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El boom de la memoria histórica en Latinoamérica

Existen peligros en la actual tendencia intelectual que vive la región porque la memoria no puede sustituir a la historia.

Por: | Publicado: Lunes 22 de septiembre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Es hora de almuerzo y en el Museo de la Memoria en Santiago hay sólo unos pocos visitantes que contemplan la muestra en silencio. Una granulosa filmación de los aviones Hawker bombardeando el Palacio de la Moneda durante el golpe del General Augusto Pinochet contra Salvador Allende, un presidente socialista electo, el 11 de septiembre de 1973. Un mapa de Chile muestra los 1.132 centros de detención establecidos después del golpe de Estado, cada uno marcado con una luz parpadeante. En testimonios grabados en video, las víctimas vinculadas a los casos describen las torturas y la violencia sexual a la que fueron sometidos. También se exhiben conmovedoras cartas de los hijos a sus padres prisioneros y de los prisioneros a sus familias, sin saber que pronto serían ejecutados.

Ningún demócrata puede dejar de sentirse conmovido por el museo. Abierto en 2010 como una iniciativa de Michelle Bachelet, entonces -y nuevamente ahora- presidenta de Chile, su propósito es servir como un memorial para las víctimas de la dictadura de Pinochet y para asegurar que el sufrimiento impuesto sobre Chile no sea olvidado, dice María José Bunster, su actual directora.

Es uno de los diversos “museos de la memoria” que se han multiplicado por Sudamérica. En Argentina el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha abierto el “Espacio de la Memoria y los Derechos Humanos” en lo que alguna vez fue La Escuela Superior de Mecánica de la Armada, el centro de tortura más notorio bajo la dictadura que se extendió desde 1976 hasta 1983. En Perú y Colombia nuevos museos están luchando con las complejidades de “memorializar” conflictos armados que aún sigue activos.

Memoria versus historia


No puede haber dudas acerca de la importancia de recordar los crímenes del pasado. Pero existen peligros, también, en la actual moda intelectual que vive la región de la “memoria histórica”. La memoria es por su propia naturaleza subjetiva y selectiva. No puede sustituir a la historia, como destacaba el historiador europeo Tony Judt, que falleció en 2010. La historia de la violencia política en Latinoamérica es mucho más complicada de lo que algunos museos y monumentos sugieren.

A orillas del Río de la Plata se encuentra el Parque de la Memoria, otro memorial de las víctimas de la junta militar de Argentina. En él se puede hallar una muralla zigzagueante de piedras grises con los nombres de las “30 mil víctimas del Estado terrorista”, en el mismo estilo del memorial de los veteranos de la guerra de Vietnam en Washington, DC. Excepto que la mayoría de las placas con los nombres están en blanco. La memoria —según los grupos de derechos humanos— repite la cifra de las 30 mil víctimas. La historia —según una comisión independiente— sólo pudo identificar 8.960 víctimas.

“Ellos murieron luchando por los ideales de justicia e igualdad “, se proclama en el parque. Pero no, en muchos casos, por la democracia ni por los derechos humanos. La verdad histórica silenciada por la “memoria” es que la Guerra Fría en Latinoamérica fue luchada por dos bandos igualmente totalitaristas. El golpe de Estado en Argentina, en 1976, fue gatillado, en parte, por la violencia de los Montoneros, un grupo guerrillero nacionalista de izquierda del cual formaron parte muchos miembros del actual gobierno de la presidenta Fernández.

En Chile, también, la memoria de la historia puede ser incompleta. El museo en Santiago no está tratando de imponer una interpretación de la historia, sino sólo de recordar los hechos, dijo Bachelet a Bello (la columna de The Economist que escribe Michael Reid y que fue nombrada así en honor de Andrés Bello) en julio. Sin embargo, la única referencia a que el gobierno de Allende contribuyó también al quiebre de la democracia y a “la destrucción o debilitamiento de muchos puntos de consenso” a través de su intento por imponer un programa marxista, está contenida en una cita de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de 1991, que está inscrita en una muralla escondida cerca de los baños. Allende fue conmemorado en esta semana de aniversario del golpe de Estado como un héroe caído de la democracia, sin ninguna mención a sus propios errores. Incluso Zhou Enlai, el entonces primer ministro chino, le advirtió que estaba avanzando demasiado rápido hacia el comunismo.

Nada de esto mitiga las inexcusables barbaries de Pinochet ni de la junta militar en Argentina. Ellos mataron o torturaron a civiles inocentes a una escala que era ampliamente desproporcionada con respecto a la violencia de izquierda. Esto es sólo para destacar que aunque la derecha puede haber ganado de manera sangrienta la Guerra Fría en Latinoamérica, la izquierda ha ganado la paz. Y ha estado ocupada reescribiendo la historia.

Fernández ha creado un “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico” para alentar la enseñanza de una historia “anti colonialista”. La mayoría de los jóvenes en Uruguay cree de manera equivocada que las guerrillas urbanas de Tupamaro (cuyos supervivientes están ahora en el gobierno) lucharon contra un dictador militar en vez de ayudar a derrocar a una democracia civil, dice Julio María Sanguinetti, un ex presidente que se opuso a las guerrillas.

Implicancias prácticas


La reescritura de la historia tiene consecuencias prácticas. La región ha sido rápida para condenar cualquier cosa que suene como un golpe de Estado, pero es complaciente a la luz de los abusos de poder y contra los derechos humanos de los gobiernos de izquierda, que apelan al “anti imperialismo” y “al pueblo”, las banderas de un pasado que es recordado y comprendido sólo parcialmente.

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