Cristianos

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 28 de diciembre de 2012 a las 05:00 hrs.
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Según el “Paisaje Religioso Global”, recién publicado por el Pew Research Center (Washington D.C.), 2.200 millones de personas (32% de la población mundial) profesan la fe cristiana. 1.100 millones de esos cristianos son católicos. Los musulmanes totalizan 1.600 millones. Los “sin religión” suman 1.100 millones, incluyendo tanto a ateos y agnósticos como a quienes creen en alguna fuerza superior y participan en servicios religiosos no tradicionales. El cristianismo no sólo es la religión con el mayor número de afiliados, sino la que más equitativamente los distribuye en todas las regiones del planeta, a diferencia de otros credos de clara identificación y raigambre local.

El tan anunciado desplome de las religiones, y en particular de la fe cristiana, como efecto de la cuasiomnipotencia tecnológica y de las “liberaciones” sociales, no se ha producido. Cinco de cada seis personas están afiliadas a un credo o iglesia, y en el sexto restante son mayoría los que creen sin afiliarse. Vilipendiadas y combatidas como “opio del pueblo”, las religiones se acreditan cada vez más como luz, alimento y esperanza de la familia humana. Y es que “no sólo de pan vive el hombre”. Ni aún en el utópico escenario de una población mundial satisfecha en sus necesidades de alimentación y salud es dable imaginar una Humanidad sin ansia, nostalgia y necesidad de Dios. El alma racional busca siempre más verdad (el primer y más común apetito del hombre, según Aristóteles). El corazón humano no puede subsistir sin amor (la mayor y peor parte de sus patologías tiene que ver con el dolor de no ser amado). Y a esa Verdad que nunca se agota, y a ese Amor que no tiene medida, es a quien los hombres llaman Dios. Lo llaman, le claman, lo aman en todas las lenguas, en todas las culturas, en todas las edades. El Hombre de todas las edades y de todas las culturas se resiste a volver al vacío, a la nada de la que sabe fue creado por Dios. Tiene vocación a trascender, a ser siempre, a ser más: a ser Dios. Sólo Dios puede colmar ese incoercible apetito. “Nos hiciste, Señor, para Ti, e insatisfecho estará nuestro corazón mientras no descanse en Ti”: antes que Agustín, lo sabe y lo grita Adán.

Jesucristo dio a su Iglesia esta dimensión ecuménica. Sus discípulos habrían de ir a todas las naciones, hablar todas las lenguas (es lo propio del amor), superar todas las barreras de raza, sexo y condición social, ser luz, sal y levadura. En el crepúsculo de su vida Jesús imploró: “que todos sean Uno”. Los cristianos no pueden detenerse satisfechos. No lo han hecho tan mal. Pero la misión recién empieza. China, India, todos quieren escuchar y ver a Jesús. Para las personas y para las naciones, hay un antes y un después de Cristo.

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