Bajo uso de tecnología limita la innovación y competitividad en industria alimentaria chilena
Bajo desarrollo de nuevos productos más saludables y gran parte de la materia prima desperdiciada, también son factores que atentan contra un mayor despegue del rubro.
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Por C. Iribarren y F. Orellana
Chile ha declarado su intención de conventirse en potencia alimentaria en el mediano plazo y tanto sus condiciones fitosanitarias, como un clima favorable para el desarrollo de distintos productos de norte a sur, lo hacen un buen candidato para ello. De hecho, el rubro estuvo entre los principales productos de exportación durante el primer semestre de este año, acaparando el 12,6% de los envíos de acuerdo con cifras del Banco Central.
Sin embargo, nuestro país enfrenta hoy un escenario que le está restando competitividad en esta industria, que se sustenta en un uso insuficiente de la tecnología, en el bajo desarrollo de nuevos ingredientes más saludables y en que se desperdicia gran parte de las materias primas utilizadas en la elaboración de alimentos.
“En Chile, uno de los principales problemas para la competitividad de su industria alimentaria es que se desperdicia el 40% de la producción. Son desechos que se pueden utilizar en la elaboración de alimentos”, afirma Peter Lilford, académico de la Universidad de York (Gran Bretaña) y expositor en el seminario internacional “Industria alimentaria: factores clave para la competitividad”, que recientemente organizó la Fundación Copec-UC. Alfonso Cruz, director ejecutivo de la entidad, coincide y añade que esos desperdicios pueden convertirse en compost o en energía para abastecer a las propias empresas productoras, cerrando un círculo virtuoso donde no se pierde prácticamente nada.
“Cuánto se gasta hoy en transportar esos residuos desde la producción y en pagar por depositarlos, versus lo que se podría invertir en tecnología para sacarles provecho comercial. Seguramente, sumando y restando, la cuenta es a favor de aplicar innovación a los procesos para hacerlos más sustentables y, a la vez, más rentables”, resalta.
Por esta razón, Lilford plantea que en la industria alimentaria chilena debe haber más investigación y desarrollo (I+D) y ejemplifica con una empresa que conoce bien, Unilever, donde ejerció el cargo de gerente de Desarrollo. “Al año, Unilever invirtió alrededor de US$ 1.200 millones en esta materia: más que toda la industria alimentaria chilena”, indica.
Transferencia tecnológica
Para el especialista, la gran falencia de Chile es la implementación tecnológica para desarrollar políticas de innovación en la producción de alimentos, por lo que sostiene que es clave fomentar la transferencia tecnológica entre el mundo de la investigación (como las universidades) y el de las empresas del rubro, y así hacer más sustentable la producción. En ese sentido, planteles de educación superior están difundiendo líneas de investigación en alimentos, como por ejemplo la Universidad de Santiago de Chile (Usach), que creó un arroz reutilizando la harinilla oscura, es decir, de un residuo y con la particularidad de necesitar menos agua para su cocción.
“Si Chile no da este paso y no fomenta la transferencia tecnológica, se quedará atrás en esta materia”,advierte Lilford, aunque reconoce que son las firmas de menor tamaño las que tienen el mayor déficit de I+D y de incorporación de tecnología.
Para enfrentar la carencia tecnológica y la falta de recursos para que algunas firmas implementen programas de I+D, el gobierno ha impulsado medidas como el Programa de Innovación en Alimentos más Saludables, que en su etapa de diseño se hizo cargo de esta brecha que impedía una mayor innovación en las pymes del sector, “potenciando plantas piloto elaboradoras de alimentos a pequeña escala, de manera que la prueba y el pilotaje tengan un costo marginal y no fijo para el segmento Pyme y de emprendedores de la cadena de valor”, señala el ministro de Agricultura, Luis Mayol.
La Fundación para la Innovación Agraria (FIA), dependiente del Ministerio de Agricultura, tiene un presupuesto para 2013 de $ 2.200 millones para ser transferidos a quienes presenten propuestas innovadoras en el rubro agrario.
Mayor valor agregado
Contar con más y mejor tecnología. Tener programas de I+D. Con ello, Chile puede llegar a ser un productor de alimentos manufacturados, pero lo clave en esto es agregar valor.
En eso coinciden los expertos, entre ellos Andrés Barros, gerente de Alimentos de Fundación Chile, aseverando que la salmonicultura, por ejemplo, ha respondido a este desafío aplicando I+D generando salmones con mayores índices de Omega 3, su principal atributo. Y lo mismo se puede hacer con la fruta en relación a sus nutrientes, asegura. Apunta también a generar nuevas fuentes de abastecimiento de alimentos. “Hay desarrollo de micro algas en el mar o en el desierto”, explica.
En ese sentido, el especialista hace hincapié en la necesidad de que Chile impulse con fuerza una política de investigación y desarrollo para producir alimentos más saludables, en un contexto de crecientes niveles de obesidad, especialmente infantil, que además es atractivo en términos comerciales. Hoy el tamaño del mercado de productos saludables en el retail en Chile llega a US$ 3.000 millones, lo que habla de un mercado “inmaduro”, sentencia.