Brasil tiene nuevo presidente. Como se esperaba, el Senado votó a favor de enjuiciar a Dilma Rousseff; ella quedó suspendida de sus funciones mientras el pleno considera su caso. En el intertanto, el vicepresidente Michel Temer asumió como jefe de Estado, aunque, como la decisión de los senadores fue tan abrumadora –55 de 81 votó a favor del impeachment– es muy probable que Rousseff pierda su eventual juicio. Siendo ese el caso, la votación en la práctica saca a Rousseff dos años y siete meses antes de que finalice su mandato. También pone fin a trece años de gobierno del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), el último giro de la política en Sudamérica, mientras la región se enfrenta al fin de su auge económico impulsado por las materias primas.
Temer, del opositor Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) se enfrenta a una tarea de enormes proporciones. Ceremonioso y de voz suave, con una reputación de sabiduría, el abogado constitucionalista de 75 años deberá hacer frente a tres crisis simultáneas. ¿Está a la altura del desafío?
Primero en la lista está el prolongado malestar económico de la nación. La inversión ha colapsado y el crédito al consumo se estancó en medio de la peor recesión en un siglo. La prioridad de Temer es estabilizar la economía al devolver la confianza al sector privado.
Alentadoramente, ha ensamblado un equipo económico con credibilidad. Henrique Meirelles, ex titular del banco central, fue designado como ministro de Hacienda, mientras que Ilan Goldfain, un respetado economista, sería el presidente del banco central.
El nombramiento de tecnócratas de este calibre debería generar un choque de expectativas positivas, reduciendo las primas de riesgo y los costos de los préstamos. Aunque muy lejos de las reformas estructurales que Brasil necesita para reimpulsar su economía, es un buen y necesario comienzo.
El siguiente en la lista es la crisis ética, específicamente por las diversas denuncias de corrupción como la investigación de Lava Jato en Petrobras, que se ciernen sobre gran parte del Congreso, incluyendo a Temer, y que son indirectamente responsables del impeachment de Rousseff. Temer debe permitir que estas investigaciones continúen su curso. Incluso si lo deja expuesto, cualquier otra situación podría erosionar su ya débil mandato popular.
La tercera crisis de Brasil radica en los acuerdos políticos que la convierten en la más fragmentada y difícil democracia presidencial del planeta, con más de 30 partidos políticos. Reformar el sistema político, sin embargo, es una tarea para el próximo presidente tras las elecciones previstas para 2018.
El resultado está lejos de la perfección. Aun así, es lo que es. Temer es un negociador hábil y, por ahora, disfruta del apoyo del Congreso y del empresariado. Si puede colocar a la economía en una base más segura y dejar que la purga de la corrupción continúe, dejará un gran legado. Estas son grandes consideraciones pero no es inconcebible que las haga realidad.