La elección presidencial de este año en Estados Unidos ha sido un asunto desalentador. En comparación con 2008, cuando Barack Obama resultó triunfador contra todos los pronósticos, la campaña de 2012 ha ofrecido poca inspiración, aún menos instrucción, en lo que Obama o su rival republicano Mitt Romney realmente harán cuando asuman.
Pese a eso, podría decirse que la elección de mañana es tan importante como cualquiera desde 1980, cuando la victoria de Ronald Reagan aceleró un giro hacia la desregulación y la economía de oferta. Hoy, después de la Gran Crisis de 2008, la economía estadounidense se está recuperando, aunque muy lentamente para muchos estadounidenses desempleados o en busca de un trabajo decente. La preeminencia de EEUU está bajo amenaza en un mundo donde el conocimiento avanzado está extendido y la mano de obra barata está fácilmente disponible. En Afganistán, Medio Oriente, el norte de África y el mar del sur de China se está probando la determinación de EEUU.
Ninguno de los candidatos ha entregado respuestas convincentes en cómo responderían a estos desafíos. En una campaña con aversión al riesgo dominada por consultores políticos, ambos hombres han desplegado una pobreza de ambición. Ha habido pocos destellos de un mejor futuro, de oportunidades que se aprovechen gracias a un gas natural barato y el potencial de EEUU por ser auto sustentable en la energía.
Lo que está claro es que ambos hombres tienen una filosofía de gobiernos diferente. Obama es un intervencionista. Él apostó todo en la reforma a la salud, sumando a 30 millones de estadounidenses a una red de seguridad. El presidente también impulsó un paquete de estímulo por US$ 787 mil millones que salvó al país de otra Gran Depresión. Inyectó miles de millones en rescatar a la industria automotriz de Detroit y aseguró a varios cientos de miles de empleos. Su otro legado es la ley Dodd-Frank, la reforma más radical de Wall Street desde los ’30, aun cuando ha sido sólo de manera irregular.
Sin embargo, Obama ha sido a menudo distante. Ha sido notablemente frío con las empresas. El autoproclamado agente de cambio ha fracaso en ejercer su liderazgo en momentos cruciales. No respaldó las recomendaciones del panel bipartidista Simpson-Bowles para reducir el creciente déficit. La Casa Blanca culpa a la implacable muralla de oposición de los republicanos en el Congreso. Sin embargo, fue el propio Obama quien pidió el informe. EEUU ahora enfrenta un “abismo fiscal” el 1 de enero, que podría desencadenar salvajes recortes de gastos y aumentos de impuestos que podrían arrastrar al país de vuelta a la recesión.
Como su respuesta al huracán Sandy, Obama ha mostrado que un gobierno decidido puede ser parte de la solución en lugar del problema. Cuatro años desde la crisis financiera, con una desigualdad extrema como ofensa al sueño americano, se mantiene una necesidad de una gobernalidad inteligente y reformista. Obama, su presidencia definida por la crisis económica, parece ser la mejor opción.