Tipo de cambio e inflación II
- T+
- T-
En agosto, en una columna con este mismo título, comentábamos la relación entre tipo de cambio e inflación, y las posibles acciones que se insinuaban para mitigar el impacto.
Al igual que entonces, hoy las expectativas inflacionarias a dos años permanecen bien ancladas al 3%, que es el referente principal para la política monetaria. No obstante, se percibe que ese anclaje es más sólido. ¿Por qué? En ese período se han desarrollado ciertos acontecimientos que han colaborado, entre ellos el alza de la tasa referencial del Banco Central en 50 puntos básicos, a 3,5%.
Sin pretender quitarle el mérito a esta acción, ni mucho menos entrar a analizar sus costos, da la impresión de que hubo ciertos elementos que fueron más determinantes, y en cierta medida, predecibles. Hay que mencionar por lo menos tres: el progresivo recorte de la expectativa de crecimiento de la economía nacional (probablemente todavía inconcluso) para este año; el enfriamiento global, especialmente relevante en China y el derrumbe del precio del petróleo. Ciertos precios de alta volatilidad también han colaborado pero, por su misma naturaleza, no parecen asegurar ninguna tendencia inflacionaria.
¿Y el tipo de cambio? ¿No era ésta la causa principal de la inflación? Desde agosto subió en torno a 6%, en línea con la trayectoria que ha mantenido desde el primer semestre de 2013. Más interesante: el alza desde el 21 de diciembre al 12 de enero equivale a esa variación y, sorprendentemente, no ha predominado en las expectativas inflacionarias en ese lapso. Debe haber algunas razones para esta pérdida de sensibilidad. Aparte de los factores desinflacionarios mencionados, que parecen prevalecer ampliamente, el traspaso a precios del alza cambiaria debería ser cada vez más difícil (excepto en algunas tarifas reguladas). Además, los aumentos más recientes han sido acompañados de depreciaciones en otras monedas, siendo la del yuan chino la más relevante, y de magnitud similar a la del peso, lo que tiende a mitigar el impacto.
Por otro lado, las tendencias a menos inflación se han ido consolidando, aun cuando más lento de lo esperado, lo que ha significado que mucha gente no perciba lo que está sucediendo, ni menos lo que puede venir. Cuando este cambio de percepción ocurra, el impacto no será despreciable. No es necesario recordar que si ello se diera en un contexto de retroceso cambiario moderado, los efectos sobre una inflación ya menguante serían mayores. Para muchos es difícil concebir ciertos escenarios cuando están absortos con panoramas contrarios, pero un inversionista debe ser capaz de hacerlo siempre.
Evidentemente, persisten algunos elementos que no deben soslayarse en la tendencia inflacionaria. En primer lugar, las indexaciones a inflaciones pasadas, que muchas veces son contractuales: un fenómeno idiosincrático pero que tiene la propiedad de incrementar el efecto inercial. No obstante, y por lo mismo, conviene notar que estas indexaciones, aunque con menor intensidad, también tienden a profundizar y prolongar los retrocesos inflacionarios.
Este simple análisis sugiere que probablemente la “rentabilidad” de invertir en inflación en los próximos trimestres será sensiblemente inferior que en años recientes. Desde el punto de vista de un inversionista, podría ser atractivo ir apostando menos a la inflación. Por supuesto que tiene riesgos, como todo en inversiones: de ahí la importancia de los escenarios y la diversificación. Junto a la disciplina consistente, es lo que hace la diferencia.