shea, por su parte, subrayó tres hitos: Chile logró posicionarse como líder regional en innovación, se demostró la rentabilidad social de la política pública y el programa logró consolidarse como política de Estado en gobiernos de distintos signos.
En tanto, la exdirectora ejecutiva de Start-Up Chile, Rocío Fonseca -quien también fue directora en Corfo y participó en tres gobiernos consecutivos-, destacó que el programa fue pionero y sirvió de modelo. “Fue algo súper disruptivo a nivel mundial. Muchos países nos copiaron y ese es un gran valor, fue como un producto de exportación no tradicional del que Chile debiera sentirse súper orgulloso”, dijo la actual fundadora de Drei Ventures.
Por otro lado, el exvicepresidente ejecutivo de Corfo durante el primer mandato de Piñera, Hernán Cheyre, recordó que la política pública partió como un emprendimiento con riesgos e incertidumbres, pero que logró consolidarse.
“Pero lo fundamental ha sido el acceso a redes internacionales que este programa le ha abierto al ecosistema emprendedor chileno. Se ha sofisticado bastante y es una aceleradora reconocida a nivel mundial”, señaló el también presidente del Consejo del Centro de Investigación de Empresa y Sociedad de la Universidad del Desarrollo.
¿Mantener, profundizar o cambiar?
Una de las discusiones permanentes en torno a Start-Up Chile es el retorno que tiene para el país, considerando que se destinan fondos públicos para financiar a las empresas emergentes -la mayoría extranjeras- sin tomar propiedad en la compañía, ni exigir nada a cambio.
“El mismo Presidente Piñera dijo en un momento que hay que generar empleos, sueldos y pagar impuestos. Y le dije ‘efectivamente, Presidente, eso es lo que va a suceder, pero esto es una apuesta de mediano y largo plazo’. Y eso lo ves hoy con compañías como PhageLab, cuyo fundador dice que no existirían si no fueran por Start-Up Chile y valorizados en millones”, dijo Shea.
Para el fundador de Cumplo, el programa debe mantener su foco en etapas tempranas y evitar expandirse hacia fases posteriores, dado lo limitado de los recursos.
También rechazó imponer exigencias de permanencia. “Si un emprendedor está dispuesto a quedarse en Chile por US$ 30 mil, eso no me interesa, porque no somos Silicon Valley. Si le pones esa exigencia, pierdes al mejor talento. Y lo que queremos es atraer talento extraordinario”.
Una mirada diferente tiene Cheyre, quien planteó que se debe exigir una retribución, “un mecanismo contingente” para aquellos emprendedores que logren el éxito.
“No me parece bien que aquellos que cumplen con sus objetivos no retribuyan al menos lo que se les aportó. No estoy hablando de tasa de interés ni nada, simplemente como un símbolo (...) Por un tema de legitimidad social, deberían empezar a solicitar un reembolso en la medida que les vaya bien”, dijo.
Una aproximación diferente tuvo Fonseca, quien propuso que Start-Up Chile debería trascender de su rol de aceleradora y articularse para consolidar una estrategia de exportación de servicios no tradicionales, y que esta pase a ser la marca paraguas de innovación y servicios globales desde Chile.
“Cuando esto partió no había aceleradoras ni un ecosistema maduro. Pero hoy el escenario es otro y está en buen pie para evaluar cuál es el siguiente paso y dar el salto. Es un momento preciso para definirlo”, afirmó.
Agregó que Start-Up Chile es una marca país “que va mucho más allá de una aceleradora, entonces tomaría ese activo y trabajaría con ProChile o Invest Chile y armaría algo muy potente en términos de exportación de servicios que no sea solamente minería, agricultura, forestal o acuicultura”.